Es un secreto a voces que los miembros de la Comisión Experta y el Consejo oficialista no están satisfechos con la configuración de la propuesta. Han dejado claro su descontento en múltiples ocasiones a lo largo del proceso, y es seguro que su frustración aumentará cuando se conozca el resultado final. Por lo tanto, no es necesario esperar mucho tiempo para que los partidos de izquierda llamen a votar “en contra” en el plebiscito. En mi opinión, esta sería la peor elección posible. ¿Por qué?
En primer lugar, podría lograr un objetivo distinto al esperado. Hacer un llamado público para rechazar la propuesta diseñada, desviará el enfoque del referéndum, la tentación para las derechas será sencilla. De ser el plebiscito sobre una nueva Constitución en uno sobre la gestión del Gobierno. Dada la baja popularidad de la administración actual, es fácil proyectar el resultado. En caso de que el “a favor” prevalezca, la situación empeoraría para el presidente y su equipo. Además, sería la tercera derrota electoral de manera consecutiva. Esto crearía una clara sensación de desgobierno, y un presidente debilitado y desgarrado. Podría ser aún peor de lo que observamos después de octubre de 2019.
En segundo lugar, ha sido la izquierda la que ha pregonado por décadas por un cambio en la actual Constitución, argumentando entre otras cosas su vicio de origen. Si la propuesta constitucional es rechazada, se mantendría la institucionalidad actual, contraviniendo sus objetivos originales. Se consolidaría lo que ellos llaman, la Constitución de Pinochet o como dijo Boric: la de los cuatro generales.
En tercer lugar, las fuerzas de izquierda carecen de una figura unificadora y carecen de un liderazgo que pueda servir como portavoz en este proceso. En contraste, la vereda de al frente hay dos figuras que lideran las encuestas presidenciales, además en lo programático coinciden más con el sentir popular, especialmente en temas como la libertad de elección y seguridad, por ejemplo.
Por lo tanto, la opción más sensata podría ser permitir que los acontecimientos sigan su curso y optar por la libertad de acción. Es extremadamente difícil para los partidos políticos tomar esta decisión, ya que parte de su función es tomar posición en momentos trascendentales, pero al final del día, la prioridad máxima debería ser la estabilidad y supervivencia de un Gobierno que enfrenta un escenario cada vez más cuesta arriba. Lamentablemente, si hay algo que la izquierda carece en la actualidad, es pragmatismo.
El Socialismo Democrático ha pagado el costo completo de un gobierno que no lidera, y no ha recibido algún beneficio institucional o político real. Solo ha logrado mimetizarse hasta perder su relevancia, dentro de la coalición política más inoperante, desordenada, incapaz y corrupta que la izquierda ha visto en cinco décadas.
Estar incómodos, implica reconocer que, aunque hemos avanzado, aún queda mucho por hacer. Es sacarnos la venda de los ojos y entender que el “verdadero progreso” no se mide solo en cifras, sino en la capacidad de construir una sociedad más justa, donde todos tengan la posibilidad de vivir con dignidad.
“Democracia Siempre” podría haber sido un acto valiente, un punto de inflexión en la defensa de valores universales. Pero, al menos por ahora, parece un ejercicio de marketing político, que predica más de lo que practica. No hay que pecar de ingenuos: esta cumbre también tiene una dimensión estratégica orientada a robustecer las credenciales democráticas […]
El futuro de Chile para los próximos 20 años depende en gran medida si la oferta electoral que tendremos a nuestra disposición será capaz de resolver -y financiar- estos desafíos estructurales que tienen a nuestro potencial de desarrollo cada vez más disminuido.
No vemos un mercado con restricciones de oferta, sobre todo porque se prevé que la demanda se modere en lugar de fortalecerse. Dado que no existen precedentes de tales aranceles a la importación en el mercado del cobre, la volatilidad debería persistir.