Nuestro país durante décadas se autoconvenció del relato de la excepcionalidad. El mito de que éramos distintos. La idea de auto comprendernos como los jaguares de Latinoamérica, los ingleses del cono sur. Un país austral, aislado de un “mal barrio”, con la cordillera como barrera inmunizante de todo lo realmente negativo. Un país serio y sobrio. Con altos niveles de estabilidad institucional, y con capacidad para exhibir credenciales de certeza jurídica y solvencia económica a los inversionistas extranjeros.
Uno de los pocos lugares en Latinoamérica donde los presidentes podían caminar solos por la calle, sin necesidad de grandiosos aparatajes de seguridad y donde el principal riesgo al que se exponía un ciudadano común a la hora de visitar el centro de Santiago, era, a lo más, sufrir un “lanzazo”. Una nación donde la clase política destacaba por su alto nivel de profesionalismo y probidad. Donde sobornar funcionarios públicos y policías o hacer desaparecer evidencias, era visto con cierta distancia: algo “demasiado tropical”. Un país de tránsito para la industria del narco, pero no de distribución y menos de producción, donde los narcos no controlaban territorios.
Sin embargo, la excepcionalidad se esfumó. Nada queda ya de eso. Para cada uno de los ejemplos señalados, hay casos que demuestran que Chile ya no es así.
Muchos dirán que puede ser que esta imagen nunca haya sido del todo cierta: podría haber sido un “mito”. Pese a aquello, al menos, lográbamos -quizás con cierto grado de hipocresía- convivir en paz con este mito de la excepcionalidad, porque ciertamente había elementos que le imprimían verosimilitud.
Pero hoy, hasta los chilenos más autocomplacientes y optimistas son conscientes de que poco y nada queda de ese país que existía, o que presumíamos que residía en nuestro imaginario.
Chile cambió: el eslogan octubrista hace todo el sentido del mundo, aunque no cambió para bien, sino que, para mal, y muy mal.
En el Chile de hoy el 90% de las personas vive con percepción de inseguridad de acuerdo con los datos de la última Encuesta Nacional Urbana de Seguridad (ENUSC). Los periodistas, los vecinos de nuestros barrios y, por cierto, las víctimas, han debido acostumbrarse a conjugar nuevos verbos que no eran de uso común en nuestro lenguaje cotidiano: descuartizar, decapitar, secuestrar, extorsionar, mutilar, etc.
Si a esta misma altura del año, segunda quincena de noviembre, décadas atrás, las autoridades realizaban pautas para inaugurar la temporada de playas y piscinas, hoy las pautas son para inaugurar la “temporada de secuestros”, con nada más ni nada menos que la ministra del Interior como anfitriona y maestra de ceremonia.
Y es que Carolina Tohá, ministra del Interior y una de las jefas de cartera con mayor preparación y experiencia política del gabinete, tras la liberación de un empresario secuestrado en la Región de O’Higgins, aliviada y hasta asomando una risa, sinceró, con extrema levedad y candidez, que se había pagado un rescate.
En 1968 el posterior Premio Nobel de Economía Gary Becker, demostró en un brillante paper titulado Crime and Punishment: An Economic Approach (Crimen y Castigo: una aproximación económica) que la actividad criminal opera con sujetos racionales que evalúan costos y beneficios potenciales, maximizando su utilidad. Si el beneficio supera el costo, se da rienda suelta al delito.
Tohá, claramente parece no haber leído el artículo, tampoco sus asesores comunicacionales, porque en lugar de poner énfasis en las penas a las que se exponen quienes cometen este tipo de crímenes o acentuar el mensaje en el esfuerzo persecutor para disuadir el delito, sencillamente optó por “sincerar” la lógica de mercado y desnudar la estructura de incentivos detrás de la industria delictiva, dándole, por cierto, rienda suelta.
Sobre lo anterior, las cifras de secuestros ya venían mostrando un status más que alarmante. Conforme a datos del Ministerio Público entre 2021 y 2022 se registró un aumento de un 68% en el número de secuestros dentro del territorio nacional, pero tras las declaraciones de Tohá, inmediatamente, se produjo una triada de nuevos secuestros extorsivos, en menos de una semana. Era lógico, los individuos responden -siempre- a los incentivos.
Así, de manera simultánea al inicio de la festiva temporada de piscinas, también damos por inaugurada la trágica temporada de secuestros. Aunque acá el baño, es de sangre, y más que refrescante, resulta escalofriante.
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