Lagos y Boric: El Profesor y el Estudiante. Por Rafael Gumucio

Escritor y columnista
Imagen: Agencia Uno.

Resultaba contradictorio el miedo en un hombre que con coraje inaudito tuvo al general Pinochet suspendido de su dedo. Era un miedo histórico, un miedo esencial a toda su generación. Un miedo que Boric no puede tener porque la izquierda ya se suicidó el 18 de octubre de 2019.


La renuncia de Ricardo Lagos a la vida pública interrumpió la corriente de habitual mezquindad de nuestra política. Amigos y exenemigos no pudieron dejar de reconocer la grandeza de quien ha demostrado toda una vida un amor infatigable por Chile, un amor no siempre correspondido, todo lo que hay que decirlo. Solo Daniel Jadue no se sumó al homenaje. Aunque que hable mal de ti Daniel Jadue es, de alguna forma, un homenaje más. El Partido Comunista guardó silencio.

La historia venció por una vez a la histeria y hasta al Presidente Boric, parte esencial de una generación que nació de contradecir el legado del expresidente, no le quedó más que reconocer su contribución a elevar perpetuamente el debate público. Hizo algo más, sin embargo, que simplemente reconocer el lugar que le cabe a Lagos en la memoria colectiva: lo reconoció como un maestro del que aprende y aprendió mucho en los escasos pero definitivos encuentros que tuvieron.

De alguna manera el eterno estudiante que Boric decidió ser, elegió a Ricardo Lagos como su también eterno profesor. Un rol, el de profesor malhumorado que te reta siempre que puede y no deja nunca de darte lecciones tampoco, que corresponde perfectamente al personaje que el propio Lagos quiso encarnar mientras ejerció el poder. Porque después de todo, en la política universitaria, en la Universidad de Chile y su escuela de Derecho para más señas, es donde Lagos se hizo a sí mismo. Algo en que coincide con Gabriel Boric, aunque Lagos terminó Derecho y Economía, ambos con brillo y el estudiante Boric no ha rendido aún el examen de grado.

Para la generación de Boric, para el propio Boric, Lagos había sido hasta hace poco el socialista que llegó a La Moneda (después de la tragedia de Allende) y renunció en ese mismo momento a hacer los cambios que la sociedad chilena pedía desesperadamente. El detalle de que casi pierde contra el candidato de la UDI era pasado voluntariamente por alto.

Lagos era la profundización del modelo, el CAE, las carreteras concesionadas, el Presidente que terminaron por amar los empresarios. Renuncias que la expresidenta Bachelet profundizó y confirmó una a una, pero siempre con el aire de contrariedad que le faltó a Ricardo Lagos. Lagos, quien siempre proyectó la soberbia de un proyecto, la fuerza de un desafío que lo hacía, para la generación de Boric, el símbolo del lado oscuro de la Concertación.

El alumno Boric no solo parece haber perdonado todas esas renuncias del profesor Lagos, sino que parece querer ir más lejos en ellas que el maestro. El pragmatismo de Lagos no le parece no solo ya un defecto inevitable que lastra el legado de un gran hombre, sino parte esencial de su grandeza. Así, renuncia al centro de su reforma de pensiones que ya nadie reconoce como suya, y mientras inaugura caletas con perspectiva de género (sin que nadie sepa mucho que es eso) llama al COSENA para resolver la crisis de seguridad.

Gestos, concesiones, contradictorios y sobreactuados que vuelven darle a la izquierda símbolos vacíos (las caletas) y a la derecha símbolos de fondos (la doctrina de la seguridad nacional). Todo sin que parece que hubiese una mirada orientadora, un centro, un corazón de las reformas sino el simple vivir el día a día, provocando para mejor ceder, o cediendo incluso como una forma de provocar. Ejemplo de esto último podemos encontrar en la actitud de Diego Ibáñez que, felicitándose de haberle concedido todos los puntos a los contrarios, llegó a indignarlos igual.

Es justamente esa mirada integradora, esa preocupación por el fondo de las reformas, el centro de la grandeza de Ricardo Lagos. La imagen de eterno profesor que Lagos proyectó se debía justamente a ese empeño por explicarse y explicar los actos de su gobierno desde alguna coherencia intelectual. Sus discursos siempre intentaban eso, ir al fondo de las cosas. Sus principales errores nacieron de saltarse esa coherencia y ceder en el terreno, no de la práctica, sino de las ideas. Uno de esos errores evidentes fue justamente el no plebiscitar una nueva Constitución y dejar zanjado ese tema como quería inicialmente y, por un mal entendido realismo-política, convertir esas transformaciones en reformas que no enojaran a la derecha sin satisfacer en nada a la izquierda.

Cada vez que Lagos renunció a hacer historia, se equivocó. No se le puede culpar de no haber sido un socialista convencido, porque nunca escondió del todo no serlo. Su moderación no era una concesión, sino parte esencial de su manera de ver el mundo, heredado del radicalismo liberal de sus ancestros y maestros. Amaba en Allende lo que este tenía de Balmaceda, no lo que este podía tener del Che Guevara. El trauma del final de Balmaceda y de Allende marcó su gobierno con una sombra perpetua. Le importo quizás demasiado terminar su período en La Moneda y evitar la estela de suicidio que marca el destino de la izquierda. O más bien esa forma sangrienta en que termina el juego cuando la derecha decide que prefiere llevarse la pelota para la casa.

Ese miedo no era absurdo, aunque por cierto resultaba contradictorio en un hombre que, con coraje inaudito, tuvo al general Pinochet suspendido de su dedo. Era un miedo histórico, un miedo esencial a toda su generación. Un miedo que Boric no puede tener porque la izquierda ya se suicidó el 18 de octubre de 2019. O fue quizás la historia la que se terminó de acabar ese día, y quedó en su lugar la parodia de la parodia en que nadie puede del todo hacer la revolución, ni del todo no hacerla. Los gestos vacíos, los programas vacíos también, las caletas con perspectiva de género que dejan intacto el COSENA y sus atribuciones.

Y, sin embargo, hay un país que necesita aún ser explicado, comprendido, abarcado en una sola mirada. Es eso lo que desesperadamente se echa en falta entonces en Lagos y la generación de Lagos. Es algo que no solo le falta a Boric y a su generación, sino también a la generación de Elizalde que humilló a Lagos para levantar a Alejandro Guiller, gesto que, a la luz de la historia, se entiende cada vez menos.

Es la idea de que hay que tener ideas para gobernar, las que nos faltan trágicamente. Aunque justamente son las ideas las que llevan a la tragedia: a la tragedia y a la grandeza. Estas nos han abandonado, nos queda entonces solo la comedia y el día a día.

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