El columnista e investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad, Pablo Ortúzar afirma que los dichos sobre Panguipulli de la presidenta de RD, Catalina Pérez, representan la “decadencia, moral, política e intelectual” de ese partido; y que es desconcertante que no exista una mayor condena a la escalada de grupos violentistas con equipamiento militar en la Araucanía. Sobre la crisis migratoria, critica la política de mano dura de Jose Antonio Kast y la de puertas abiertas de la izquierda.
“En Chile la vida de un pobre no vale nada, ¿Cómo quieren que no lo quememos todos?”, escribió esta semana la presidenta de Revolución Democrática, Catalina Pérez, a partir del caso Panguipulli. ¿Qué representa para usted esa frase?
Un exabrupto emotivista propio de adolescentes. No de la cabeza de un partido político, cuyo deber es representar y conducir la acción colectiva. Tambien representa la decadencia moral, política e intelectual de Revolución Democrática, que se supone que venía a ofrecer una nueva forma de hacer política, una forma mejor, y han terminado simplemente reproduciendo en la política nacional los vicios de la política universitaria.
Algunos analistas han planteado que lo de la diputada es más bien una metáfora, una alegoría, y no un llamado a la violencia.
Ella dijo eso en su defensa. Pero cuando la metáfora coincide con hechos de la realidad -efectivamente fueron quemados la municipalidad y casi todos los servicios básicos de una ciudad completa- entonces hay que pedir disculpas, condenar la barbarie y dejar de hablar de esa forma. Ella ha sido incapaz de reconocer el contenido de su error. Mucho menos de pedir disculpas.
¿A qué lo atribuye?
En el origen de su hablar deslenguado y de su incapacidad para reconocer los errores está el mismo factor: la inmadurez de quien cree que esto se trata de su propio orgullo y no de algo exigido por el rol que le toca ejercer. La indisciplina del adolescente neoliberal incapaz de someter su subjetividad a estándares superiores, aunque dañe con ello a organizaciones y personas que se supone que considera valiosas y que su rol le exige cautelar. ¿Por qué cree ella que tanto militante bueno se va del partido? ¿Con qué cara va a ir después alguien de RD a pedirle votos a la gente de Panguipulli después de que su presidenta parece celebrar urbi et orbi que les quemen la municipalidad y todos los servicios básicos? ¿Cómo se puede hablar de justicia o bien común después de algo así?.
Usted, en carta a El Mercurio, pidió que RD cambie el tono altanero que, a su juicio, ha caracterizado a un partido que cada vez se hace más pequeño. ¿Qué diferencia a ese partido de otros, de izquierda y de derecha, en la clase política chilena?
Revolución Democrática ha tenido, hasta ahora, tres diferencias con los partidos tradicionales: ausencia de bases sociales, falta de filtro para llegar a instancias de representación y un fuerte lastre universitario en sus formas políticas. Han pagado muy caro cada una de esas diferencias. RD ahora es un satélite apagado, atrapado en la órbita del Partido Comunista.
¿Qué significado tiene para usted que el fundador de Revolución Democrática, Giorgio Jackson, haya guardado silencio en este caso?
Jackson tampoco ha entendido el importante rol que le cabe o le cabía jugar como el representante más votado de su partido. Ha dejado que las cosas pasen frente a él como en un sueño. Y se va a ir a estudiar a Inglaterra un interesante programa de posgrado, pero dejando un partido en ruinas y mucha gente desilusionada. A veces da la impresión de que ya le aburrió la política, de que le incomoda su rol. Muchos desde distintas veredas, esperábamos más de él y de lo que podrían haber construido desde la izquierda joven. La utopía regresiva en la que terminaron, la UP de papel maché, es algo lamentable no sólo para ellos o la izquierda, sino para toda la política chilena.
¿Cuál es, a su juicio, el trasfondo del caso Panguipulli?
Como dicen los abogados, hay que distinguir. Si dejamos que distintos niveles de análisis y fenómenos se mezclen y se equivalgan, al final no entendemos nada y el debate termina siempre en un empate inmoral entre bandos políticos enfrentados. Aquí hubo un operativo policial que terminó con la muerte de una persona. Eso abre dos o tres discusiones: primero, el caso particular, si hubo o no legítima defensa, si estamos o no frente a un caso de abuso o brutalidad policial. Luego, el problema general, organizacional: ¿Son justificables las atribuciones que hoy tiene carabineros? ¿Es razonable la institución del control de identidad? ¿Están debidamente entrenados para hacer uso de sus facultades de manera responsable? Finalmente, podría abrirse el problema de las personas en situación de calle con trastornos mentales. Es un tema complicado que, hasta ahora, nunca ha sido tratado seriamente.
Y luego está el ataque a la municipalidad.
Exacto, luego tienes el barbárico ataque de un grupo que incendia la municipalidad, una serie de servicios básicos necesarios para toda la comunidad y agreden a bomberos cuando intentan controlar las llamas, en una ciudad que es entera de madera. Respecto a esos criminales no veo justificación alguna. Quienes intentan romantizar sus actos son unos idiotas en el sentido griego y en el no tan griego del término. Lo importante, en cambio, me parece que es determinar quiénes son y si son parte de alguna organización criminal mayor. Ya hay un detenido por el caso y, ¡oh sorpresa!, no es un vecino de Panguipulli.
El Gobierno no cerró filas con el sargento que baleó al malabarista Francisco Martínez y el general director de Carabineros no se ha pronunciado frente al tema hace ya más de una semana. ¿Cuánto influye aún el fantasma del Caso Catrillanca en el control del orden público y la crisis de Carabineros?
El caso Catrillanca fue brutal, pues desnudó una serie de prácticas al interior de la institución policial que pulverizaron la confianza en carabineros de todos quienes seguimos el caso. Se mintió tanto, tan descaradamente, que muchos invirtieron en su cabeza la carga de la prueba: ahora se asume lo peor de carabineros, a menos que puedan probar lo contrario. Sin embargo, una injusticia no se soluciona con otra. Y yo no estoy dispuesto a exigir que se trate a un carabinero como asesino sin el debido proceso sólo para hacer un punto político, así como no estuve dispuesto a defender a quienes asesinaron a Catrillanca sólo para defender la institución de carabineros. La sociedad chilena está jugando un juego muy peligroso al convertir los procesos judiciales en circo romano y al celebrar la autotutela.
Algunas autoridades, como el ex ministro Jaime Mañalich, han dicho que en la agenda migratoria el problema no está en Colchane, sino en Caracas. ¿En qué medida concuerda o no con ese diagnóstico?
Hay un grave problema en Colchane cuyo origen es Caracas, sin duda. La migración ilegal es un problema serio pues castiga al migrante que cumple con los procedimientos, amenaza el estatus del que entra legalmente, fomenta el tráfico de personas, genera potenciales problemas de seguridad interior y, en tiempos de covid, supone también riesgos sanitarios, especialmente cuando se quiere evitar que nuevas cepas del virus ingresen a un país en proceso de inmunización masiva. Esto debe ser comprendido por quienes han saltado al cuello del gobierno por la expulsión de indocumentados. Sin embargo, el debate sobre cómo materializar aquello de ser la tumba de los libres o el refugio contra la opresión sigue pendiente.
¿Como se enfrenta ese debate?
Lo primero que me parece importante es reconocer que el deber de socorrer refugiados de un Estado fallido es a la vez un permiso para que la comunidad internacional intervenga esa unidad política degradada con el objetivo de habilitarla nuevamente para cumplir las funciones básicas de un país. No se refugia, en otras palabras, para subsidiar a una tiranía fracasada, sino por mientras se la reemplaza por un gobierno en forma. Donde no hay Estado, no hay soberanía que respetar. Esa reflexión exige de la izquierda terminar con la cháchara antiimperialista que han venido usando como última defensa contra el régimen de Maduro, luego de que todas sus excusas anteriores se hicieron trizas junto al “socialismo del siglo XXI”.
¿Lo interpreta más la mano dura de José Antonio Kast o las puertas más abiertas de la izquierda?
Ambas posiciones están entrelazadas en la escalada a los extremos. Se alimentan mutuamente. Y ninguna me convence, pues cada una me parece el puro espejo de la otra. Yo creo en la política que busca detener los conflictos miméticos, no en la que los alimenta. Los chilenos tendemos a la inmoralidad del “¿y cómo el otro?”. Nos rebajamos siempre al estándar más bajo con la excusa de que el adversario empezó. Tenemos que salir de ahí o nunca seremos un país civilizado.
Esta semana se produjeron quemas de camiones, cabañas y ataques a centrales eléctricas en la provincia de Arauco, en momentos en que se realizaba un juicio al comunero mapuche César Millanao por ataques incendiarios. ¿Cómo lo interpreta? ¿Cómo está gestionando el Gobierno el conflicto mapuche?
Yo he sido siempre un defensor de los parlamentos como paso inicial para componer las cosas con el mundo mapuche. No hay justicia sin verdad y es clave que todos entendamos la verdad respecto a la ocupación y saqueo de la Araucanía mapuche por parte del Estado chileno. Sin embargo, resulta desconcertante ver a personas como Pedro Cayuqueo, con quien comparto mucho diagnóstico, salir en la defensa de criminales y asesinos como Celestino Córdova y guardar completo silencio frente a la escalada violentista de grupos armados con equipamiento militar.
¿A qué atribuye esas posturas?
A veces da la impresión de un racismo invertido, propio del etnonacionalismo, en que se considera que las vidas de los no mapuches o de los mapuches que no están por posturas fanáticas dan lo mismo. Lo peor de todo es que esto hace añicos la causa mapuche y las simpatías que venía conquistando en grupos moderados. Si tenemos grupos extremistas armados en la Araucanía realizando operativos militares, la respuesta proporcional deja de ser la policial. Pasa a ser militar. Aquí hay gente, en ambos lados, que quiere convertir la Araucanía en una Irlanda del Norte. Y si las personas de bien de todas las tendencias no hacen ahora los esfuerzos para evitarlo, eso será justamente lo que tendremos. Triunfará el mal, dejando un nuevo reguero de odio y sangre como herencia a las generaciones futuras.
Usted señaló en algún momento que lo que más le había sorprendido a Jesse Norman cuando estuvo en Chile era el vacío en la derecha, que no tenía propuesta ni programa. Y, en su caso, dijo que no sabía si RN existe y que la UDI andaba recogiendo boletas. ¿Sigue pensando lo mismo?
Ha pasado agua debajo del puente. Pero la derecha iletrada es dura de cabeza. Piñera alcanzó a hacer campaña con las ideas de la derecha social, recogiendo algunos eslóganes del movimiento intelectual y político que ha venido brotando en el sector. Sin embargo, para gobernar volvió a Libertad y Desarrollo y las desgastadas fórmulas Chicago-Gremialistas. Las primarias de ahora son muy promisorias en ese sentido: uno revisa entre los candidatos y hay un consenso general en avanzar hacia un estado social subsidiario. El debate clave está en los detalles, que es donde se esconde el diablo libertario. Y ahí hay mucha gente, desde distintas miradas, que tienen mucho que decir y aportar. Germán Vera, por ejemplo, ha cubierto el flanco débil de Desbordes, que era el económico. Hugo Herrera ha puesto en movimiento interesantes conceptos políticos. Hay grupos interesantes trabajando en el programa de Sichel. E Ignacio Briones sin duda será por sí mismo un gran aporte programático. Matthei sigue empujando nociones estatalistas alemanas, y Lavín va a tener que ponerse a tono.
¿Piensa que todo eso será parte de un debate amplio en las primarias de Chile Vamos?
Estas pueden ser primarias de una enorme importancia ideológica para la derecha, y darle un impulso programático que la proyecte en el tiempo. Por otro lado, a nivel de candidatos constituyentes también aparecen voces nuevas e interesantes a las que hay que ponerle atención. Es el caso, por ejemplo, de Tomás Mandiola, Alejandro Fernández, Magdalena Barriga y José Luis Ossa. Es bueno darse la pega de revisar los candidatos jóvenes, no sólo de la propia circunscripción, y ver lo que hay. Resulta esperanzador en muchos casos.
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