Se ha dicho hasta la saciedad: la luna de miel le duró poco al gobierno. Así y todo, para la ministra secretaria general, Camila Vallejo, los primeros seis meses tuvieron bastante más de dulce que de agraz. Junto a los entonces ministros Siches y Jackson, eran -después del presidente- las tres grandes apuestas políticas de la nueva generación.
Ya lo hemos olvidado, pero en esos primeros meses, mientras Siches metía las patas -literalmente- en el barro como ministra del interior y Jackson hacía lo propio sumando enemigos en el Senado como secretario general de la presidencia, Vallejo destacaba por no comer errores.
La ministra supo esperar su momento, no ponerse ansiosa, mantener a raya su temperamento. Mientras Siches seguía mareada por las alabanzas a su rol en la segunda vuelta y ventilaba en las redes su paseo en el Ford Galaxie con el presidente, Vallejo, imperturbable, mantenía la vista larga y panorámica. Como si intuyera que su colega se pasaría de pueblos, que sus errores de gestión y exacerbación emocional le jugarían una mala pasada y ella estaría ahí para recogerla.
Cuando pasó lo que la vocera intuía que pasaría, llegó su momento. No sólo silenció a Siches en una conferencia de prensa conjunta, sino que también dijo públicamente que se había equivocado y tenía que aprender de sus errores. Sin explicitarlo, fue Vallejo quien notificó que, en poco tiempo, Siches no seguiría en el gobierno.
Tempranamente, Vallejo pasó a ser una suerte de biministra todo poderosa, la nueva estrella del gabinete. Y, aunque el reinado duro poco debido al ajuste de gabinete que se le impuso al gobierno tras la estrepitosa derrota el plebiscito de salida, Camila fue la única de las apuestas originales que no tuvo que dar un paso al costado.
Como antes con Siches, esta vez con Carolina Tohá, Vallejo volvió a observar con cautela el creciente poder que adquiría la nueva ministra del interior. Pese a las especulaciones de la prensa y las copuchas que brotaban desde la misma Moneda sobre las tensiones entre las ministras originales de Palacio y las recién llegadas (“las viejas de la concerta”, dicen que les decían a Tohá y Uriarte), Vallejo, al igual que antes, permaneció impertérrita.
Y si bien se le vio menos y sus vocerías pasaron a ser cada vez más escuálidas, nunca reconoció tensión o conflicto alguno con Tohá. Esperó y cuidó el capital político ganado. No le puso el pecho a las balas de los indultos ni quiso ser la vocera de las malas noticias, particularmente en materia de seguridad, orden público y terrorismo. Tampoco estuvo dispuesta a ser una ministra fusible para cuidar la figura presidencial al punto que fue el propio presidente quien asumió la vocería cuando se destapó el Caso Convenios.
Tan evidente llegó a ser que la vocera no voceaba en momentos críticos que, en medio de la crisis de corrupción que asolaba al gobierno, se recetó unos días administrativos que más parecían el preámbulo de lo que sería su salida de la vocería para guarecerse en un ministerio que la cuidara mejor como presidenciable.
Pero como Camila es Camila, nadie previó que su diseño era otro. Volvió de sus vacaciones el mismo día del cambio de gabinete y no precisamente para jurar en otra cartera. De vuelta en Palacio, más empoderada que nunca, y en un acto absolutamente inusual, anunció por voz propia que ese día habría un cambio ministerial.
Un cambio de gabinete que castigaría a RD por sus fechorías, pero que esta vez no sería en favor del Socialismo Democrático. Vallejo llegó de sus días administrativos con una buena nueva para Apruebo Dignidad: el ajuste no vendría con nuevos gestos para la centroizquierda sino que a reforzar el alma original del gobierno. También le traía novedades positivas a su partido, el Comunista, que tras el ajuste ministerial devendría hegemónico dentro de Apruebo Dignidad y como contrapeso al PS-PPD.
Es cosa de ver a Vallejo totalmente desplegada en terreno estos días de temporal, mientras que en redes sociales reapareció como trending topic a propósito de los 50 años del golpe. Está claro: la ministra volvió recargada. Es posible que, como en su día con Siches, la vocera esté viendo el desgaste de Tohá e intuya que, nuevamente, ha llegado su momento.
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