El plebiscito del próximo 17 de diciembre tendrá efectos políticos generales, más allá de las evidentes implicancias constitucionales. Un eventual triunfo de la opción En contra podría abrir un campo político hasta ahora ignoto: lo que hay más a la derecha de José Antonio Kast.
En 2015, el recientemente fallecido y chico rebelde de la literatura británica Martin Amis publicó una novela titulada La zona de Interés. La idea de zona de interés remite a un lugar en el que nadie imaginaría que podría surgir algo, pero pese a todo y contra toda lógica, nace. Por ejemplo, en la novela de Amis se retrata cómo en un campo de concentración de la segunda guerra mundial, en pleno holocausto, surge un romance. En política, también hay zonas de interés, porque en el mapa electoral, no existen territorios infértiles.
De comienzo, con sigilo, pero con un presente estridente, se ha ido conformando paulatinamente un nuevo espacio político, que en el encuadre plebiscitario de 2023 podríamos -simplificando- definir como todo aquello que está a la derecha de José Antonio Kast, o bien, aquella derecha que no se está alineando con el llamado a votar A favor que Chile Vamos y el Partido Republicano han hecho.
Más que partidos y orgánicas, lo que existe a la derecha de Kast es una comunidad de intereses, sin mayor estructura que grupos de WhatsApp, espacios de X (ex Twitter) y membresías a canales de YouTube. Los que constituyen una nueva arena tecno política en la cual, obviamente, hay adherentes, liderazgos y energía.
Los adherentes son algo así como los hijos no deseados de la derecha política nacional. No deja de ser curioso que, durante mucho tiempo, la derecha se quejó de que sus bases partidarias eran tibias, excesivamente pragmáticas y desapasionadas a la hora de compararse con la forma en que la izquierda entiende la adhesión política. Bueno, hoy la derecha tiene un bloque que defiende posiciones e ideas “sin complejos”. Sin embargo, quienes alentaron esta dinámica, ahora no parecen estar del todo cómodos con ellos. Son tropas que respondieron al llamado de un general que ya no quiere disputar la guerra, o al menos, no en los términos originalmente propuestos.
Los liderazgos que integran esta zona de interés son personas que se alejan del canon tradicional de la derecha. Mientras los cuadros políticos típicos de este sector eran copados por empresarios, economistas y abogados, en la zona de interés hay más licenciados en filosofía, cientistas sociales, comunicadores y arquitectos.
La fecha de gestación de esta nueva entidad política se remonta a las etapas más crudas del octubrismo. Todo flujo revolucionario provoca en algún momento un reflujo contrarrevolucionario. Paradójicamente la chispa de iglesias incineradas y los sedimentos de la destrucción urbana y patrimonial dotaron de fuerza vital a una cultura política de signo completamente contrario, que, guste o no, ha cobrado especial relevancia en la resaca post octubrista.
Si el estallido fue la etapa de despliegue más intenso de la izquierda identitaria, tanto la campaña del plebiscito de entrada, pero especialmente, el de salida, fueron la plataforma que catapultó a estos grupos a comenzar a ver la luz, e incluso manifestarse en las calles, saliendo de la Deep Web política.
No eran bots, como decía la izquierda, eran electores, que en su mayoría provienen de sectores populares, que han sido socializados políticamente por redes sociales, en espacios donde puede coexistir un crisol tan variopinto que podría incluir a un ingeniero programador, un metalero, un gamer, una evangélica, un chofer de Uber, una manicurista y un miembro de la familia militar. Alguien podría pensar que la intersección de estos componentes equivaldría a un conjunto vacío. Error, porque algo tienen en común: un enorme repudio a las ideas de lo que denominan “progresismo cultural”.
Es una derecha que se jacta de no tener cobardía. Inclusive han llegado a la osadía de sobrescribir alguno que otro muro con rayados como No + AFP, para poner No + ONU o No + Agenda 2030. Y cuidado, esto no es sólo evidencia anecdótica. De acuerdo con la única encuesta que fue capaz de predecir el arrollador éxito del Partido Republicano en la última elección del Consejo Constitucional, el cuarto tópico más mencionado por los electores que votaron Rechazo en el plebiscito 2022 y que hoy se inclinan por la opción En contra, con un 28% de las menciones, es la oposición al globalismo y la Agenda 2030.
Si las más recientes encuestas no se equivocan, la franja de la derecha por el En contra podría estar interpretando, a lo menos, a un 20% del electorado de derecha tradicional. Como para tomar nota.
Esta zona de interés pareciera ser imperceptible para los analistas tradicionales de la plaza, quienes desde las alturas de las escuelas de gobierno han sido un tanto miopes a la hora visualizar el ethos de esta incipiente empresa política.
Para la elección de convencionales constituyentes de 2021 recuerdo haber comentado con un colega perteneciente a ese mundo, el auge de la candidatura de Tere Marinovic por el distrito 10. Detrás de un MacBook air, ajustando sus anteojos con marco de color y acomodándose con cierto relajo su chaqueta de tweed mientras revolvía compulsivamente su latte macchiatto, con tono taxativo, su pronóstico fue: “la candidatura de Marinovic es testimonial, es gente que mete mucho ruido en Twitter pero mete poco voto (…) Blumel sacará mucha más votación”. En efecto, el resultado de la elección fue todo lo contrario, Marinovic resultaría electa con 40 mil votos mientras que Blumel quedaría fuera de la Convención al obtener un poco más de 19 mil preferencias.
Si el plebiscito constitucional lo gana la opción En contra, lo más probable es que esta zona de interés a la que se ha hecho referencia sea capaz de engendrar un candidato o candidata presidencial de sus vísceras. Mal que mal, un 20% del 40% es un punto de partida que ya se querría cualquier candidato del establishment político.
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