Si el plan piloto del gas lo hubiese lanzado cualquier otro gobierno, quienes hoy tienen el poder estarían acusando a esa administración de incapacidad ejecutiva, de malversación de fondos, de corrupción del Estado, y pidiéndole la renuncia a todos quienes permitieron que avanzará la idea de gastar 117 mil pesos por cilindro. Pero, porque fue este gobierno, simplemente se descartó el error como parte del aprendizaje.
El ministro de Energía, Diego Pardow, sugirió que solo gracias al fracaso se pudo entender que la idea era financieramente insostenible. El ministro de Hacienda, Mario Marcel, dijo que ese era justamente el propósito de los planes piloto, agregando que, solo porque se perdió plata, ahora se podrá comenzar a ahorrar. Así sucesivamente. Lo que ningún ministro dijo es que el plan piloto fue un error que nunca debió haber existido.
Con lo grueso de la innovación descartada, lo único que queda es el márketing: es el slogan de “precio justo” y el color rosado de los cilindros. Y, aun así, sigue siendo confuso. Por ejemplo, aún no se explica exactamente cómo puede ser un precio justo si el Estado está gastando lo que no tiene. Al final, la gente igual pagará el costo, ya sea con sus impuestos o dejando de recibir otros servicios públicos.
La pregunta más relevante que rodea el asunto del “balón más caro de la historia”, como le denominó correctamente La Segunda en su portada, es ¿quién tomó la decisión? ¿Quién no hizo la planificación necesaria para entender que el plan no era solvente? Las luces estaban desde el comienzo. El mismo ex ministro de Hacienda Ignacio Briones advirtió en julio de 2022 que había un problema, apuntando particularmente al ítem de la distribución.
El plan piloto tiene que haber pasado por varias manos. Además de los ministros de Hacienda, Energía y Desarrollo Social, y la directiva completa de ENAP, seguramente el propio Presidente jugaron un rol en el desarrollo del plan. Ya en la presentación se apuntaba a la justicia social que produciría el programa, y como tal dejarlo anotado como parte del legado redistributivo del gobierno de Boric.
Aun así, ¿cómo puede ser posible que nadie, de todas las personas que jugaron un rol en la cadena de hechos, pudo haber previsto la situación a la que apuntaba Briones? ¿De verdad se necesitaba experimentar con recursos del Estado para saber que era todo pérdida, como delinearon Pardow y Marcel? Aunque el gasto haya sido menor al que pudo haber sido, la verdad que es que es asombroso lo mal que se manejó todo, desde la idea a su justificación posterior.
En parte, el concepto tras la idea, que, hay que decirlo, es noble en su propio derecho, recuerda a lo que ocurrió con la Convención Constitucional, que también puso la justica al centro de su narrativa y también fracasó por su propio peso. A pesar de toda su nobleza, de lo estético de su justificación, era una mala idea a la cual nadie le puso fin. La Convención, así como el plan piloto, nunca debieron haber salido a la luz del día.
El denominador común es la camada de políticos que está dispuesta a hacer lo imposible por convencer a la gente. Gracias a la promesa fácil, llegaron al poder. Y al verse obligados a entregar, se vieron en la obligación de improvisar. Esa es la izquierda irresponsable que dominó en la Convención Constitucional, y es la izquierda irresponsable que empuja ideas fallidas como el plan piloto.
El 1 de junio, en la cuenta pública, tendrá que resumir lo que ha hecho: tendrá que hablar de lo prometido, y lo entregado. Probablemente, sin embargo, como no tiene mucho que mostrar, tendrá que hablar de todas las razones que le han impedido entregar sus promesas. Como con el plan piloto, tendrán que justificar no haber hecho nada, a pesar de que tuvieron todo para hacerlo. Al final, ofrecerán nuevas promesas.
No todas las izquierdas son iguales. Hay una izquierda responsable, que sabe que no puede prometer más de lo que puede entregar. Hay una izquierda que ofrece precios justos, sin tener que encalillarse. Hay una izquierda que entiende las complejidades de la modernidad y que no se avergüenza de tener que depender de privados. Hay una izquierda que no depende de promesas falsas. Lamentablemente, no es esta izquierda.
Por lo mismo, es curioso de que no haya nacido una respuesta más dura por parte de quienes se sienten de izquierda, pero que no están en el gobierno. Son pocos, contados con los dedos de la mano quienes sí lo han hecho. Y por lo mismo, vendrán más planes piloto.
El episodio del plan piloto quedará en la memoria colectiva por algún tiempo, y no por el gasto adicional que le significó al Estado, sino que por evidenciar la irresponsabilidad de la izquierda que gobierna. A la larga, será más dañina la decisión de haber puesto en marcha el plan piloto que el propio plan piloto. Ser de izquierda no tiene por qué estar asociado con hacer las cosas mal, pero vaya que este gobierno se ha esforzado para instalar esa idea.
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