-Sergio Micco fue funado en la escuela de Derecho de la U. de Chile. Ni el decano ni los alumnos hicieron una fuerte condena. ¿Qué revela este episodio?
-Lo de Micco se suma a una larga lista de episodios, donde hemos naturalizado no sólo la violencia física, sino también la verbal. Pareciera que hay quienes creen que silenciar, censurar o derechamente amedrentar, es un mecanismo válido en el debate político, intentando de esa manera socavar la legitimidad moral del otro. Y aunque la reacción del Centro de Alumnos no me sorprendió para nada, sí me extrañó el comunicado del decanato, pues supongo que ellos deberían ser los más interesados en preservar un ambiente crítico y de libertad, donde no haya mayor fuerza que la que subyace en los propios argumentos e ideas.
Con todo, hay agresiones que, si bien no son equiparables, resultan especies diferentes de un mismo género. Cuando Beatriz Hevia se refirió a los “verdaderos chilenos”, no hace más que intentar privar de una cualidad, identidad o calidad, a todos los que no votan, piensan y se comportan como ellos. Y eso también me parece violento e intolerante.
-¿Crees que el plebiscito será más peleado de lo que se espera?
-Es muy difícil hacer predicciones, especialmente en un escenario con tantos indecisos y voto obligatorio. Las encuestas en las últimas elecciones no necesariamente se han destacado por sus aciertos y, si sumamos la poca energía política que esta elección tiene en la calle, cualquier pronóstico es más un ejercicio de azar que de análisis serio. Con todo, y justamente por lo dicho antes, tenemos la intuición de que estos últimos 30 días de campaña serán claves en el resultado. Lo que sí se puede constatar hasta ahora, es que le ha resultado más fácil al “A Favor” construir un relato de campaña, por lo que no sería extraño que las diferencias para el plebiscito sigan estrechándose. Con todo, y cualquiera sea el resultado del próximo 17 de diciembre, por segunda vez fracasamos en la tarea de contar con una Constitución que nos acoja más de lo que nos divida.
-¿Cómo vas a votar y cuáles son tus razones?
-No lo he decidido todavía. Por una parte, he sido por décadas un militante de la necesidad de contar con una nueva Constitución, pues considero que la escaza legitimidad de nuestro sistema político estriba, entre otras cosas, en la ausencia de lealtad, compromiso y afecto respecto de una institucionalidad que no sentimos como propia.
Por otro lado, y reconociendo avances interesantes -como el sistema político o la protección del medio ambiente- me desalienta el que se haya cometido el mismo error que la vez anterior, en el sentido de querer fijar reglas de juego que sólo habiliten a que el partido pueda jugarse de una sola manera. Así ocurre, por ejemplo, con la relación Estado/mercado en la provisión de bienes y servicios públicos, o en como quedaron las potestades administrativas y sancionatorias por el Estado, y la situación de mujeres y niños a propósito de la objeción de conciencia y otras normas específicas.
-El Presidente Boric mantiene un apoyo de 30%, pese al escándalo por el caso Convenios y otros episodios. ¿A qué crees que se debe?
-Hace un buen rato que el gobierno en general y el Presidente en particular gozan de una base de apoyo duro, que no se mueve, ni tampoco lo hará de manera significativa en el futuro. Pese a la ácida crítica contra esta administración, es un porcentaje mayor de lo que Bachelet y Piñera tenían a estas alturas. A partir del caso de este último, aparece una interrogante significativa: ¿por qué quedando menos de dos años de un gobierno, con una base dura y estable, este debería moderar sus posiciones o hacer grandes concesiones a la oposición, cuando eso podría debilitar su apoyo incondicional y quizás no reportar ningún voto entre sus adversarios o críticos?
Esta pregunta se hace más pertinente todavía cuando estamos en presencia de una generación política que tiene 40 años de vigencia por delante; donde, quizás entonces, su principal objetivo ahora sea no suicidarse políticamente en el primer intento. Y quizás la ausencia de una respuesta clara a esta provocación, es lo que muchas veces lleva a las dudas, vacilaciones y contradicciones del Presidente.
-¿Qué te pareció la forma en que el Presidente comunicó su rompimiento sentimental con Irina Karamanos?
-Hay varias maneras de contestar esa pregunta. La primera, y que me resulta más natural, es criticar la falta de experiencia o la informalidad, e incluso la frivolidad, con que a veces se ejerce la función pública; lo que se destaca más en las cuestiones estéticas y comunicacionales de este gobierno. La segunda, es indagar con mayor profundidad en algo que no hemos aquilatado lo suficiente, y que se refiere al impacto del protagonismo político, social y comunicacional de una nueva generación de chilenas y chilenos; cuyo códigos, estilos, diagnósticos y prioridades son completamente diferentes a quienes los antecedieron. Así por ejemplo, la publicidad con la cual el Presidente se refiere a la ruptura de su relación de pareja, para muchos es una falta de decoro y sobriedad, mientras que otros ven ahí algo obvio y natural, lo que además resulta genuino y transparente.
-¿Cuán profunda es la crisis del oficialismo en temas de probidad?
-Lo primero es reafirmar que objetivamente estamos frente a casos gravísimos de corrupción. Sin embargo, no son más graves, ni en cuantía ni en su cualidad, que los protagonizados hace años atrás por el Ejército o Carabineros. Por lo mismo, lo segundo que debe hacerse notar, es que en términos subjetivos, los actuales casos sí resultan más graves para la ciudadanía y los propios involucrados, pues pegan en la línea de flotación de un gobierno y una generación que quiso representar algo distinto, generando grandes expectativas sobre esta materia.
Fue así que “el gobierno que terminaría con los amiguismos y pitutos” o ”la superioridad moral” respecto de las generaciones que los antecedieron, fueron sentencias que hoy, y probablemente por mucho tiempo, constituirán una muy pesada mochila o lastre. Por una parte, entre más alto se cae más fuerte y, por la otra, los antes aludidos o sindicados están ahora cobrando sin misericordia.
–¿Cómo calificas el manejo de crisis del gobierno?
-Creo que en general cayó en la vieja tentación de minimizar el problema, tratando de encapsularlo, negando inicialmente su gravedad y extensión, como creyendo que de esa forma no contribuiría a agravarlo. Pues bien, fue justamente al revés. La inactividad inicial no sólo no detuvo el escándalo, sino que trasuntó en una sensación de complicidad y culpabilidad hacia las autoridades. De forma similar le ocurrió a Piñera con las violaciones de los DD.HH. durante el estallido social; a Bachelet con Caval; a Lagos con los sobresueldos; o a Frei con el caso indemnizaciones. Nuevos tiempos, pero idénticos errores.
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