Todas las comunidades de tiempo en tiempo necesitan descargar sobre alguien sus culpas colectivas. Así lo hacían las sociedades primitivas. Si no lo hubieran hecho, probablemente la vida en comunidad habría sido muy difícil y peligrosa, las recriminaciones habrían sido ineludibles y extendidas. Más que hacer justicia, buscaban evitar la violencia generalizada, descargar la responsabilidad de las desgracias y las rabias sobre uno solo: ese es el rol del chivo expiatorio. El elegido debe cargar con los errores sociales, con las frustraciones comunes y ser sacrificado en aras del bien común. Un función catártica en el drama social.
Pareciera que Chile ha elegido su chivo expiatorio.
Claramente la rabia y el descontento expresado en las manifestaciones más radicalizadas del estallido social, y que tienen eco en la Convención Constitucional, eligieron a carabineros como su blanco predilecto. Basta revisar las escenas de enfrentamiento, los miles de carteles y grafitis en las paredes de Santiago para tomar nota de aquello, así como la propuesta de “sustituir a Carabineros” de la comisión de derechos humanos de la Convención.
Miembros de la institución también han hecho su aporte para ser elegidos como blanco de la crítica: la mega corruptela del “pacogate”, los montajes en la Araucanía y el sesgo político así como la violencia excesiva de las Fuerzas Especiales durante el estallido social, han dejado una huella difícil de ignorar.
La centro izquierda, por su parte, reconoce en sordina el tremendo error que significó no intervenir a la institución durante los años de la transición manteniendo incólumes las prácticas, las lógicas, la autonomía y la ideología que los inspiraron como fuerza represiva durante la dictadura. Bastaría recordar la resignación del presidente Frei cuando exigió la renuncia del General Stange y éste , desde el mismo palacio de La Moneda, se burló en su cara.
Sin embargo, siendo cierto todo lo anterior, por alguna razón que no se puede ignorar, los chilenos cuando tenemos un problema que escapa a nuestras posibilidades lo primero que hacemos es llamar a carabineros. También es curioso que en todas partes la gente pida más y mas carabineros. La confianza que les depositamos (y que sigue siendo más alta que la de las instituciones políticas) y su prestigio se basa en la labor abnegada de miles de hombres y mujeres que trabajan día y noche, que enfrentan la delincuencia y ofrecen algo de seguridad a la población, que ayudan en las emergencias, que resguardan nuestras fronteras y un largo etcétera que hace de esa institución algo que sería razonable valorar, más allá de las necesarias reformas que no pueden esperar.
Es verdad lo que ha dicho el vicepresidente de la Convención en el sentido que ésta tiene la facultad de decidir (mejor habría sido que dijera proponer) sobre el futuro de esta y otras instituciones de la república. La Convención tiene delante suyo una página en blanco, pero no tiene carta blanca porque el texto que emane de ésta, tendrá que ser ratificado por el pueblo soberano. Si no lo fuera, es decir, si el país rechazara el proyecto de constitución justamente por su extendido ánimo refundacional y desprecio a las instituciones formadas a lo largo de nuestra historia republicana, su fracaso sería monumental y este solo sería atribuible a los excesos de los constituyentes.
Chile no necesita sacrificar una institución como Carabineros, menos aún en el contexto de las amenazas que se extienden sobre el país: violencia urbana y rural, nuevas prácticas criminales de la delincuencia, instalación de los carteles mexicanos en el país. El vacío que dejaría su ausencia sería irremediable. Sí necesitamos abordar con urgencia e inteligencia la reforma profunda que no quiso hacer la transición, pero no necesitamos “tirar al niño con el agua sucia”.
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