En su discurso el presidente saltó hábilmente de hecho en hecho repasando muchos de los problemas que llevaron al golpe de 1973. Habló con autoridad desde lo que se considera es la verdad prácticamente oficial visto desde la izquierda. Dejó en claro que para el gobierno existe una verdad, y solo una, sobre lo acontecido. No dejó espacio para dudas o interpretaciones sobre lo que significa el 11 de septiembre en Chile.
Se saltó casi todo el contexto y fue directo al golpe. Ignoró de forma olímpica el hecho de que en la sociedad chilena hay muchas más versiones sobre lo ocurrido. Así, pudiendo haber tejido una historia más representativa y transversal, unificado a casi todas las versiones en una gran verdad, prefirió subrayar solo una parte, la suya. En retrospectiva, queda la sensación de que pudo haber sido más generoso con el beneficio que da ver el pasado en retrospectiva.
Siendo justo, es uno de los mejores discursos del presidente. Siendo justo también, fue un discurso unilateral. Fue un discurso hecho por la izquierda para la izquierda. Salvo una curiosa referencia al expresidente Piñera, todas las citas fueron de y para próceres y líderes del sector. Quizás con justa razón, pero es importante constatarlo, pues a pesar de haber sido un buen discurso, quedará por siempre gravado que fue un discurso hecho para unos pocos.
Así, es una oportunidad perdida. El presidente pudo, por ejemplo, haber tomado la carta firmada por los partidos de la oposición como un ramo de olivo, y haber reconocido en ello un avance, sobre todo considerando que fue una carta que, despojado de simbolismos, matices y detalles, en lo de fondo, en lo esencial, es prácticamente indistinguible a lo planteado por los mismos partidos del oficialismo.
Cierto, pudo haber sido al revés también. La derecha pudo haber cedido y haber aprovechado la oportunidad para acoplarse de una buena vez al hecho de que existe un consenso de facto en la sociedad que lo ocurrido el día 11 es moralmente reprochable. Pero, se entiende en tanto no es la oposición la que carga con el deber de unir, es el oficialismo. Es el presidente el que debe convocar, después de todo es el presidente de todos, y no solo de algunos.
Es legítimo que Boric tenga una posición sobre lo ocurrido y que lo pueda plantear con fuerza y lealtad desde y hacia su sector político. Es, por lo demás, una reacción natural y hasta genuina, que en el tiempo quizás sea reconocida como especial. Pero al plantear su visión y la de su sector, sin considerar a los demás, perdió una tremenda oportunidad de hacer una propuesta innovadora como lectura y aprendizaje del pasado.
Lo ideal hubiese sido instalar a la unidad por sobre todas las cosas. Aprovechando la relevancia simbólica del aniversario, era una oportunidad perfecta para reconocer que la antigua fractura del pasado sigue vigente en el presente y que hay una necesidad urgente de sellar la brecha cuánto antes. El eje rector debió haber sido la reparación social, planteada desde la madurez moral de un gobierno que llegó al poder sin la misma carga emocional que sus antecesores.
No fue así. La unidad no jugó ningún rol en la conmemoración. Brilló por su ausencia. Lo que en los hechos ocurrió es que se planteó lo mismo que se ha planteado en casi todas las oportunidades anteriores. El fondo del mensaje fue el mismo que el que se ha entregado casi ininterrumpidamente desde 1990. Salvo el anuncio del plan de búsqueda, todo lo demás es más de lo mismo.
Puede tener valor, si se considera la importancia que implica el “nunca más” dentro del sector del gobierno. Pero habría que preguntarse, primero, si el mensaje de los 50 años aportó más que el mensaje de los 40, 30 o 20 años, y después, si habría sido más notable, o por lo bajo más útil, haberse arriesgado, innovado y enviado un mensaje que planteara la unión despojada de todo apellido, sin letra chica.
Que no se mal entienda, el discurso fue un buen discurso, pero fue un discurso apuntado a plantear lo mismo que ya se ha planteado antes. En lo de fondo, en lo que importa, no es un discurso que innova. Mañana, el 12 de septiembre, los chilenos no amanecerán más unidos que el 10. La brecha entre los de allá y los de acá seguirá abierta, la polarización seguirá creciendo y los acuerdos seguirán pendientes.
En lo práctico, no hay ganadores. Se conmemoró el hecho y el país avanzará sin novedades. Una lástima considerando todo lo que ha ocurrido, tanto antes como ahora. En medio de la grave situación actual del país, es especialmente triste. El presidente dice que la unión hace la fuerza y que los acuerdos son importantes, pero acaba de cerrar la conmemoración sin darle un solo guiño a la oposición.
El país está cada vez más lejos de encontrar soluciones a los problemas que las personas dicen ser prioritarias. Todo lo que se gana hablando de pasado e ideología se pierde en el presente y el futuro. Hoy, más que nunca, hay pocos incentivos para construir puentes. La oposición no quiere cooperar con el presidente y el gobierno no quiere cooperar con el consejo constitucional. La unión está más lejos que nunca.
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