Esta semana un avión que estaba repatriando un grupo de inmigrantes venezolanos que había ingresado a Chile de forma ilegal no obtuvo el permiso necesario para poder aterrizar en Caracas. Desde el gobierno se dijo que lo ocurrido era de toda normalidad. Se dijo que no fue más que un asunto de papeles.
Pero lo cierto es que todos saben que no es verdad. Es obvio que la razón es política y no burocrática. Y es claro que la explicación del gobierno se hizo con la obvia intención de maquillar lo que bajo cualquier otra circunstancia se catalogaría como un bochorno.
El problema es que el asunto no pasó desapercibido. No es como si todos los días se están deportando venezolanos y que un incidente del tipo pasaría colado. Tampoco es como si fuera fácil deportar cuando finalmente se logra deportar.
El director del Servicio de Migraciones del gobierno anterior, Álvaro Bellolio, contaba en entrevista que se demoraba meses en programar un vuelo y usualmente lo lograba finiquitar solo después de un gran nivel de coordinación y esfuerzo político.
Al parecer lo que ocurrió ahora es que el gobierno actual, mediante su servicio respectivo, se trató de saltar el canal regular y simplemente actuar. Actuó de forma rápida y descuidada y lo hizo a plena vista de todo el país. Probablemente, por lo mismo, nunca dará un motivo verosímil para explicar por qué el vuelo falló.
Pero, el daño ya está hecho. Para la mayoría, el incidente se explicará por dejación, falta de oficio, y amateurismo. Verán que el gobierno se aproximó a una situación delicada como si fuera un problema cualquiera.
Pero, a todas luces, considerando que más que un hecho aislado parece ser parte de un patrón, hay otra explicación, algo más rebuscada, que calza mejor con lo ocurrido.
Ocurre que el gobierno, representado por el presidente, observa y procesa la realidad con un filtro ideológico. Como el artesano que tiene un martillo y ve todo como un clavo, el gobierno piensa que todos los problemas se resuelven con su ideología.
El asunto se observa con obviedad en el tema constitucional. La izquierda -el Frente Amplio, el PC y otros partidos y movimientos satélites- siempre han argumentado a favor del reemplazo estructural y en contra del cambio gradual porque lo segundo implicaría mantener la esencia de lo vigente, lo que incidentalmente es lo opuesto a lo que su ideología propone.
Sabiendo bien que el método de “en la medida de lo posible” logra resolver más en promedio que el método del “todo o nada”, ha escogido permanentemente lo segundo para no “venderse al sistema” y “perpetuar la doctrina del extractivismo”. Así, ha justificado su “resistencia”: haciendo “lo correcto”.
Es por lo anterior que resulta tan absurdo como irónico que ahora tenga que decidir entre la Constitución de Pinochet y la Constitución de Kast. Pero ese es otro tema.
En lo inmediato, lo relevante no es lo constitucional, es lo contextual, lo coyuntural.
Y en eso, la muletilla de usar la ideología ha traído serios problemas. Pues bien, en el esfuerzo de tratar de resolver lo cotidiano en consistencia con lo político, el gobierno ha dejado de actuar oportunamente. Ha dejado de hacer lo que su función le exige hacer.
Porque lo racional no siempre se alinea con lo ideológico, y porque el gobierno suele privilegiar lo segundo por sobre lo primero, se ha encontrado actuando regularmente de forma irracional. Para satisfacer su pensamiento, ha debido sacrificar gestión.
El ejemplo más notorio es en lo económico. Cuando fue oposición, el actual gobierno empujó por los retiros de fondos de pensiones sabiendo que vendría con consecuencias relevantes en el ámbito de los precios y que a su vez eso desencadenaría en una secuencia de decisiones difíciles pero necesarias que finalmente impactarían negativamente sobre las capas socioeconómicas más vulnerables.
Pero decidieron actuar de igual forma. Decidieron forzar los retiros porque a pesar de ser un acto irracional, era a lo menos un acto ideológicamente consistente y conducente a su objetivo político y electoral.
Hoy, los chilenos siguen sufriendo de las consecuencias de aquello. Mientras que la otrora oposición se lava las manos, y el gobierno actual anuncia que las cosas están mejorando todos los meses, la inflación ha durado casi dos años o más y sus consecuencias siguen cobrando bienestar. Qué mejor forma de verlo que en las tasas de interés, que, por su permanencia, han hecho inalcanzable el sueño de la vivienda propia para millones de familias.
Otro ejemplo, en la misma línea, está en el tema de la seguridad pública. Al desconocer el problema de raíz, y no actuar a tiempo, el gobierno profundizó y postergó la solución.
Por supuesto, qué duda cabe que lo hizo por razones ideológicas. Primero, no quiso admitir el alza de incidentes de terrorismo en la macrozona sur porque significaba cargarse a los pueblos originarios. Después, no quiso admitir el alza y el alcance de la crisis de seguridad para no perder el plebiscito. Y, finalmente, no quiso reconocer la evidente asociación entre la tendencia y la inmigración ilegal para no ser acusado de ser de la derecha nacionalista.
Ahora, el problema está descontrolado. Hay que decirlo, la situación está lejos de ser “normal”, y no tiene nada que ver con lo que reportan o dejan de reportar los medios de comunicación.
No se condenó la violencia cuando se tenía que condenar, se les dio ficha libre a los delincuentes cuando no se les tenía que dar, y se minimizó la incidencia de la crisis en la vida diaria de las personas. El haber decidido conscientemente no tomar pequeños pero importantes pasos desde el comienzo, ayudó a profundizar la crisis de seguridad.
El sector que conformó la oposición en el periodo anterior y que hoy conforma el gobierno, ha preferido consistentemente proteger la integridad de sus ideas antes que conceder que casi siempre es mejor avanzar de forma lenta pero segura, incluso si implica alinearse con quienes piensan distinto.
Al proteger su idea de fronteras flexibles, al no querer entrar en el fondo del debate sobre por qué miles de personas están escapando de Venezuela y caminando hacia Chile, y haber derechamente prometido amparo a quienes han ingresado de forma ilegal, ha contribuido a alimentar los problemas asociados a la inmigración irregular.
Al empujar por los retiros de fondos de pensiones como oposición, y una gran reforma tributaria y una ambiciosa reforma previsional como gobierno, ha contribuido a mantener la incertidumbre alta y la economía débil.
Y al no ser capaz de reconocer, constatar y condenar la violencia en todas sus facetas, independiente del motivo, su objetivo, o del estado legal o el origen del violentista, y no darle mayor poder o su beneplácito a las Fuerzas Armadas y a los representantes de la Justicia para poder detectar, arrestar y castigar a quienes violan la ley, ha contribuido a la crisis de seguridad.
En todas sus facetas, el gobierno ha puesto su ideología ante la racionalidad, y mientras que aquello le ha permitido mantener su base de apoyo, y no hundirse bajo el 25% de apoyo, le ha servido para poco más que eso. Mientras que por fuera se ven como errores-no-forzados hechos por amateurs, por dentro se justifican como fin a un medio.
El problema del vuelo fallido es un ejemplo de eso. Es el producto de una insistencia ideológica irracional, que además retrata a la perfección cómo y por qué es gobierno no ha logrado, y probablemente no logrará, despegar.
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