Dentro de tres semanas, los chilenos nos enfrentaremos a una definición política en la que estarán en juego la estabilidad institucional, la gobernabilidad y las perspectivas de progreso. De la opción que hagamos, dependerá si se despejan las dudas y temores que surgieron en los últimos dos años acerca del rumbo del país, como consecuencia de la revuelta, el auge del populismo y las deslealtades hacia la democracia.
La primera vuelta contribuyó a tener una imagen más fiel del sentir ciudadano que el que había proyectado la elección de la Convención, pero nada está resuelto. Hemos llegado a un cruce de caminos.
Kast y Boric se esfuerzan en estas horas para conseguir la adhesión de los votantes de los candidatos que quedaron fuera de competencia, y atraer a quienes se abstuvieron en la primera vuelta. Para ello, están redefiniendo sus programas originales, en un ejercicio de flexibilidad sujeto a la fría lógica de la política (el poder bien vale una misa), lo cual también plantea riesgos, puesto que surge la duda acerca de cuáles son sus reales convicciones y motivaciones.
Mucha gente tiene derecho a preguntarse si los ajetreos para mejorar la oferta son puro acomodo de circunstancias para ganar votos, o verdadera búsqueda de una síntesis integradora. La exageración en el cambio de ropaje puede volverse antiestética. Con toda razón, a mucha gente de centroizquierda las palabras amables de Boric hacia Ricardo Lagos les han sonado como una burla sangrienta después de todos los maltratos soportados por el ex mandatario de parte del FA y el PC.
Ambos comandos de campaña están apuntando hacia posturas de mayor moderación. Es la consecuencia de haber hecho una lectura de la primera vuelta que no deja espacio para la desmesura, por ejemplo, la rebaja o el aumento de impuestos sin calcular los efectos desestabilizadores. Habrá que ver qué adaptaciones programáticas trasuntan mayor seriedad, en un contexto fiscal que limitará el gasto público.
A veces, se exalta el valor de los programas como si ellos fueran libretos que pueden ser ejecutados por cualquiera. De ese modo, hasta el líder tendría que ser vigilado para que no se aparte de lo escrito (lo ilustra la actitud del PC hacia la conducta de Boric).
Es la idea de que el gobernante “vale principalmente por lo que representa”, pero sucede que los electores no votan por un estandarte o un ideario, aunque eso pueda jugar un papel. Tampoco por un equipo de asesores, aunque eso diga algo. Votan por una persona concreta, a quien están obligados a imaginar como presidente de la República.
Para decidir su voto, los electores tendrán en cuenta muchos factores, pero en las actuales circunstancias será definitoria la impresión que se hagan de la persona que es realmente cada candidato.
O sea, qué clase de ser humano hay detrás de las sonrisas y los gestos, qué puede deducirse de su experiencia de vida. Lo sustantivo serán las sumas y las restas respecto de la madera de la cual está hecho cada candidato.
¿Importan la inteligencia y la cultura? Por supuesto. ¿Es importante que tengan calificación profesional? Cómo no. Pero la política demanda talentos específicos, que son determinantes a la hora de ejercer el poder, en primer lugar, la visión de Estado, el sentido de autoridad y, por supuesto, la serenidad para ejercer esa autoridad con buen criterio.
Hay que imaginarse a los líderes en situaciones de crisis. Nadie reúne todas las virtudes, naturalmente, pero hay algunas esenciales, que condicionan todo lo demás: se trata de las cualidades que podríamos llamar humanas, y que se relacionan con la contextura moral del gobernante y, por lo tanto, con los escrúpulos.
Como sabemos, las equivocaciones colectivas pueden estar a la vuelta de la esquina. A veces, se descubre que aquello que brillaba no era precisamente oro. No queda sino afinar los sentidos para no dejarse engañar por las apariencias. En la situación que enfrentamos hoy, quizás sirva el ejercicio de imaginar a los competidores ya instalados en La Moneda, adoptando decisiones sobre la marcha de la economía, el orden público, la defensa nacional, las relaciones exteriores y las diversas áreas en las que se juega el futuro del país.
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