El desencanto y la frustración de Gabriel Boric con su gobierno. Por Jorge Schaulsohn

Ex presidente de la Cámara de Diputados
Crédito: Agencia Uno.

El Presidente está desilusionado. Lo nuevo es la verbalización de su desencanto, de la pérdida de identidad, una enfermedad del alma que afecta a toda la izquierda no reformista que lo acompaña. Ese es el problema de fondo que corroe por dentro al gobierno y la causa basal de muchos de sus desaciertos.


El extenso discurso del presidente Boric ante el Congreso Pleno había sido bien recibido por la ciudadanía y, según la encuestadora Cadem, le significó un alza inédita de diez puntos en su nivel de aprobación, lo que causó euforia entre sus dirigentes y partidarios que vieron en el discurso un nuevo amanecer para el gobierno.

Por fin se había encontrado el tono preciso para alejar las incertidumbres y las dudas, dejando atrás la amarga derrota de la reforma tributaria, asumiendo un estilo dialogante, conciliador y propositivo, abandonando los maximalismos programáticos y asumiendo la legitimidad del rechazo como un voto razonado y no como producto de la desinformación, las fake news y la manipulación de la prensa oligárquica.

En su intervención el mandatario exhibió sin complejos como logros propios un conjunto de medidas que en su día fueron ferozmente combatidas y denunciadas por él y sus partidarios, tales como los estados de emergencia, uso de las fuerzas armadas en las fronteras, ampliación de los controles de identidad, cambios a las normas sobre legítima defensa para proteger mejor a los Carabineros y la adopción de medidas concretas para combatir la delincuencia y el crimen organizado.

Hasta ahí todo bien. Parecía que gobierno había logrado retomar el control de la agenda aumentando su respaldo ciudadano, dejando atrás el desastre electoral de la elección de consejeros.

Pero la procesión va por dentro.  La reconversión no es gratis y tiene costos emocionales para el presidente como quedó de manifiesto en un discurso posterior a la cuenta que a mi juicio es el más importante y revelador que ha pronunciado durante todo su mandato.

Me refiero a su intervención en el acto del aniversario su partido Convergencia Social. Allí, lejos del protocolo, en un ambiente íntimo y sin prensa, Boric se sinceró frente a los suyos, dejó de “habitar” el cargo de presidente, como le gusta decir a él, experimentando una especie de regresión a sus tiempos de dirigente de la FECH. Un video del evento se viralizó en las redes sociales.

Fue como una pequeña ventana abierta a su alma que permitió auscultar su verdadero estado de ánimo; una enumeración de sus frustraciones y sentimientos de culpa por no poder hacer los cambios estructurales que desea y así cambiar la sociedad como él quiere; por tener que conformarse con “administrar lo que hay”. Su profunda tristeza e incredulidad por no ser capaz de superar el 38 por ciento de apoyo popular, lo que le produce “escozor” y el desconcierto que le provoca cuando algunos en twitter se identifican como “orgullosos” del 38%.

Se pregunta qué pasará con “los cabros que la están pasando tan mal por falta de lucas” e insinúa que se ha perdido la razón de ser del gobierno. Se lamenta de haber llegado al poder tan rápido, lo que califica de “raro” y afirma que la rebeldía (¿contra sí mismo?) tiene que ser parte del gobierno, desde el cual “no se ve toda la realidad”.

Todos los presidentes han hablado en los aniversarios de sus partidos manifestando orgullo por lo que están haciendo; pero ésta es la primera vez que no hubo ni una sola alusión a la tarea y responsabilidad de gobernar, al rol que le cabe a su propia colectividad en ello, a los desafíos que están pendientes, a las prioridades que acababa de fijar en su cuenta pública.

Es como si un Boric producido por la inteligencia artificial estuviese haciendo uso de la palabra, un personaje que no tenía nada que ver con el que habló ante el Congreso Pleno; mucho más honesto, transparente y vulnerable.

Nunca he dudado de la sinceridad ni de la buena fe del presidente. Pero creo que ni él mismo estaba preparado para la impotencia que le imponen las circunstancias, para soportar dos derrotas tan contundentes y en tan poco tiempo y que su agenda redentora sería repudiada por el pueblo. Un estado de cosas imposible de modificar en lo que le queda de mandato.

El presidente está desilusionado. Lo nuevo es la verbalización de su desencanto, de la pérdida de identidad, una enfermedad del alma que afecta a toda la izquierda no reformista que lo acompaña. Ese es el problema de fondo que corroe por dentro al gobierno y la causa basal de muchos de sus desaciertos.

Recuperar su identidad, la mística, el sentido de trascendencia es lo que están tratando desesperadamente de hacer. Ven en la conmemoración de los 50 años del golpe una gran oportunidad.

Asociarse a una épica allendista tan potente que la eficacia de la gestión gubernamental quede relegada a un segundo plano. Es una apuesta riesgosa, porque la figura del expresidente divide y no suma; contrariamente a lo que piensan en La Moneda, puede ser un pésimo negocio político que les impida crecer más allá del 38 por ciento.

Tal vez por eso el ministerio de las Culturas adoptó la insólita determinación de renunciar a ser el país invitado de honor a la feria del libro internacional de Frankfurt 2025. Algo que jamás ningún país había hecho. La idea es gastar el dinero solo en cosas relacionadas con la conmemoración del golpe según un instructivo que la cancillería envió a las embajadas. Participar tenía un costo de $250.000 euros y Frankfurt no era un foro propicio para resignificar al gobierno como legítimo heredero del legado a Salvador Allende.

En el intertanto hay que seguir gobernando y pagando el precio de hacer las cosas mal.

Como ocurre con la negligencia de la Subsecretaría de Redes Asistenciales, que le costó el cargo al subsecretario quien tras amenazas de acusación constitucional contra la ministra tuvo que renunciar.  Negligencia que podría ser la causa de muerte de una lactante en San Antonio que no encontró una cama UCI en la Región Metropolitana, pese que había una disponible en la Clínica Las Condes, a la que por razones que aún no se conocen ni siquiera se le preguntó. Un episodio que le pega al gobierno donde más le duele; su impericia para en el manejo de problemas complejos.

En medio de la crisis sanitaria aparece la ministra Orellana instalando como tema prioritario de salud pública “el desconocimiento del clítoris”. Sin perjuicio de la relevancia que el asunto pueda tener, su comentario fue percibido por la ciudadanía como un ejemplo de “elitismo ñuñoíno” de la desconexión entre las autoridades de gobierno y los dolores de la gente común y corriente.

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