Diciembre 30, 2023

Año 2023: Podría ser peor. Por Rafael Gumucio

Escritor
Crédito: Agencia Uno.

Podría el Presidente dedicarse a algo más que subir a la punta del cerro en bicicleta y a criticar columnistas de diarios, pero por suerte para todos sigue en una eterna gira de estudios por el palacio de gobierno. Podría también José Antonio Kast dejar de estar enojado porque lo despertaron para ir a trabajar y gobernar su ingobernable sector. Pero por suerte para ese sector y para Chile, le importa más encontrarse la razón a él mismo y a nadie más que él mismo.


Años y más años de tratar de entender la actualidad, de predecir sus claves, de entrevistar a sus analistas solo me han ayudado a respetar más y más el horóscopo chino. Los economistas y los sociólogos suelen equivocarse de manera metódica, y las estadísticas hacerse trampa al solitario: todos piensan que lo imposible es justamente algo que está fuera de lo probable, cuando lo probable es solo algo que ya probamos. Solo el horóscopo chino en medio de esta racionalidad lleva más o menos una década prediciendo desastres tras desastres, todos incalculables, representados por monos, cerdos, conejos de fuego, de agua y ahora el dragón de madera.

Estos años me han enseñado justamente eso, que todo puede ser siempre peor, siempre más difícil, siempre más demente también, y mucho más divertido si se piensa bien. Basta pensar en la sonrisa desorbitada de Javier Milei mirando la multitud que se apresta a desollarlo desde los balcones de la Casa Rosada, para pensar que cualquier análisis que no ponga en cuenta que lo que no debe pasar siempre pasará, que lo que no puede pasar está pasando, está llamado a equivocarse irremediablemente.

Así el estallido puede terminar en pandemia y la pandemia en una nueva constitución que no es otra que la antigua, pero ahora convertida en un fetiche por los mismo que querían desesperadamente cambiarla. Y los cuatro generales convertirse en Ricardo Lagos, reencarnado en Francisco Vidal, que de forma inesperada encontró trabajo gracias al gobierno, que es algo que no puede decir ya la mitad de Revolución Democrática.

Decir que nada ha cambiado y que estamos donde mismo es no entender que nuestro destino no es caminar sino bailar. Solo se puede entender como un baile este curso caro, pero detallado de derecho constitucional que llevamos cuatro años tomando los chilenos. Proceso constituyente donde han bailado apretado el ego de Jaime Basa que tiene su perfecta continuación en el del profe Silva, y Elisa Loncon terminándose en Beatriz Hevia, y la calva de Fernando Atria brillando en la de Jaime Guzmán. Todos son parte del mismo y gigantesco proceso de descarte y derribo donde nos hemos divertido los chilenos en saber lo que no queremos con una claridad absoluta. Todo eso para evitarnos el despropósito de saber qué queremos.

Lo único que sabemos es que la cosa no está bien, pero que podría ser peor, mucho peor. Podríamos estar tratando de entender la constitución del 2022 o la de 2023 y tener de cabeza a todos los abogados de la plaza inventando interpretaciones. Podrían gobernarnos los que se supone nos gobiernan y no sus apoderados, la dupla Tohá-Marcel, que viven tratando de arreglar los desaguisados que dejan los sobrinos en el camino de puro travieso que son.

Podría el Presidente dedicarse a algo más que subir a la punta del cerro en bicicleta y a criticar columnistas de diarios, pero por suerte para todos sigue en una eterna gira de estudios por el palacio de gobierno. Podría también José Antonio Kast dejar de estar enojado porque lo despertaron para ir a trabajar y gobernar su ingobernable sector. Pero por suerte para ese sector y para Chile, le importa más encontrarse la razón a él mismo y a nadie más que él mismo.

Podría gobernarnos Jadue, o Parisi. Ser intendenta de Santiago Karina Oliva y volver a ser alcaldesa de Santiago Irací Hassler. Podríamos tener que organizarnos para ir a la Feria de Frankfurt o arreglar el pabellón para Venecia, pero las autoridades culturales nos han quitado ese estrés. Podríamos estar casi en guerra con Guyana, como Venezuela, pero no tenemos frontera con ninguno de esos dos países. Podríamos estar casi en guerra con Perú si se supiera quién gobierna Perú. Podríamos ser ucranianos, palestinos, israelitas… podría nuestro desierto ser el de Yemen.

Podrían todos nuestros empresarios evadir y pensar en quemar sucursales del Servicio de Impuestos Internos, pero solo se les ocurre a los más imaginativos. Podríamos aburrirnos sin incendios forestales, edificios que se caen en socavones, inundaciones varias y otras lluvias de ranas y langostas. Atentados en la Araucanía, y coyotes en Colchane, y un largo etcétera de calamidades que llenan las interminables horas de los matinales. Podríamos no tener a Manuel Monsalve sonriendo en las peores tormentas y toda suerte de diputados y alcaldes más o menos botoxeados bailando al ritmo de las noticias.

Podría ser todavía ministro el infortunado Giorgio Jackson, y podría Democracia Viva seguir haciendo informes sobre las poblaciones que se van cayendo desde los cerros de Antofagasta. Podrían los profesores de Atacama saber de qué tienen que hacer clases y podrían los alumnos tener que estudiar y los exámenes que examinar algo y todos jugar a aprender. Podrían los amarillos amarillar menos y haber conseguido algún votante desprevenido por ahí. Podríamos seguir conmemorando los cincuenta años del golpe. Podríamos habernos perdidos los seis mil estrenos absolutamente olvidables de Netflix. Podríamos habernos olvidado de ver “La Memoria infinita” de Maite Alberdi. Podría el Kike Morandé seguir en la televisión.

Podríamos de tantas maneras estar mucho peor, pero estamos vivos y nos conocemos reímos, juntamos, olvidamos y recordamos a la pasada. Vivimos otro año sin gloria, pero sin peste, ni demasiado terror, otro año más, qué más da, dice la canción, ¿cuánto se han ido ya? Un año impar e inesperado, perdido y encontrado en que hemos cometido el despropósito de intentarlo todo y el acierto de no haber conseguido casi nada de lo que intentamos.

 

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