La Convención termina su labor este lunes. Y es difícil señalar quien fue la figura de ésta. Quizás esta es una de las características más interesantes de esta asamblea. Al revés de lo que se esperaba, la Convención ha ido quemando uno a uno a los ídolos posibles como si esta fuese también parte de su encargo, no redactar un texto sino disolver un contexto: el estallido social.
Ha sido así. No fue el paraíso sino el purgatorio del octubrismo, empezando por quien simboliza mejor que nadie este fenómeno: el pelado Rojas Vade que iba a ser y no fue, como no fue tampoco la tía Pikachu, y en general toda la Lista del Pueblo que se disgregó en la irrelevancia justo en la asamblea, que parecía su trampolín al cielo.
Algo parecido, pero desde el Frente Amplio, ha sucedido con Daniel Stingo. Elegido con una enorme votación, abogado y estrella de televisión. La Convención iba a ser “su” Convención, el lugar donde su vehemencia de trenzas desatadas iba hacer la diferencia.
Portavoz de los nuevos tiempos, unos nuevos tiempos que se parecen a él, nervioso, competitivo, winner, pero con pretensión de defender a los loser. Lo dejó en claro en un panel de televisión al comienzo del proceso. Los temas los iban a poner “nosotros” y el tono, y los tiempos del debate. Ese “nosotros” era la izquierda que resultó aplastantemente mayoritaria en las elecciones de convencionales.
Ahí empezaron los problemas. Daniel Stingo es el símbolo mismo de la izquierda conversa, esa que vio la luz recién para el estallido social. Una izquierda que solo sabe que es tal si hay alguien de derecha al frente con que compararse. Sin un derechista al frente, Daniel Stingo es un exalumno de la Universidad Católica, donde era demócrata cristiano, de los moderados. Como Atria y Viera, mientras Bassa estaba a la derecha de ellos, lo que recuerda que hay que cuidarse siempre de las aguas mansas.
Un niño de colegio particular de familia italiana, que se peina y viste como lo que es en el fondo de su alma incendiaria, un niño bueno. La voz de los que sobran se llama el programa de radio que regenta, pero nunca en la vida Daniel Stingo ha sobrado en un país construido por y para gente como él, profesionales liberales con apellidos europeos, rápidos, efectivos, ejecutivos, y ambiciosos.
El furor con que Stingo defiende sus ideas y se burla de la de los demás, nace justamente de esa necesidad de hacer enemigos para saber quién es él. Su escuela política fueron los matinales de la televisión, donde entre las sartenes del plato del día, el astrólogo de turno, la alabanza a la justicia en mano propia, Stingo podía brillar representando otro sentido común, no precisamente de izquierda, pero si más cristiano y social que el que imperaba en el reino de los Viñuelas. Un sentido común que siempre estuvo aquí pero que el rating había querido olvidar hasta entonces.
La moral del San Juan Evangelista, el colegio de padres holandeses donde se educó. Los valores de hermandad de corta palo del escoutismo, que comparte con Fernando Atria. ¿Quién escribirá la primera tesis sobre la influencia de Baden- Powell en la nueva constitución?
Stingo no es un general o un organizador de ningún tipo. Necesita como Laurel de Laurel y Hardy, Mandolino, o Abott de Abott de Costello, Melame de Melon y Melame, de un bandejero para brillar mejor.
Guiado por los animadores de matinales, aterrizado por ellos a los problemas concretos de la dueña de casa, puede ser luminoso y convincente y hasta brillar. Pero sin un animador al lado, el convencional se anima demasiado y cae en el insulto, el desprecio, hablando de “mi platita” como si preocuparse de ello fuera de tonto, o riéndose de la edad de Ricardo Lagos o de la preocupación por la propiedad privada de un poblador de Lo Prado. Riéndose sin reír porque a Stingo nunca se lo ve feliz, relajado, gozoso.
Siempre en actitud de batalla, siempre buscando una polémica en que polemizar, pero sabiendo que está obligado, ahora, a lo contrario a tranquilizar, explicar, dar una confianza que sin Camiroaga, o Karol Lucero o José Antonio Neme no logra encontrar.
Stingo en la televisión tenía tiempo y espacio para desarrollar su personalidad arrolladora. En la Convención se ha convertido en un surtidor infinito de Memes. Es quizás esta la razón profunda de la ausencia de líderes definitivos en una convención llena de rostros. El meme y el TikTok, los medios oficiales de los nuevos tiempos, consumen muy rápido imágenes y frases, pero no construye discurso y continuidad. No solo saca las frases de contexto, sino que acaba con la posibilidad del contexto mismo. Necesita polémicas y risas, necesita escándalo y fake news, que pueden ser hasta verdaderas.
Como decía Santa Teresa, hay que tener horror de las plegarias atendidas. En una asamblea de derecha Stingo, como lo hacía con Patty Maldonado al lado, habría brillado, en una de izquierda, ha terminado solo y deslucido.
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