En 1515 un grupo de científicos de la Universidad de Salamanca inventó el calendario gregoriano, herramienta indispensable para la celebración del año nuevo. En ese entonces todo era orgánico, la comida venía de fuentes locales, todas las vacas se alimentaban de pasto, no usábamos fertilizantes y la esperanza de vida era 30 años. Algo debemos haber hecho bien en los últimos cinco siglos.
A pesar de los irrefutables avances, los humanos nos condicionamos fácilmente, incluso por una fecha que se aproxima. Nos da por el “voy a”: voy a bajar de peso, voy a dejar de tomar, voy a comer sano y otras promesas incumplibles y, como he demostrado, innecesarias. La potencia simbólica del 31 de diciembre y su campanazo de las doce hacen inevitable hacer promesas sobre el bidet, como decía Charly, y hasta escribir a mano una lista que incumpliremos sin matices a días de haberla hecho con la convicción pasajera del apostador. ¿No será mejor proponerse lo más sensato y transformarse así en un ser humano cumplidor y rebosante de carácter?
Partamos por lo simple. Puede prometer cosas fáciles y sensatas como pasar el año completo sin ir a Valparaíso, asar una pierna de cordero, invitar más seguido a desconocidos y a los que ve harto recibirlos más todavía. Por ejemplo, propóngase comer con los amigos todos los primeros jueves del mes y no falle nunca.
También puede rejurar que se va a dar un buen gusto y que finalmente le robará la receta de las galletas a la tía abuela odiosa y coñete. Uno podría prometer no pelar, ni siquiera al azúcar, pero eso es imposible. Mejor prometer transformarse en un barman casero de calidad o quizá limpiar la despensa de esos aliños reserva del 2009, tarea difícil pero no tanto.
Si quiere propóngase encontrar al chilihueque pero creo que le irá mejor haciendo una cata de longanizas, recorriendo cada una de las sangucherías de su ciudad o prometiendo comer torta al desayuno al menos una vez al mes. Decida usted si quiere comprometerse, justo hoy, a bajar de peso y subir el Kilimanjaro teniendo en vez la oportunidad de hacerse el firme propósito de viajar a Chiloé sólo para comer, al menos una vez en la vida, ostras recogidas de la playa.
Porque para qué enredarse tanto. Basta con hacer la promesa de probar algo nuevo o de comer en familia los domingos, o de hacer pan o mejor todavía de ir a comprar pan y regalarlo. También puede tener el firme propósito de comer observando las estaciones del año (algo evidentemente inevitable), o sea, disfrutar de los tomates en verano, los membrillos en otoño y las chirimoyas en primavera.
Si queremos ser beneficiosos para la sociedad, podemos hacer todos la firme promesa que antes que el bife caiga al sartén caliente, lo habremos secado con toallas de papel para que salga toda la humedad y así pueda quedar dorado a la perfección.
Si busca tener una dieta balanceada mire a la vida de frente y procure tener una chuleta a punto en cada mano. Luego abra los brazos y nadie podrá desestabilizarlo. Propóngase cocinar con vino y una que otra vez echarle un poco a la olla, jure vencer sus miedos y haga de una vez por todas unos abdominales no sin antes freír cuatro docenas de ostras.
Nos haría bien no prometer y controlarnos porque, como dijo Oscar Wilde, hay que tomarse todo con moderación incluyendo la moderación. Sea firme y flexible. Resistirá como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie.
Al terminar este año sólo puedo desearle que los problemas que sufrirá durante el 2024 sean tan leves como la lista de sus propósitos. Por mi parte sólo me propondré no prometer nada. Muy probablemente, fallaré. Pero lo intentaré. Algo es algo.
Métale salsa a la celebración del año nuevo, no la que se hace con las caderas sino con la olla, el sartén y la cuchara. Porque una comida memorable no puede sino tener una gran salsa en el plato. No nos vamos a poner ortodoxos y recurrir a las grandes recetas de las salsas madres francesas pero si hay tiempo y paciencia muchas de ellas son insuperables. Por ahora estas dos salsas para acompañar su última cena (del año).
Hace un par de días me dieron un vasito de gazpacho con un trozo de guinda encima. Magnífica preparación española combinada con el comercio ilegal del sector oriente en la versión despacho a domicilio libre de impuestos, que me hizo recordar esta salsa que es la mejor amiga del helado de vainilla.
1 naranja
2 cucharadas de mantequilla sin sal
2 cucharadas de azúcar granulada (a gusto)
250 grs de cerezas dulces frescas, sin cuesco y sin IVA (aproximadamente 1¾ tazas)
2 cucharadas de coñac o brandy
Sal
Helado, para servir
Ralle finamente la cáscara de la mitad de la naranja, luego corte la fruta por la mitad y exprima 2 cucharadas de jugo.
En una sartén mediana a fuego medio, combine la mantequilla, el azúcar, y el jugo de naranja. Revuelva suavemente la mezcla hasta que el azúcar se disuelva, de 2 a 3 minutos.
A continuación agregue las guindas y la ralladura de naranja a la olla y cocínelas hasta que estén tiernas y suelten su jugo, de 4 a 5 minutos. Apague el fuego y deje las guindas en el sartén.
Ponga el coñac o brandy en un cucharón de metal grande y colóquelo sobre la llama de la cocina. Si es necesario con mucho cuidado prenda el alcohol con un fósforo aunque se debería prender solo por tenerlo directamente sobre la llama.
Vierta inmediatamente el brandy en llamas sobre las cerezas y deje que las llamas se apaguen, aproximadamente de 30 segundos a 1 minuto.
Después de que las llamas se hayan apagado, enciende la hornilla a fuego medio y reduzca la salsa hasta que comience a espesarse, de 1 a 2 minutos. Agregue una pizca de sal al gusto y vierta cerezas calientes sobre el helado.
Una salsa rapidísima de hacer que mejora si la hace el día antes. Es muy rico comerla con carnes rojas.
Ingredientes:
2 frascos (140 grs. c/u) de rábano picante
½ taza de crema espesa
½ taza de crema ácida
¼ taza de mayonesa
½ cucharadita de sal
Pimienta a gusto
Cuele el rábano picante para que pierda la mayor cantidad de agua posible y mézclelo con el resto de los ingredientes. Corrija la sal y ¡A gozar!
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