Llevo días pensando cómo es que un 55% de encuestados en un reciente estudio de Criteria juzga que, en materia de delincuencia, nuestro país está algo o mucho peor que el resto de los países de América Latina. ¿Tan mal estamos? Los datos duros dicen que esa percepción es incorrecta, pero son las subjetividades, no los porfiados datos los que movilizan la conducta.
Y es que de nada sirven las estadísticas agregadas e históricas cuando la experiencia cotidiana de la población, no sólo la mediática, se ha tornado turbulentamente amenazante en un corto tiempo. En pocos años, hemos pasado de una delincuencia extendida pero más bien tradicional a ser testigos de cómo el crimen organizado y sus ominosas derivas se han instalado y tomado el país.
En ese contexto, las percepciones críticas de ese 55% no parecen tan arbitrarias, más aún cuando se ha desplomado la confianza en las instituciones encargadas de hacer justicia. Si de datos duros se trata, hay uno elocuente: las denuncias de las víctimas han disminuido al mismo tiempo que los delitos han aumentado. Una desconfianza institucional creciente que de seguro se alimenta de hitos tan grotescos como el caso audios: pocos sortean con coimas la justicia, la gran mayoría ya ni siquiera cree en ella.
Visto así, tampoco debería llamarnos la atención que para el 12% de la población en Chile, El Salvador de Bukele, sea imaginado como el mejor país para vivir en Latinoamérica. Una sociedad asolada por el crimen organizado que no encontró más opción que soñar con que a costa de sus libertades, de la institucionalidad y de los derechos humanos, era posible ponerle un párele al miedo.
Un país que encontró en un populista de izquierda devenido en derechista y de vocación autócrata, la única alternativa para aspirar a vivir mejor. Antes, la democracia salvadoreña, indolente y extraviada en los intereses de los políticos de turno, no fue capaz de mejorar la vida de sus representados.
Hoy, amanezco en Buenos Aires. Esta noche, según varias encuestas, Javier Milei tiene buenas probabilidades de resultar electo presidente para gobernar a 46 millones de argentinos. Milei, economista autodenominado anarcocapitalista que reniega del estado en un país marcadamente estatista. Milei, el candidato que para hacerse un espacio en la política trasandina no sólo ha jugado a la extravagancia, sino caído en franca locura.
Milei que cree, o verborrea, que el mercado lo puede y lo regula todo, incluida la venta de órganos y la transa de menores. El que amenaza con dolarizar una economía carente de dólares y en quitar todo o parte de los subsidios económicos que permiten a la mayoría subsistir a costa de seguir inflando una economía ya a punto de reventar. Milei un populista que apuesta a mejorar la justicia (por mano propia) liberando la venta de armas. ¿Tan mal están a este lado de Los Andes?
Durante este domingo, con voto obligatorio, 35 millones de argentinos están convocados a las urnas para decidir entre un extravagante rupturista o continuar con el kirchnerismo, en versión Massa. El kirchnerismo, una versión del peronismo que tras casi 20 años de poder, corrupción y un tinglado institucional de dudosa legalidad tiene a la Argentina sumida en la pobreza y con una inflación de más de 140% anual.
Condenados a elegir entre un delirante que hace campaña con una motosierra para simbolizar su ánimo de poda estatal y otro, Massa, frío, con aires psicopáticos que dice que como presidente reducirá la pobreza y acotará la inflación. Promesas demagógicas, inverosímiles viniendo de un ministro de Economía en ejercicio.
Hoy, los argentinos están compelidos a elegir entre dos males, el mal menor. Y, de paso, a validar en las urnas una democracia que más que mejorar, empeora la calidad de vida de sus representados.
En un mes más los chilenos tendremos que, obligadamente, salir a las urnas para optar por el mal menor. Zanjar una disputa que ha terminado siendo entre derechas e izquierdas y muy poco ciudadana.
Frente a esta disyuntiva impuesta por una clase política percibida como negligente y ensimismada en sus propios intereses, lo más probable es que la mayoría diga “En contra”. Antes que del texto, en contra de toda esa clase política (casta le llama Milei) que en más de cuatro años no ha sido capaz de ofrecer un nuevo pacto social razonablemente consensuado.
También llevo días pensando si estamos aún a tiempo de no vernos obligados a tener que elegir entre libertad y seguridad, o el mal menor entre la rabia a la casta y el delirio mesiánico.
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