Mario Marcel no buscó el cargo de ministro de Hacienda, llegó porque lo llamaron. Estaba a sus anchas, en la cúspide de su carrera a la cabeza del Central, premiado, elegido el presidente del año de los bancos centrales por Central Banking. Pero decidió aceptar la invitación del Presidente Boric.
Doy por descontado que su motivación no tuvo que ver con cargo, prestigio, pompa o sueldo, como pudo haber sido para varios de sus compañeros y compañeras de gabinete, que asumieron ministerios sin un gran recorrido político ni laboral.
Fiel a su estilo, durante la presentación del gabinete y el cambio de mando sí usó corbata. Clásico, hasta fome para los tiempos de cambios y renovación que inspiraban al nuevo gobierno, posiblemente su sobriedad era consistente con la solemnidad que las circunstancias ameritaban para él.
De seguro, antes de asumir ya tenía conciencia de lo duro que iba a ser gobernar con una economía en contra y una inflación galopante. Dejó la celebración a otros ministras y ministros, que con su solo nombramiento enfatizaban la simbología de la nueva era: la paridad, la primera ministra de Interior mujer y un largo etc. que incluía a un presidente electo que, cual rockstar, antes de asumir el mando había apostado a subir como la espuma de su imagen tras su elección.
Bastó un mes de gobierno para que la parquedad del ministro menos rockero del gabinete empezará a lucir por contraste con los errores e inexperiencias de un gobierno con calle y juventud, pero sin años de circo.
Bastó un mes de gobierno para que Marcel, el hombre que había venido a aguar la fiesta de los retiros, a confirmar que la liquidez excesiva era una droga que nos liquidaría, terminara en la primera línea, plantándole cara a los promotores de los retiros en el parlamente y, al mismo tiempo, como el ministro mejor evaluado por la ciudadanía.
Vaya paradoja, el hombre que le hacía un “parelé” a los retiros tan masivamente apreciados por la población aparecía como el mejor evaluado en distintas encuestas. ¿Paradoja o más bien la búsqueda de la ciudadanía de ese temple que representa Marcel?
Ante tanta incertidumbre, alboroto convencional, inexperiencia y, también digamos ausencia presidencial, es bien probable que Marcel haya venido a representar la demanda ciudadana por un adulto a cargo, un responsable de fijar los límites de lo posible y al mismo tiempo de hacer viables los cambios.
Como el agobio ciudadano no tendría tolerancia con la larga curva de aprendizaje que requería el novel gobierno, Marcel asomaba como un complemento perfecto para un presidente joven, transformador y un gabinete de renovación. El presidente pondría la visión, la mirada en el futuro y Marcel haría económicamente viable esa hoja de ruta.
Con un Marcel firme y un presidente Boric convencido de no seguir inflando la economía, la propuesta parlamentaria de un quinto retiro de fondos sólo se transformó en amenaza cuando parte de la propia coalición gubernamental decidió apoyar la idea. Una propuesta que elevaría la inflación por sobre el 15% anual y que sin dudas haría más dura y pedregosa la hoja de ruta que se había planteado el presidente. Incluso inviable.
Pero no, un sector de Apruebo Dignidad no estaba dispuesto a un diseño gubernamental con un Marcel fuerte. O porque como había dicho Daniel Jadue, Mario Marcel representaba para ellos el neoliberalismo, o porque no era aceptable darle tanto poder al representante de la vieja política que pretendía ordenar la casa en términos económicos e insistir en la gradualidad.
Ni sal ni agua para el ministro de hacienda. En un mes, parte de la coalición de gobierno le dio la espalda ofreciéndole a cambio de su capitulación un proyecto “alternativo” que igualmente contempla la posibilidad de un desembolso de los ahorros. Un proyecto que por más malabarismos lingüísticos con que se lo justifique no parece mejor para la economía y las pensiones.
Lo que ha dejado en claro el nuevo episodio de la serie retiros, es que para un sector de Apruebo Dignidad es intolerable alguien tan responsable fiscalmente como Marcel. Pero más intolerable aún pareciera resultarles que la tecnocracia concertacionista pretenda poner un adulto a cargo de aguarles el sueño de una fiesta con tintes populistas.
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