-Uno de los conceptos más resistidos del texto propuesto por la Convención es el de Chile como país plurinacional. El líder de la CAM, Héctor Llaitul, lo rechazó. Otros han dicho que puede desmembrar al país. Pero Arturo Fontaine dice que es una respuesta razonable a la idea de Estado y Nación homogéneos que hizo crisis con la globalización. ¿Cuál es tu postura frente a este tema tan incómodo?
–Motivos para incomodar hay de sobra con el plurinacionalismo, y si además incita a sectores tan dispares en su contra, es como para pensar que va a ser muy difícil que funcione algún día, aun con aval constitucional. Es que disposiciones legales no pueden pretender imponerse en contra de la realidad de un país, tanto histórica, cultural o política. Los mismos ideólogos y voceros del plurinacionalismo admiten que se trata de un “experimento”. Fernando Pairican por ejemplo.
¿Un experimento que debemos dejar que explote en nuestras narices, porque sólo entonces vamos a sopesar sus consecuencias? Llaitul incluso lo rechaza, pero eso es porque combate a favor de un nacionalismo mapuche excluyente, del tipo “guerra santa”; de hecho, él y su banda se identifican con un supuesto racismo puro, fotografiándose bajo un lienzo que exalta el ser de “Una Sola Sangre”. Cuestión que desvela a argentinos, y ¿no a chilenos? Con razón Jorge Lanata se muestra preocupado por nuestra salud mental. Mapuches moviéndose de un lado a otro de la cordillera sin reconocer estados-naciones establecidos y sus fronteras, no es folclorismo sudamericano decimonónico, es efecto déjà vu que evoca fundamentalismos poco menos que islámicos, claro que en Paredones, Colchagua, a estas alturas.
Fernando Savater lleva décadas explicando el fenómeno referido a otro contexto aunque con igual lógica: “Una de las novedades de nuestro siglo [XX] es haber visto nacer un uso del nacionalismo cuyo primer resultado es disgregar y desmembrar los Estados presentes, aunque en muchas ocasiones sea en nombre de la futura constitución de otro Estado más reducido”.
Admitamos entonces que lo que tenemos al frente es muy posible que sea nacionalismo común y silvestre, aun cuando multiplíquelo para incluir grupos casi extinguidos, despójele por tanto su disfraz pluriétnico, estrategia publicitaria siglo XXI, y verá que no hay que ser pitoniso para advertir que estamos ante un fraude o cazabobo con que se pretende engañar.
-Muchos académicos e intelectuales apoyaban la idea de un sistema parlamentario para Chile. Sin embargo la Convención terminó optando por otra cosa: un sistema presidencial atenuado bicameral asimétrico. Al parecer hubo un acuerdo entre la UDI y el PC que fue clave para salvar el presidencialismo. ¿Cómo evalúas el resultado?
–Al igual que con el afán pluritribal habrá que ver cómo esto otro funciona en la práctica; no podemos evaluar resultados todavía, aunque es tonto suponer que debemos jugar antes con fuego para ver si nos quemamos vivos. Ahora, que existiría una ansiedad por salvar el presidencialismo es evidente. Desde el Ejecutivo se controla al Estado, es decir, el presupuesto fiscal, la administración pública o burocracia, también las fuerzas armadas teóricamente.
Durante 16 años se turnaron en la presidencia Bachelet y Piñera, demostrando con ello una insólita falta de renovación de liderazgos y cero imaginación, debiendo ambos volver a sus afanes ONU o especulativos, frustrados si no fracasados tras desatornillarse del Palacio. Por su parte, la Constitución de 1980 fuertemente presidencialista no ha estado cumpliendo su papel original; el Congreso hace rato ha ido degenerando en un asamblea tribunicia.
A raíz del 18-O nos enteramos que Piñera no se la pudo con Iturriaga, actualmente el Comandante en jefe del Ejército. Ante tamaño debilitamiento presidencial no es raro que se quiera acorazar a La Moneda. Con mayor razón si en los procesos constituyentes chilenos es cuando se aprovecha la oportunidad para ello. Ha sucedido con todas nuestras principales constituciones, las de 1833, 1925 y 1980. En ese sentido esta Nueva Constitución es una notoria regresión. Remite permanentemente a eventuales decretos con fuerza de ley y reglamentos, y se promueve un Estado aun más fuerte de lo que ya es. Todo lo cual apunta a empoderar a presidentes, en especial si son de poca monta como el actual, si es que no a dictaduras, como ocurrió con la del 25, además de apuntalar a una Constitución fallida antes incluso de que se apruebe (¿qué es esto de que se aprueba para luego reformar, o si no?).
Es cierto, se establece una Cámara de Diputadas y Diputados con aspiraciones asambleístas, sin Senado, pero ello no significa que no se quiera funcionar al unísono con autoritarismos presidenciales. Populistas (como el chavismo) suelen emplear esta combinación de una figura personalista fuerte coludida con asambleas (constituyentes), avalados por un electoralismo permanente vía plebiscitos. Pierre Rosanvallon ha insistido precisamente en cómo prácticas “democráticas” hacen deslizar dichos regímenes hacia autoritarismos populistas. Todo comenzó con Napoleón III.
La clave radica en que esta Nueva Constitución no desconfía suficientemente del poder ni pretende fiscalizarlo o equilibrarlo. Al contrario, empodera a quien se hace de él y torna irreversible su manejo soberanista. Los frenteamplistas y comunistas —de sobra está decirlo— poseen ambos la debida “superioridad moral” para semejante propósito, cuestión que ellos mismos, por supuesto, se han encargado de notificarnos.
-¿Eres pesimista sobre el destino de Chile a partir del plebiscito del 4 de septiembre? ¿Ves amenazas autoritarias o populistas?
–Pienso que hay suficientes motivos para ser pesimista, o realista, llámalo como quieras, a partir de lo que se viene dando desde hace ya rato. Lo más probable es que todo se mantendrá muy en esa misma línea agravando aún más el declive del país. No me parece, por tanto, que precisemos de una decisión este 4 de septiembre y padecer lo que vendrá después, para confirmar que vamos a seguir estancados, hablando de la eterna crisis de Chile como lo hemos estado haciendo por más de cien años, teniendo que volver a escuchar que todo lo malo se debe a elites—como si quienes lo dicen no lo fuesen—, o que habrá que comenzar de nuevo desde cero, de llegar a imponerse la nueva estrategia, esto es, que el proceso constituyente ha de seguir ad infinitum cualquiera sea el resultado.
No creo en destinos inexorables, y menos si, al proclamar fatalidades irreversibles, les resulta conveniente atornillarse para un buen rato, a los de siempre. Después de todo, dicho planteamiento supone, en paralelo, erigirse ellos mismos en nuestros valientes salvadores que de Chile han de ser su sostén, y también los que han de conducirnos a la Tierra Prometida. Mesianismos democratacristianos, marxistas-leninistas, y nacional militaristas cum neoliberales hemos tenido de sobra en este apaleado país como para que otros retomen la posta.
–En tu libro La Escuela Tomada, sobre los movimientos estudiantiles de 2009 y 2011, hablabas de un aire revolucionario, jacobino, alentado, entre otros, por Gabriel Boric y Fernando Atria. ¿Qué recuerdas de esa época? ¿Crees que el tiempo te dio la razón?
–Lo que recuerdo de esa época quedó registrado en el libro. Trabajé muchísimo, fundamenté cada cosa que escribí, ahí está, puede consultarse. Si el tiempo me dio la razón, que juzgue el lector. En todo caso no me canso de decir que ese libro versa sobre cómo se destruyó una institución pública paradigmática, la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, desde adentro, esto es lo clave del libro.
Visto así el asunto, Boric y Atria fueron a lo sumo sintomáticos, y lo siguen siendo. Nuestro problema es que se continúe permitiendo que los Boric y Atria de este mundo se produzcan, cundan, multipliquen alrededor nuestro, y hagan lo que hacen con no poca ineptitud e improvisación como hemos estado viendo desde el 11 de marzo. Esto último, lo único que quizá nos ha salvado hasta ahora, pero son incansables y sin vergüenzas, así que no me confiaría en ello.
-A Boric lo conociste bastante como alumno. ¿Te ha sorprendido como Presidente? ¿Por qué?
–Dejé de sorprenderme de Chile cuando vi la portada de La Tercera del domingo 20 de octubre 2019 con los vagones calcinados en la estación del Metro de San Pablo y ese extraordinario titular que rezaba: “La crisis que nadie previó”. Lo digo no por el reventón sino por la liviandad con que ahí se le trataba. Si un golpe de esa magnitud sucede y se responde de inmediato, a plana entera, dando a entender que nadie sospechó siquiera que algo así podía ocurrir entre nosotros es porque hay gente en este país que ante tremendos problemas, cuál de todos más evidente y diagnosticado, opta por excusarse y lavarse las manos de manera descarada.
Que conste que lo dicen en Chile donde ha habido reventones, no de vez en cuando, sino en serie, y en circunstancias en que la violencia con que se acompañan, al final de cuentas, no ha servido de nada. Por tanto, que me preguntes que si Boric me ha “sorprendido” que llegue a La Moneda, mi respuesta es categóricamente NO, para nada, y menos si tiene padrinos, a la larga más potentes que votos en Chile. Estos últimos se pueden evaporar a las 24 horas del cierre de las urnas. Padrinos, en cambio, los tuvo en Derecho de la UCH. Profesores tan de izquierda como de centro y derecha cuando se tomaron la Escuela el 2009, por tanto por qué no habrán de seguir teniendo esperanzas de poder volver a entenderse con él, y él mismo siguiéndoles en el juego.
Pero, insisto, para qué me voy a repetir a mí mismo. Tengo demasiados otros libros y temas que escribir y tratar. Y, hace rato este capítulo que ha sido y promete seguir siendo este señor, aburre, y, a mi en lo personal, sobremanera.
–¿Has llegado a una reflexión final sobre la nueva constitución? ¿Vas a votar Rechazo o te vas a abstener?
–A una reflexión final, no, por supuesto no he llegado, ni pretendo llegar. No hay cosa juzgada en materias de historia. Y en cuanto al comicio ése, no estoy por avalar un proceso constituyente y plebiscitario que me parece un abuso de confianza, aunque los que sabemos, el establishment político y económico, a sabiendas que se desconfía de ellos, no deben sentirse muy seguros porque igual lo han decretado obligatorio y con eso creen que aseguran legitimidad. Otra patraña más.
–¿Qué opinas de la postura de Lagos, que no ha querido definirse? ¿La centroizquierda fue avasallada por los ultras?
–Cómo se va a definir Lagos si, de un tiempo a esta parte, viene jugando para todos los lados, y no le resulta. Respecto a lo segundo, no es que los ultras hayan avasallado ni que sean tan poderosos. Lo son en la medida que se les acepta el reto con que nos amenazan. Y también en gran medida porque han contribuido a normalizar lo anormal. Han vuelto extremismos y radicalizaciones como si fueran la cosa más común y corriente del mundo.
Nadie se avergüenza de tener ideas estrambóticas o insensatas. Está permitido decir lo que se les pase por la mente sin filtros. Se acepta que gente en las redes sociales se comporte como orangutanes con navaja. Se tolera que ineptos sin preparación nos gobiernen. Donde todo esto comenzó, en universidades públicas empezando por la UCH, las autoridades han preferido ser cómplices de esta naturalización del nuevo orden de cosas que se ha impuesto. Es el lugar que mejor conozco, por eso insisto en él, pero puede estar produciéndose lo mismo en muchos otros ámbitos que ignoro. Esta falsa sensación de normalidad —Nerón tocando la cítara, la banda haciendo sonar sus instrumentos, mientras Roma se incendia y el buque se va a pique— debiera preocupar más que todo el resto.
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