Tras el cónclave oficialista y la elección de Vlado Mirosevic como presidente de la Cámara, el progresismo dio un paso clave hacia su rearticulación. Consolidarla nos obliga a preguntarnos por qué y para qué estamos juntos.
Primero lo evidente: lo que une hoy al progresismo es el ejercicio del poder. Cohabitar el Gobierno justifica esta tregua en la disputa por la hegemonía del sector. Y hasta hace poco muchos olvidaban sus implicancias: todos estamos amarrados al derrotero del Gobierno, y el éxito de los gobiernos no se mide por el cumplimiento del programa, sino por su capacidad de navegar las circunstancias sin perder la dirección comprometida. Hoy urge generar resultados, solo eso permitirá romper la inercia en la aprobación ciudadana. Mas tarde será muy tarde.
Enfrentamos una crisis multidimensional de seguridades y el Ejecutivo está encontrando una narrativa de tres seguridades que necesitamos reforzar. A la crisis de seguridad ciudadana se responde con el Acuerdo Nacional por la Seguridad y con una estrategia focalizada en contra del crimen organizado.
A la crisis de seguridad social con la reforma de pensiones, la ambiciosa agenda para enfrentar el déficit habitacional y la reforma tributaria para financiar derechos sociales. A la crisis de seguridad económica, con fortalecidos incentivos al empleo en pymes, inversión en infraestructura pública, el cierre del triste capítulo del TPP11 y el diseño de nuevas transferencias directas.
Pero junto con la narrativa sobre las circunstancias, el Presidente definió prioridades que marcarán el legado del gobierno: un sello social que incluya la mencionada reforma de pensiones, una importante reforma en salud y un legado “feminista”, creando el Sistema Nacional de Cuidados, que junto con la ley de “papitos corazón” vendría a pagar la deuda con las millones de mujeres que siguen cargando con el costo social y económico de cuidar y criar.
Uno podría extrañar un legado ecológico, operacionalizando la idea de una transición justa para abordar la crisis hídrica y las metas de descarbonización desde la adaptación climática, la justicia social y la innovación verde. O la posibilidad de legar una verdadera política industrial, que desde la lógica de misiones y con la Banca del Desarrollo, nos encamine por fin a sofisticar nuestra matriz productiva. Pero gobernar es priorizar y, aunque eso no excluye avanzar en estas dimensiones, el Presidente ya trazó un camino ambicioso.
Para recorrerlo, habrá que generar al menos dos condiciones habilitantes. La primera de ellas es quizás la gran ausente de las conclusiones del conclave: necesitamos enfrentar la crisis económica y reimpulsar el crecimiento. Para esto será fundamental que la agenda de inversión públicas se materialice a la brevedad. Se deberán implementar nuevos apoyos focalizados y, sobre todo, dar claras señales a la inversión privada, como la reducción significativa de los tiempos para la obtención de permisos sectoriales, sin comprometer el resguardo del medioambiente y el patrimonio.
La segunda condición es ser capaces de construir mayorías políticas. La alianza de dos coaliciones es un paso fundamental, pero no suficiente. El progresismo no puede seguir disperso en una suma de partidos y marcas que se celan y desconfinan, pero que difieren en rostros y trayectorias, mucho más que en ideas. Pero tampoco puede atrincherarse en los límites del Gobierno.
Deberá ser capaz de sumar otras voluntades, lo que exige al conjunto del progresismo, recalibrar ideología y pragmatismo. Habrá que aceptar, por ejemplo, que la vía chilena hacia un Estado de Bienestar deberá incluir la libertad de elegir el prestador de servicios de salud, educación, pensiones.
Entender que un nuevo modelo de desarrollo no reemplaza el actual, sino que surge desde él y que requiere poner en el centro la innovación y el emprendimiento. Que no se trata de dejar de ser un país minero, sino que pasar de exportar minerales a exportar servicios e inteligencia minera; o que no hay contradicción entre crear una Empresa Nacional del Litio y fomentar la inversión privada capaz de aprovechar las oportunidades hoy.
Comprender que, para desarrollar la infraestructura hídrica y la conectividad vial y digital, el sistema de concesiones es necesario y virtuoso. O que, si queremos robustecer el rol del Estado en la provisión de bienes públicos, servicios básicos y orientación al desarrollo, no podemos ignorar la necesidad de una profunda modernización.
No lograremos construir una narrativa creíble sobre el presente ni un legado respetable, si seguimos en esta lógica obtusa donde cada cual se aferra a sus creencias. Contrastarlas con la realidad para viabilizar resultados es una urgencia. Y es que el riesgo principal está en que el legado no sea nada de lo anterior, sino que debamos entregar la banda presidencial a un liderazgo populista o extremista.
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