Otro flagelo azota a la infancia: su exposición a la intoxicación con cocaína y otras drogas por sus propios progenitores, tutores o cuidadores. Algunos infantes han muerto. Otros, han nacido adictos y sobrevivido. ¿En qué se convertirán?
En enero de 2023, en Viña del Mar, una lactante de pocos días murió intoxicada, porque su progenitora la amamantó luego de consumir cocaína.
Y en agosto de 2022, en Quinta Normal, una lactante de siete meses murió intoxicada por ingesta de estupefacientes. Dos meses antes, había sido hospitalizada debido a una intoxicación por cocaína. En esta ocasión, su abuela, quien había obtenido su tuición, “le habría dado leche de un tarro que contenía la droga”.
La infancia es símbolo de inocencia, simplicidad natural y espontaneidad, correspondientes al estado edénico anterior a la falta y la caída. Asimismo, simboliza el futuro. En la iconografía cristiana, los ángeles aparecen frecuentemente representados con rasgos infantiles, en señal de inocencia y pureza. De esta tradición, proviene el rito practicado en los campos chilenos, conocido como velorio del angelito. Para Jung, la imagen arquetípica del niño es una formación inconsciente auspiciosa y benéfica. En la alquimia, el niño coronado o vestido con el hábito real es una representación de la piedra filosofal, que simboliza el máximo logro espiritual alcanzado, en cuanto unidad, totalidad e imagen de lo divino.
Pero la práctica de sacrificar niños o su matanza son igualmente arcaicas. El Levítico menciona el rito de los cananeos, prohibido por la ley judía, consistente en entregar los hijos a Molok; esto es, quemarlos, pasarlos por el fuego.
En 1960, un niño mapuche de cinco años fue sacrificado, a fin de aplacar la furia del cataclismo ocurrido ese año en Valdivia. La antropóloga Sonia Montecino describió a la víctima, cuyo cuerpo desapareció, como un niño a quien nadie quería: pobre, desvalido, huérfano, un huacho. Tales características corresponden al cálculo sacrificial y a los rasgos de selección victimaria, propios del mecanismo del chivo expiatorio descrito por Girard: un niño a quien nadie reclamaría, ni defendería.
En 2012, la secta de Colliguay sacrificó a un recién nacido, arrojándolo a una hoguera. Su progenitor, y líder de esta secta, estaba convencido de que aquél era el Anticristo.
Los infantes condenados, destruidos en vida o muertos, debido a la negligencia de funcionarios del Estado chileno, o bien, debido a la desidia, abandono, ignorancia, frivolidad o maldad de sus progenitores, perpetúan estas prácticas sacrificiales, secularizada y degradadamente. Un ejemplo paradigmático es el SENAME, institución pública cuya única labor ha consistido en prolongar el abandono, la corrupción y la devastación de los niños.
Destacan los casos de lactantes intoxicados con cocaína, por la responsabilidad directa de sus progenitores en los hechos: abandono y aniquilación de sus hijos, o condenados a nacer en y para la ruina total, física, psíquica y espiritual, al modo de un sacrificio cruento transfigurado por la moderna sociedad de consumo.
Además, la impersonalidad del lenguaje estadístico ante los asuntos humanos contribuye poco a elucidar la magnitud de la tragedia en curso. Expresiones relativas a la tasa global de fecundidad como “1, 5 hijos por mujer” tienen connotaciones abyectas: las mujeres no son personas, sino úteros funcionales con número de serie, bestias reproductoras, especie de ejército de reserva siempre disponible para la fecundación, al servicio del progreso de la nación, la patria, el Estado, la revolución, la economía, los mataderos felices y la vida indiferenciada como valor absoluto, aunque no existan condiciones reales para que nazcan y crezcan seres humanos dotados de capacidad de conciencia, la más importante de las capacidades para una vida verdadera y constructiva.
Vidas miserables y sin sentido de progenitores sumidos en la vileza y la inconsciencia total sólo engendran hijos para la muerte, el tribalismo incondicional del narcofascismo y la expoliación de la infancia: desde su inocencia acosada, mancillada y arrebatada, hasta su condena a una muerte en vida igualmente sin sentido, decidida desde las sombras. Son realidades enraizadas en una barbarie y una instintividad sin espíritu subyacentes, persistentes y enquistadas socialmente.
¿Qué harán las instituciones públicas y privadas para prevenir el avance de este flagelo ahora? Y ya que bajo este Gobierno ha aumentado la cantidad de funcionarios públicos –no pocos de dudosa reputación–, ¿qué harán con esta lacra?
¿Tiene algún sentido noble engendrar hijos en Chile?
Tal vez, sea demasiado pedir a esta pornografía. Desde su observación de los “márgenes del presente”, con respecto a la situación de Chile y su devenir en Estado fallido, el abogado Jorge Bofill afirma: “El país ya se jodió. Constituciones más constituciones menos, con eso no lo vamos a arreglar”.
En último término, ¿es la barbarie el fundamento de la vida y la condición humana?
Si la vida consiste en administrar y regular la barbarie haciéndola necesaria, aceptable y feliz, entonces la vida no tiene ningún sentido.
Si la dictadura y la postdictadura han consistido en la administración y la justificación de su barbarie fundacional, desde las sombras y sus metástasis invisibles, entonces la vida en Chile no tiene ningún sentido.
Ésta es la vida sin conciencia, ni sentido, ni espíritu, inherente al narcofascismo que administra la infancia sacrificable como obscena realización ofrecida en espectáculo. Pero una vida sepultada en la inconsciencia, la miseria, la extorsión, la vileza, la ruina y la barbarie, no merece ser vivida.
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