En estos últimos tres años nos hemos acostumbrado a las palabras y frases tales como “refundar”, “hoja en blanco” y “transformación social”. De algún modo sentimos que el pasado estaba mal, el presente es un caos, pero el futuro será promisorio. Tierra nueva y futuro esplendor.
Dentro de este afán reformista se realiza un diagnóstico simplista y adolescente, el cual se plantea con una certeza tal, que se impregna de una autoridad casi evangélica, que nos lleva a concluir que han llegado los nuevos mesías a la vida pública. Sin embargo, al poco andar, el proceso fue fallando.
En la Convención Constitucional, como diría Serrat, “llegó cada loco con su tema”, convirtiendo a otrora progresistas en los más fieles seguidores de Reagan y Thatcher. Voló el Estado unitario, el Senado y el Poder Judicial. Volaron también los 200 años de tradición republicana, fruto de un voluntarismo que ya se lo quisiera Noam Chomsky y la izquierda latinoamericana.
Pero ganó el Rechazo. Y vaya que ganó. Ganó con una contundencia tal que nadie se esperaba, provocando un cataclismo político. El gobierno lleno de voluntarismo mesiánico, pasó a la duda y a la oscuridad, y el mazazo aún no se digiere del todo, como se puede apreciar en la tramitación de la Reforma Tributaria.
En este tema, nuevamente se aprecia esa visión simplista y adolescente de los problemas humanos. En el diagnóstico de los autores del Proyecto, se concluye que hay una falta de legitimidad del sistema tributario, lo que explicaría la aparente ausencia de justicia tributaria. La misma falta de legitimidad que se vio en la Constitución y en un montón de otras normas que legítimamente, valga la redundancia, nos han regido durante los últimos 30 años.
Se cita a la OCDE para indicar que nuestra estructura tributaria está bajo el promedio de recaudación, pero se olvidan de indicar que, la misma OCDE no recomienda el impuesto al patrimonio cuando existen impuestos al capital o a la herencia como lo es el caso de Chile, pareciendo ser parciales al seleccionar las recomendaciones OCDE que se alinean con su trama argumentativa.
Si usted recuerda, todo este proceso partió con Diálogos Ciudadanos, en el cual, distintos actores de la sociedad civil se reunieron con los técnicos del Ministro de Hacienda para “conversar” de temas impositivos y eventuales mejoras a nuestro sistema tributario. Todo esto sería recogido, y con ello se construiría un “Pacto Fiscal” con la promesa de un “futuro esplendor” lleno de derechos sociales.
De forma previa a la entrega del Proyecto de Ley, se nos presentó una minuta con los aspectos más importantes. Varios dijimos “no viene malo” y respiramos aliviados. Sin embargo, el diablo está en los detalles. Una vez recibido el Proyecto, descubrimos con sorpresa que éste entregaba facultades cuasi-omnipotentes al SII, definía reglas en materia de fiscalización, modificaban (nuevamente) los nombres de los registros tributarios, pasaba por alto el principio de especialidad de la ley en materia de Norma General Antielusión (NGA), y arrogándole al Servicio de Impuestos Internos la facultad de calificar cuando aplicar la NGA.
Como guinda de la torta descubrimos un controvertido impuesto de salida del patrimonio de Chile, de tasa 5%. Todo esto en medio de una inflación descontrolada, una economía en franca desaceleración y, como si fuera poco con un plebiscito constitucional de salida.
Se decidió pasar a un sistema dual y se olvidaron de que un sistema integrado promueve la inversión y desarrollo. Se pasa a gravar las utilidades pendientes de tributación bajo la premisa que se trata de una especie de “préstamo” por parte del fisco al Contribuyente. Sin embargo, olvidamos de que en nuestro orden jurídico-tributario el hecho gravado no se genera hasta la distribución de dichas utilidades, y que, lo pendiente de tributación no se encuentra en dinero efectivo y líquido (como la bóveda de Tío Rico Mc Pato), sino que invertido en bienes capital.
Se grava a los altos patrimonios con impuestos especiales, pero se nos prometen que en viajes oficiales a NY se atraerá nuevas inversiones. “Mejor invierto desde afuera” exclamó un compungido contribuyente. Se trata mejor al forastero que al nacional, siempre que estos extranjeros provengan de un país con Convenio para Evitar la Doble Tributación con Chile.
Sinuoso ha sido el camino seguido por los propulsores de la Reforma Tributaria, que se olvidan de que sin inversión no hay crecimiento, y sin crecimiento no hay recaudación. Para lo anterior se requieren certezas y reglas claras, bases firmes que hagan a Chile nuevamente un país atractivo en materia económica, lejos de mesianismos, hojas en blanco y refundaciones.
El resto no es nada más que poesía jurídica.
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