José Rodríguez Elizondo parte su último libro con el que acaso es el punto que más controversia genera de la propuesta constitucional: la plurinacionalidad. Un concepto que, dice, le provocó perplejidad jurídica, algo que en realidad era asombro.
Explica: “Porque la incorporación y la separación de entes territoriales habitados no suele relacionarse con el derecho, sino con procesos traumáticos: el resultado de una guerra interna, la pérdida de una guerra convencional, un acuerdo posguerra mundial, la implosión de un Estado matriz (…) Comparativamente, nuestros convencionales constituyentes han esterilizado un caso excepcional: un proceso de fragmentación pacífica del Estado propio por mayoría de votos. De aprobarse por la ciudadanía, sería otro de los ejemplos que Chile gusta de propinar al mundo”.
Eso está en el primer capítulo de Vía constitucional a la revolución. Chile entre el estallido, la plurinacionalidad y el plebiscito (Athenalab, 2022, 247 páginas), que acaba de publicar el escritor, periodista, académico y diplomático. Y esa inquietud, es decir la trazabilidad de cómo se fue instalando esa idea en el borrador que se plebiscitará, es uno de los ejes del libro.
Porque, dice Rodríguez, la clave del borrador constitucional está en “la conversión del Estado-nación en un Estado de naciones”. Una paradoja enorme, dice, porque “los convencionales fueron elegidos para legitimar reformas imprescindibles del Estado unitario y no para liquidarlo”.
Los textos de Vía Constitucional a la revolución… provienen de publicaciones que Rodríguez hizo en El Mercurio, La Tercera, El Sur, El Líbero, Ex-Ante, Biobiochile.cl; Criterio, de Argentina; Perú 21 y La República, de Perú; Página 7 y La Razón, de Bolivia. Son columnas, cartas y entrevistas. Textos que parten en septiembre de 2019 y cierran en mayo de este año.
El primer texto –Cuando la memoria no consigue hacerse historia– es del 13 de septiembre de 2019 y advierte de las relecturas que ya por aquel entonces comenzaban a hacerse del golpe y la dictadura, un mecanismo para llegar a la reescritura de la transición.
Anota: “casi medio siglo después, una minoría de chilenos ideologizados, de izquierdas y derechas, prefiere verlo de manera unidimensional. Para ellos, hubo un suceso que paralizó la historia y no un proceso que ya debiera ser historia”. Una discusión que le hace entender por qué la reconciliación de los noventa le parece ahora utópica. Hay señales feas en el horizonte, advierte allá hace casi tres años. “Si no las decodificamos rápido, demasiado tarde comprenderemos que, si hubo una causal aislable del golpe de 1973, fue la polarización política a la que nos resignamos”.
Así parte este libro, el diario de un estallido, una pandemia y una Convención.
Otra generación. Rodríguez es de esa generación que ha empezado a hacerse oír recién este año, a partir del cambio en la dirección del viento que los matinales fueron los primeros en captar. Se puede discrepar de lo que opina, pero se trata de un grupo humano capaz de sostener una conversación política sin cancelar a nadie ni, tampoco, victimizarse.
Por el libro pasan advertencias en que Rodríguez va marcando en rojo los puntos que le interesa destacar para futuro: esos que van a confluir en el borrador constitucional.
En Eufemismos chilenos seleccionados (diciembre de 2019), por ejemplo, repasa cómo se ha estado hablando en medio de la crisis y recuerda la neohabla de Orwell:
“A más de 50 días de destrucción empírica de Chile, muchos –sobre todo en la tele– siguen hablando de ‘manifestaciones pacíficas’. Calza perfecto con el primer lema orwelliano: ‘La Guerra es Paz’”. O: “En vez de ‘subversión’ –voz lexicológicamente más certera– hemos escuchado, sucesivamente, ‘protesta social’, ‘resistencia’ y ‘estallido’. Solo una fuerza política se acercó a la franqueza, planteando que el Presidente debía renunciar”.
Más adelante, en noviembre de 2021, escribe Elogio de la violencia y el retorno de los brujos, columna que termina con una idea temible:
“Comienzo a sospechar que las legitimaciones y proyecciones de la violencia callejera –con vandalismos y saqueos incorporados– son la forma nueva que está adoptando la polémica sesentista sobre las vías revolucionarias para imponer la justicia social. Ese debate que, con Fidel Castro como heraldo, socavó las bases de las democracias realmente existentes y, como la fábula del aprendiz de brujo, terminó reinstalando la violencia de las dictaduras”.
La promesa refundacional y la realidad. La parte de las columnas se cierra con un ruego: que Chile, pide, al final de este proceso “no quede en la peor posición política, diplomática, estratégica y geopolítica de su historia”. Una solicitud que viene del diagnóstico que párrafos antes ha hecho de estos últimos cinco meses, que parte de las consecuencias de haber justificado la violencia “para lograr la felicidad” pero ignorando “que también ‘los buenos’ necesitan la fuerza legítima para gobernar”.
Y sigue: “De aquello deriva el desborde del Estado y el terreno resbaladizo que quedó para los jóvenes paritarios que hoy gobiernan. Sus problemas se expresan, día a día, en la confusión de su promesa refundacional con la realidad del enjambre de crisis que enfrentan. Además, un terrorismo focalizado, pero in crescendo, los obliga a asumir la parte más ingrata del sistema repudiado: la fuerza legítima del Estado. Y como si eso fuera poco, tienen a la vista un presente griego de envergadura histórica: el proyecto de fragmentación nacional constitucionalizado”.
Cuando se aquieten las aguas y el octubrismo vaya quedando en sus justos límites, lo que va a empezar a aparecer son las ideas. Y sea cual sea el resultado del plebiscito, Vía Constitucional a la Revolución es un adelanto de los libros que comenzarán a aparecer el cinco de septiembre (Los Libros del Día Después, debiera llamarse la colección); libros que estarán llenos de desencanto de lado y lado pero en los que el país, al fin, pueda hacerse las preguntas que no se hizo en tres años sin que le respondieran con lugares comunes o funas.
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