La carrera armamentista de la política chilena. Por Cristóbal Bellolio

Ex-Ante

La oposición de derecha a los gobiernos de la Concertación tampoco fue muy edificante. Patalearon hasta la majadería por cuestiones que hoy parecen enteramente obvias. Pero también hubo colaboración y entendimiento. Aylwin tuvo su Allamand, Lagos tuvo su Longueira. ¿Dónde está el interlocutor de Boric?


 No hay oficio más fácil que ser oposición. Encontrar todo malo no cuesta nada, aunque sea prácticamente lo mismo que hiciste cuando fuiste gobierno. No cuesta nada indignarse, en tiempos donde la indignación renta. Si no te indignas, si no hablas golpeado, si no “emplazas”, si no agregas suficientes signos de exclamación, si no exiges renuncias en tono perentorio, eres pusilánime y cómplice. El costo de estresar las instituciones se presume bajo si la recompensa es herir de muerte al oficialismo, pavimentando tu acceso al poder en la próxima elección. Es un guion conocido.

Pero tu adversario no olvida fácilmente. Tiene una herida abierta y te las va a cobrar todas. Apenas te instales en La Moneda, no cejará hasta verte tan humillado como tú lo hiciste ver hace apenas unos años. Va a desempolvar tus tuits y hacer que te comas tus palabras. Las municiones del resentimiento son inagotables. Por lo demás, inflar los pecados del gobierno de turno es una ruta efectiva para volver a gobernar, aunque eso signifique envenenar la convivencia política a niveles tóxicos. Es lo que espera tu barra brava: una guerra sin cuartel, sin matices, sin empatía, sin caridad. No te vayan a encontrar blando.

Da lo mismo qué partidos o coaliciones jueguen el papel de oficialismo y oposición. La dinámica es la misma. Esta es la carrera armamentista que atraviesa la política chilena. Cuando eres oposición, vas con todo contra el gobierno. La verdad es secundaria, la decencia es anómala, la honra es medieval. Sólo destruyendo el arsenal oficialista se ganará la próxima batalla. Una vez ganada, el ciclo continúa inexorable: la nueva oposición sube la apuesta y bombardea aún más duro, desolando tu gestión e hipotecando tus opciones de reelección. Y te toca nuevamente ser oposición, pensando seriamente en usar armas nucleares.

Ahora pongámosle cara a esta abstracción. Decir que Sebastián Piñera enfrentó una oposición odiosa sería quedarse corto. Es cierto que el estallido social caldeó los ánimos, pero cuando más se necesitaba que los dirigentes de izquierda mantuvieran la cabeza fría para reafirmar transversalmente su lealtad a las reglas no escritas de la democracia, avivaron el fuego y coquetearon con el desastre. Más de alguno fantaseó con que Piñera no terminara su mandato. Para qué hablar de su mezquina -nuevamente me quedo corto- actuación en la pandemia, que el presidente Boric tuvo la hidalguía de confesar. Para la estadística: presentaron una docena de acusaciones constitucionales. Lograron poner a Piñera de rodillas y se aseguraron La Moneda.

¿Qué diablos esperaban que ocurriera después? La derecha, ahora convertida en oposición, las está devolviendo todas. En las redes sociales, el derechista promedio no tiene empacho en reconocer que la motivación de la media docena de acusaciones constitucionales que han presentado en un año y medio de gobierno está relacionada a que ellos hicieron lo mismo. Y no se trata solo de la derecha. La arrogancia que en el pasado exhibió el actual oficialismo acumuló cuentas pendientes en la propia centroizquierda. Allí quedó, de hecho, sellada la suerte del exministro Jackson.

¿Qué dirigente opositor tiene el temple para detener la camotera? El que lo intente sale trasquilado. Su libreto ya está escrito: este gobierno es un desastre, nunca más estos niñatos progresistas, y cualquier evidencia en contrario será convenientemente ignorada. Mientras peor termine la administración Boric, piensa la oposición, más seguro es su retorno al poder. No falta el supuesto demócrata que etiqueta todas sus diatribas con #FueraBoric.

Entonces, cuando la derecha regrese a La Moneda en 2026, la izquierda picada a rabiar ejecutará el mismo libreto. Y así sucesivamente. Una carrera armamentista es un círculo vicioso. Sus incentivos no están en construir en conjunto y elaborar miradas transversales de largo plazo -la receta del éxito de los países desarrollados- sino en destruir a toda costa para ganar la próxima elección. La pasada corta. La táctica pirata.

¿No será demasiado inocente e iluso esperar algo distinto? ¿Acaso la política no ha sido siempre así? ¿La continuación de la guerra por otros medios? Quizás. La oposición de derecha a los gobiernos de la Concertación tampoco fue muy edificante. Patalearon hasta la majadería por cuestiones que hoy parecen enteramente obvias. Pero también hubo colaboración y entendimiento. Aylwin tuvo su Allamand, Lagos tuvo su Longueira.

En algún momento se dieron las condiciones para una especie de pacto generacional entre los actores emergentes de izquierda y de derecha. Ellos mismos se encargaron de dinamitarlo: el Frente Amplio fue por la cabeza de Blumel y ahora Evópoli se había plegado a la decapitación cívica de Jackson (antes del retiro de la acusación). Otros, desde Pablo Ortúzar a Daniel Matamala, han sugerido una “tregua de elites” para ponerle el cascabel al gato a esta dinámica autodestructiva. Pero eso requiere de un capital humano que no tenemos a la vista. ¿Dónde está el interlocutor de Boric? Pudo ser Macaya, pero la UDI está más preocupada de cuidar su flanco derecho, forzando una estrategia mimética respecto de la “derecha sin complejos” de Republicanos.

Nuestra fortaleza institucional sigue siendo significativa en el contexto latinoamericano. Es importante ver las cosas en perspectiva. Pero esa fortaleza solo aleja el peor de los escenarios: el temido retroceso democrático. En medio de una carrera armamentista no hay ninguna posibilidad de tejer las confianzas indispensables para pensar Chile a largo plazo.

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