La sorpresiva e inédita visita del presidente de los Estados Unidos Joe Biden a Israel, un país en estado de guerra sobre cuyo cielo siguen volando misiles de Hamas y Hezbola, ha sido un acto que revela no sólo el vigor con que el presidente norteamericano está enfrentando la situación mundial y de su propio país, sino también la inquebrantable solidaridad de los EE.UU. con Israel tras la incursión terrorista de Hamas, respaldo que ha sido replicado con visitas en terreno por los primeros ministros de Alemania e Inglaterra.
Sin embargo, también la visita sirvió para expresar la grave preocupación de Washington tanto respecto de las decisiones estratégicas y militares de Netanyahu como por las consecuencias de la crisis humanitaria que se deja caer sobre la franja de Gaza.
Con una franqueza poco común en la diplomacia, Biden le dijo a Netanyahu que sería un error invadir con tropas la franja de Gaza y le recordó que la ira, por justa y justificada que sea, no es la mejor consejera en cuestiones militares y políticas.
El telón de fondo son las secuelas que podría tener un largo período de ocupación de Gaza tanto en vidas humanas de ambas partes como la regionalización del conflicto con la apertura de nuevos frentes con El Líbano, Siria e Irán; en otras palabras, el peligro que la incursión terrorista del infame día 7 de octubre termine satisfaciendo los objetivos de Hamas.
Es que lo de Hamas, realizando asesinatos y humillaciones de una crueldad y barbarismo desconocidos y filmándolos para divulgarlos por las redes sociales, lo que busca es justamente instalar el terror en la población israelí y provocar una respuesta descomedida de Israel para echar por tierra los acuerdos de Abraham con los cuales los países árabes (Marruecos, EAU, Baréin y prontamente Arabia Saudita) estaban normalizando sus relaciones con el estado judío.
El proyectil que cayó sobre el estacionamiento del hospital Al Ahli en Gaza causando la muerte de centenares de personas provocó automáticas reacciones de todos quienes -incluyendo a nuestro presidente Boric- no ocultan su antipatía hacia Israel. La gira de Biden quedó en parte frustrada pues los líderes de Jordania, Egipto y la Autoridad Nacional Palestina suspendieron un posible encuentro con el presidente de los EE.UU. a raíz de la explosión.
Hamas acusó a Israel y el mundo árabe se llenó de manifestaciones contra “el genocidio”. Pero, con acuerdo a las pruebas que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) expusieron en una conferencia de prensa el miércoles temprano, la causa de la explosión del hospital habría sido que el grupo Jihad Islámica disparó 10 cohetes a las 6:59 p.m. hora local desde un cementerio cercano al hospital y uno de los cohetes cayó a tierra prematuramente e impactó en el estacionamiento fuera del hospital.
Biden, junto con respaldar la versión israelí respecto del proyectil que cayó sobre el hospital Al Ahli, una acusación contra Israel que los palestinos han puesto en el centro de la batalla comunicacional provocando una ola de protestas en todo el mundo, aprovechó el viaje para concordar con Israel y Egipto el paso de ayuda humanitaria que está varada en el paso de Rafah que separa a Gaza de Egipto, siempre y cuando dicha ayuda no sea administrada por el grupo Hamas o sirva a su infraestructura o su abastecimiento, algo que ha sido criticado por familiares de las personas secuestradas por Hamas.
Israel, con razón, sabe que debe destruir a Hamas. Del mismo modo como EE.UU. y sus aliados lo hicieron con Al Qaeda o con ISIS, pues se trata de una cuestión existencial. Un movimiento terrorista en su frontera cuyo propósito es la eliminación de los judíos y destrucción del estado de Israel resulta intolerable y después del 7 de octubre parece ser algo urgente de acometer para asegurar a su población que Israel sigue siendo una casa segura para los judíos y que los palestinos solo podrán construir un estado propio que no sea una amenaza vital para Israel.
Pero la cuestión de fondo sobre la que Israel deberá decidir es si acaso esto se logrará causando daños irreparables al pueblo palestino y retrocediendo décadas en sus relaciones con el mundo árabe y los países vecinos o bien buscando aliados, ofreciendo caminos de reconocimiento al pueblo palestino y aislando política y militarmente al terrorismo.
Como lo dijo Amos Harel, un analista militar de Israel en el diario Haaretz, un primer ministro que siempre ha puesto su interés personal por sobre el de su país y que se encuentra cuestionado por gran parte de la población israelí y un mando armado con culpa por los fallos de seguridad que evidenció la incursión de Hamas, no constituyen el mejor elenco para tomar reflexivamente decisiones políticas y militares dramáticamente urgentes pero que tendrán consecuencias de muy largo alcance.
Por eso hizo bien Biden en asistir personalmente a un Israel dolorido y angustiado para que no queden dudas acerca del respaldo y la opinión norteamericana. La prioridad es que Israel y la comunidad internacional logren desarrollar una exitosa negociación para liberar a los rehenes lo que permitirá al mundo ver a Hamas como lo que realmente es: el ISIS palestino.
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