El 21 de marzo de 2023, en Playa Ancha, Valparaíso, unos 15 colegios, jardines infantiles y dos sedes universitarias, UPLA y U. de Valparaíso, suspendieron sus clases, ante el peligro de la realización de un funeral narco. El difunto, Camilo Rojas, de 27 años, había sido asesinado en su vehículo con unos 30 tiros, frente al colegio Las Acacias.
Ese mismo día, el Tribunal Constitucional rechazó, en fallo dividido, un requerimiento de la oposición para declarar la inconstitucionalidad de 7 de los 13 indultos presidenciales. Fue una decisión política y en bloque.
El 22 de marzo, el alcalde Carter de La Florida hizo demoler una cuarta narco-casa, como si no hubiese sido suficiente la destrucción material desplegada a partir de la asonada de octubre de 2019.
El funeral narco que obligó a suspender clases, la decisión partisana del Tribunal Constitucional en favor de los indultos presidenciales, y la demolición de la cuarta narco-casa ejecutada por Carter, coinciden en el tiempo. Los dos primeros configuran la imagen de una autocomplaciente reivindicación tanto de la impunidad como de la delincuencia, en detrimento de las auténticas víctimas de la violencia, pero en favor de una paz social inexistente. Mientras que la opción extrema de demoler narco-casas hace evidente la ausencia, ceguera y negligencia del Estado en materia de seguridad.
Estos tres acontecimientos conforman la imagen del inicio de la guerra de todos contra todos: una muestra más de la proverbial excepcionalidad de Chile para lo intrínsecamente malo.
Pero estos hechos son parte de un acontecer mayor y trasuntos del alma colectiva. La disolución de Chile, su ruina institucional, material, moral y espiritual, su pendiente a la barbarie y a la guerra de todos contra todos, iniciada en octubre de 2019, se han ido profundizando, a través de hechos cuyas imágenes configuradas dan cuenta de una nivelación y una apoteosis tanto del crimen organizado y el narcofascismo como de las fuerzas disolventes que han colaborado en su avance.
Entre otros, la larga tierra arrasada de los incendios de Viña del Mar y el sur de Chile. Los indultos presidenciales, que siguen siendo una legitimación retrospectiva del octubrismo y el lumpenfascismo que llevaron a Boric al poder, además de las tinieblas que siguen rodeando su decisión hasta ahora. Las amenazas del lonko de Temucuicui con un levantamiento, y el exhibicionismo de Llaitul ostentando su poder de fuego. La insoluble crisis migratoria en el norte. El incremento en las cifras de homicidios. Y los sismos y la actividad volcánica, junto con la muerte y sacrificio masivos de animales.
No obstante, la suspensión de clases debido a un funeral narco, al paso de un cortejo fúnebre de un difunto acribillado, a su vez, frente a un colegio, representa una ruptura de nivel en el avance del crimen organizado, debido a sus implicaciones. Es la imagen de una polarización extrema y forzada: la educación y el narcofascismo. Colegios, jardines infantiles y universidades deben replegarse ante la prepotencia y los privilegios especiales del crimen organizado y su poder de fuego, permitidos y protegidos por el Estado, en último término, puesto que la fuerza pública no actúa. Parece ser una continuación, por otros medios, de la destrucción de los liceos históricos en Santiago.
Considerando el destino humano, cultural y espiritual comprometido en la formación, la educación y el florecimiento, que éstas deban medirse y competir con el crimen organizado, si no someterse a su destrucción programáticas en función de sus intereses, representa el triunfo de la barbarie y del imperio de la muerte, cuyo trofeo es y será el hundimiento consolidado y celebrado de Chile como Estado fallido.
El gobierno de Boric no es el único responsable en la nula prevención de este final atroz. Pero sí coincide, temporal y espacialmente, con la liberación y proliferación del crimen organizado y su psicopatía estructural, cabalmente el corazón de las tinieblas, cuya maldad absoluta se cumple y realiza en la aniquilación por la aniquilación, en función de la avidez, la vanidad, la riqueza y el poder.
Y se trata de una coincidencia significativa, en términos de Jung, puesto que esa negligencia madura, nunca dimensionada en su extrema peligrosidad y, al cabo, desrealizada, coincide tanto con el estado del alma colectiva como con lo que el oscuro gobierno de Boric representa, incluso más allá de él: las fueras disolventes de la madre terrible, la tierra arrasada, la disolución, la nivelación y la refundación, en cualquiera de sus formas.
Éste parece ser el principio del fin. Y que tal acontecimiento escandaloso haya tenido lugar en Valparaíso, escenario de otros inicios nefastos, es una expresión más de su obscena miseria espiritual, que se place en la lumpenización, la inmundicia, la pseudoestética carcelaria y la vileza como trofeos y modelos a seguir, incluso teóricamente. Valparaíso deviene así la imagen del corazón de las tinieblas encubierto por la falsa paz social de Boric y su horda. Valparaíso, una vez más la ciudad maldita: cuna de golpes de Estado.
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