Se quemó el fusible, el pararrayo que concentró todo el odio a una generación que nos esperanzó hasta desesperarnos. El ministro Jackson en torno a quien todas las maldiciones posibles e imposibles giraron estos meses, terminó por irse un día cualquiera, el día menos pensado, un viernes frío de invierno. Ese elemento sorpresa, ese empujar lo inevitable hasta que ya sea demasiado tarde, parece ser parte de un modus operandi presidencial. Una forma de hacer las cosas, o no hacerlas a tiempo, de la que creo que Jackson fue más víctima que victimario.
Despedido sin cambio de gabinete de por medio, entregado a cambio de nada, su renuncia fue más que un acto político, un sacrificio ritual. Una manera muy generacional de alejar el contagio de los “perdedores” y dejar el que lleva la mala noticia fuera del palacio. ¿Por qué ahora y no hace un mes o en un mes? Las razones no son, me temo racionales, sino que tienen que ver con esa mezcla de tincadas y necesidades que componen el modus operandi presidencial últimamente. Una necesidad ciega de lealtad que nadie, a no ser la ministra Orellana siempre al lado, puede satisfacer.
Giorgio se fue. ¿Qué tenía Giorgio Jackson de tan odioso o de tan valioso para que la política chilena girara en torno a él durante tantos meses? Jackson fue odiado por lo mismo que fue querido, por decir exactamente lo que piensa en el minuto menos pensado.
Lo amaron por ser joven, y lo odiaron por lo mismo. Lo amaron por ser de la Católica y lo que terminó por hundirlo fue eso. Esa manera de tejer redes de amistades y compadrazgos aprendidas de otra generación de exalumnos de la católica: El MAPU, que los militantes del NAU y luego de RD siempre admiraron. Claro que el MAPU creía en la revolución primero y luego creyó en la democracia. Nadie en esos tiempos, más rigurosos que los de hoy, podía creer en las dos cosas a la vez.
A Jackson le faltó lo mismo que le sobró: Picardía. Se metió en líos y dejó que sus cercanos se metieran en líos también. Líos de plata y líos de falda y pantalones bastante pocos heroicos ambos. Escenas raras, contabilidades imaginativas, pero sin humor, sin gracias, sin sonrisa. Todo en un tono serio, moralizante, culpabilizador, culpable, pero no de todo culposo. Una desgracia sin gracia que no logró nunca apiadar a nadie. La imagen de un político capaz de articular grupos de poder, de pensar estrategias a largo, corto y mediano plazo, pero carente del placer de seducir, de encantar, de convencer del todo. Un político que no sabe mentir, pero tampoco sabe decir del todo la verdad. Un chileno muy chileno, pero con un nombre y apellido gringo, educado en alemán, que de alguna forma no entiende los chistes, o no entiende que la vida entera es un gran chiste.
Eso que no hay muerto malo, me parece una gran cosa. Es lo único que permite aceptar tu propia muerte, saber que van a hablar bien de ti después. Creo que el primer Jackson, el de las marchas del 2011 fue una figura importante, útil y necesaria en una política anquilosada en sí misma.
El Jackson de entonces dijo algunas verdades que era importante decir y permitió que muchas personas que no tenían acceso a la educación superior la tuvieran. Al margen del real alcance de esos cambios, creo que encausó el debate hacia un lado que necesitaba ser encausado. No+Lucro me parece que dio en el clavo de una necesidad o de un descontento que desvirtuaron los no son 30 pesos y otras vaguedades inconducentes.
Lo que paso después era quizás también inevitable. Esperar de los jóvenes madurez, sabiduría, experiencia, pureza y constancia era un absurdo. Haber creído en ese absurdo fue su fatal error al que se dejó arrastrar el propio Jackson y gran parte de su generación. Casi adolescente Giorgio pensaba como adulto; era esperable que de adulto pensara como adolescente.
La política no era una vocación primera pero el poder enloquece a todos, más aun si se lo mezcla con la idea de pureza o de redención. Jackson manifestó sus ganas de estudiar en Inglaterra en vez de quedarse en Chile gobernando. No se cuán real haya sido su deseo, pero todo indica que hubiese sido para él un mejor destino. Su indudable inteligencia, su audacia, el conocimiento de Chile y su realidad merecen otra oportunidad lejos de las elecciones, en el mundo de la técnica que le interesa mucho más y para el que está mejor dotado.
Jackson hizo muchas cosas mal, pero debo confesar que nunca logró caerme mal. Quizás esto me convierte en un ser extraño en un país que está de acuerdo en solo una cosa: odiarlo.
Nadie merece ser parte de ese reality show en que hemos convertido la política nacional. Él ha sido parte de quienes nos han arrastrado a eso, pero todos los pecados que haya cometido o dejado de cometer lo ha pagado con creces en esta vida. Deja en el camino solo y huérfano al presidente, a cargo de un equipo en que conoce a cada vez menos personas y en que tampoco parece saber muy bien qué papel cumplir. Espero, por todos nosotros, que sepa encontrar ese lugar.
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