El gobierno de Gabriel Boric y la Convención Constitucional están inextricablemente ligados. Si a uno le va bien, al otro le va bien. Si uno fracasa, fracasan ambos. Parte de la razón es porque son el mismo grupo de personas. Quiénes toman decisiones en el gobierno son quienes toman decisiones en el ex congreso nacional. Es todo parte del mismo esquema.
La coalición del presidente Boric es la que apoya a los arquitectos intelectuales del proceso constituyente, Jaime Bassa y Fernando Atria, y a su vez, son esos constituyentes quienes han pavimentado la razones que justifican tener a Boric en el poder.
Aunque no sea la relación pública mas llamativa de todas, es evidente que tienen los unen una serie de objetivos políticos comunes. Probablemente el más importante sea el de sacar adelante la nueva Constitución, sine qua non para mantenerse en el poder. Es solo si esa Constitución se aprueba que podrán proclamar la muerta definitiva del fallido sistema neoliberal (según ellos impuesto por la dictadura y cimentado por la Concertación) y sentenciar el nacimiento de su propio modelo (según ellos un contrato social justo que finalmente pondrá fin a todas las desigualdades de la sociedad actual).
Si bien es importante evaluar si ese nuevo modelo tiene sentido, o si siquiera pueda ser funcional en la práctica, es oportuno analizar cómo el gobierno y los constituyentes se están perfilando para conseguir su objetivo. Para esto, es fundamental constatar que aquello es en efecto el objetivo. Y para eso no hay nada mejor que recordar lo que el mismo presidente sostuvo al comienzo de su gobierno: “cualquier resultado será mejor que una Constitución escrita por cuatro generales”. Si nada más, es un cheque en blanco a la Convención, y de pasada un endoso a sus principales diseñadores.
La apuesta de Boric, a esta altura, se enriela con la de los constituyentes porque el costo de perder en el plebiscito sería demasiado alto para ambos. Por una parte, los constituyentes quedarían absolutamente desacreditados y el gobierno a un paso de una crisis épica. Mientras que una victoria del Apruebo funcionaría para reencaminar a la administración de Boric, y potenciar la legitimidad de las ideas de Bassa y Atria, entre otros, una victoria del Rechazo obligaría a repensar no solo en la legitimidad del actual presidente, sino que además a reflexionar sobre el diagnóstico intelectual que condujo al proceso constituyente.
En esta matriz de potenciales resultados se asoman varios problemas. El primero tiene que ver con la magnitud de la diferencia en el resultado del plebiscito, pues, aunque gane el Apruebo, no es necesariamente cierto que el gobierno y los constituyentes escaparán sin daño.
Es probable que independiente del resultado, la próxima Constitución se transforme en una especie de separador de aguas, entre los chilenos que voten a favor y los chilenos que voten en contra. Naturalmente la fuerza de la división, y su persistencia en el tiempo, dependería de la estrechez del resultado.
Pero el principal problema con el plan de realineamiento (dependiente del resultado del plebiscito) es que pareciera ser un plan imposible de coordinar. Más allá de la voluntad de Boric, Bassa y Atria de conducir la nave hacia el puerto, no parecen tener la capacidad de conectar la rueda con el timón. En ese sentido, el plan parece ser solo ejecutable de darse una incierta e impredecible secuencia de eventos. Y aunque ahora parezca posible, e incluso probable, que el barco finalmente pueda atracarse al puerto, hay serias dudas de que podrá volver a zarpar otra vez.
La lógica de la serendipia se puede observar constantemente en la Convención Constitucional, que más que cualquier otra cosa parece avanzar a patadas, desordenadamente, y creando más polémicas que acuerdos. Es evidente que el borrador constitucional a plebiscitarse será un texto redactado por la izquierda y los pueblos originarios, y que si finalmente se logra aprobar será a pesar de los constituyentes y no gracias a ellos. Pues en qué otro proceso se ha buscado refundar todo sin considerar nada de lo actual. El diseño es claramente lo fallido, y por lo mismo es hasta contraintuitivo pensar que se pueda apoyar algo tan mal hecho.
Algo similar ocurre con el gobierno, que como la Convención debutó con el endoso de la inmensa mayoría de los chilenos, pero que al poco andar ha probado lo problemático de dibujar inferencias de poblaciones reducidas. En cinco semanas, el gobierno de Boric no se ha anotado con ninguna solo victoria relevante. Aunque algunos hayan sostenido que lo ocurrido con los proyectos de retiros previsionales podrían serlo, es evidente que no es el caso. Boric mandó un proyecto, y en los hechos, los diputados se lo rechazaron. Es imposible interpretar el resultado como algo útil para el gobierno.
Si además se considera la magnitud de la popularidad de los retiros, y la forma en que la gente ha increpado al presidente en la calle desde que se rechazó el proyecto, sería ingenuo pensar que la posición actual del gobierno (“lo mejor es que no se hayan aprobado los retiros”) sea la definitiva.
Y en esa dinámica, se encuentran muchas de las razones de por qué el presidente no se ha logrado instalar en el poder, y por qué la Convención llevó a la ciudadanía a comenzar a considerar el Rechazo como una opción legitima. Resulta que improvisar constantemente, retractarse reiteradamente, y confundir a la gente, nunca es una buena idea en política.
A ratos da la sensación de que si finalmente gana el Apruebo, habrá sido contra toda lógica. Pues, sus principales exponentes han recogido e reinterpretado las ideas de las personas de tal forma y con tanta frecuencia que es absolutamente posible que la gente se dé cuenta que lo que le están ofreciendo es algo completamente diferente a lo que estaban pidiendo. Al mismo tiempo, aunque sea posible que el presidente remonte en sus índices de opinión pública, hay dudas de que pueda ocurrir por mérito propio, pues tal como los constituyentes, ha mostrado ser experto en cometer errores no forzados.
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