El Presidente Boric ha vuelto a realizar una crítica a la prensa. Esta vez fue en el marco del Encuentro Anual de la Industria organizado por SOFOFA, donde declaró: “Cuando leo los titulares de los diarios (…) En verdad, leo poco los diarios a estas alturas. Pero es impresionante el afán de preferir las malas (noticias). Yo no sé cómo quienes siguen leyendo El Mercurio, La Tercera, La Segunda, quedan con su corazón después, porque, en verdad, es como si viviéramos en un país infernal. Y no estamos en eso”.
Las declaraciones del Presidente son graves, porque constituyen una afrenta a la libertad de expresión. Así lo hizo ver la Asociación Nacional de Prensa y la Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias. Pero las palabras del Primer Mandatario también preocupan por otras razones.
En primer lugar, porque Gabriel Boric y toda su generación emergieron como una supuesta fuerza impugnadora al poder político. Cimentaron su carrera sobre la base de la protesta y la denuncia. Encontrando precisamente, en la prensa, un fiel aliado a la hora de hacer caja de resonancia y visibilizar su accionar. Sin embargo, una vez que los jóvenes revolucionarios asaltaron el poder, cambiaron de parecer.
Ya no buscan una prensa que “incomode al poder” como señalaba Boric hasta antes de ser Presidente, sino que abogan por una prensa dócil, que se centre en comunicar “buenas noticias”, es decir, una prensa sumisa frente al aparato mediático oficialista. Lo que quiere el Presidente no es periodismo, es servilismo, una desviación de la comprensión de la prensa y su rol, entendida más como relacionamiento público que como un contra poder.
El Presidente debiera saber que algo es noticioso no por lo que le satisface o conviene, sino que cuando es de público interés, veraz, novedoso y oportuno. La pregunta entonces es ¿qué tipo de medios le gustaría leer al Presidente? Bueno, al parecer, medios que sólo comuniquen noticias funcionales al poder gubernamental, que exacerben su vanidad y no abran espacios a críticas, a la usanza del periódico oficial del régimen comunista Granma en Cuba, a la cadena rusa RT (Russia Today) funcional a Putin, a la chavista Venezolana de Televisión (VTV) o la agencia estatal de noticias China Xinhua News.
La crítica, hostilidad y emplazamientos de Boric hacia la prensa libre, lamentablemente no son algo nuevo en él. Recordemos que cuando era candidato presidencial increpó a un periodista de Radio Biobío en plena ronda de prensa tras el debate presidencial, luego, siendo ya Presidente, ante una pregunta de una periodista, en la que se consultó a la ministra Vallejo si consideraba legítimo que el Mandatario firmara ejemplares del proyecto de Nueva Constitución, Boric alentó que fuera una vecina asistente al evento quien respondiera la pregunta, ante lo cual, la ciudadana exclamó “Encuentro ridículo que hagan esa pregunta (…) estudiar tanto periodismo para hacer preguntas tan ridículas”. La respuesta del Presidente fue una carcajada.
A continuación, el Presidente haría notar su molestia a reporteros gráficos de La Moneda que capturaron una foto de él en su despacho presidencial con una pelota anti stress entre sus manos, La Moneda acusó “violación a su privacidad”, obviando que La Moneda es el espacio público por excelencia en nuestra democracia. Luego vendría la brillante idea de conformar vía decreto una Comisión contra la Desinformación. Este historial sitúa a Boric en un lugar no muy distinto al de presidentes con dudosas credenciales democráticas o abiertamente autócratas que erosionan o cercenan la libertad de expresión.
A nivel mundial, la libertad de prensa está en retroceso, precisamente por tolerar este tipo de atropellos, presiones y hostigamientos a medios de comunicación. En la actualidad, alrededor del 85% de la población mundial vive en países donde la libertad de expresión ha disminuido en los últimos cinco años, según un análisis de UNESCO que emplea datos del proyecto Varieties of Democracy (V-DEM).
El promedio mundial ponderado por población alcanzó un máximo de 0,65 a principios de la década de 2000, con otro peak favorable a la libertad de expresión en 2011, para posteriormente, experimentar una caída sistemática, hasta llegar a un mínimo de 0,49 en 2021: el peor puntaje desde 1984, en pleno contexto de Guerra Fría. Uno de los países que más impacto ha tenido en este declive en los niveles de libertad de expresión en el mundo, es China, que pasó de 0,26 a 0,08 durante los últimos 10 años. Sí, el país cuyo modelo es reivindicado y profundamente admirado por el oficialismo, como declaró recientemente Camila Vallejo tras la visita de Estado al gigante oriental.
Un segundo aspecto preocupante es que las palabras del Primer Mandatario lo muestran abrazando cierta forma de evasión, entendida como aquella disposición a negar la realidad circundante a efectos de evitar incomodidad o aflicción, al declarar abiertamente que prefiere no leer los diarios.
Los verdaderos líderes enfrentan la realidad, no la niegan. El presidente es millennial, pero pareciera estar llevando esta fragilidad característica de su generación a niveles francamente absurdos de infantilismo y vanidad, donde, si las cosas no se cuentan del modo en que él quiere, entonces, prefiere no verlas o leerlas.
Como señalara la filósofa y novelista Ayn Rand: “Podemos evadir la realidad, pero no podemos evitar las consecuencias de evadir la realidad”. El problema es que las consecuencias de esta evasión las pagamos todos los chilenos.
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