-Se cumplen tres años del acuerdo del 15 de noviembre que permitió dar inicio al proceso constituyente. ¿Fue la mejor salida posible a la crisis?
-No era la única alternativa: habían otras salidas posibles y, una vez dentro de la agenda constitucional, habían otros modos de configurarla. Si La Moneda hubiera reaccionado de mejor manera las horas y días siguientes al 18 de octubre quizá otro gallo cantaría, pero con el gobierno en el suelo la oposición de la época impuso su diagnóstico. Ahora, dicho eso, el Acuerdo tuvo el valor no menor de ofrecer una salida política e institucional a la crisis que se vivía en ese momento.
-Sin embargo hasta ahora ha sido un camino pedregoso, con una propuesta rechazada y muchas interrogantes sobre el desenlace de un nuevo esfuerzo. ¿Qué lecciones pueden sacarse?
-Quizá la principal lección que debe sacarse de todo el proceso vivido entre el Acuerdo del 15N y el categórico triunfo del Rechazo es que las constituciones deben sustentarse en acuerdos políticos transversales. En el “más amplio consenso posible”, para emplear los términos de la Comisión de Venecia. Pero la soberbia y el ímpetu refundacional de quienes condujeron la Convención impidieron tomarse en serio este desafío.
Fue una farra histórica, y me parece que la izquierda, salvo honrosas excepciones, aún no comprende bien su responsabilidad en ese fracaso. En cualquier caso, el punto es que sólo habrá una nueva Constitución en la medida en que exista ese pacto político transversal, mayoritario y con alcance nacional.
-La presidenta del partido oficialista FRVS, Flavia Torrealba, dijo que el movimiento constitucional había pasado. Las encuestas indican que una nueva carta no es la prioridad de la gente. ¿Puede fracasar un nuevo intento constituyente? ¿Mantener al país sin un consenso constitucional sería un problema mayúsculo?
-Sí, sería un gran problema porque, cualesquiera hayan sido sus méritos, la Constitución vigente hoy no está cumpliendo algunas de sus funciones básicas. Ciertamente limita el poder y asegura la alternancia, a diferencia del texto que propuso la Convención, pero la Constitución actual no refleja un pacto político transversal ni mayoritario, es decir, no cumple su misión simbólica; y tampoco sustenta un sistema político que combine adecuadamente los equilibrios políticos con la gobernabilidad y eficacia del sistema.
Es tan alta la fragmentación que el país se ha vuelto ingobernable para un presidente de cualquier signo. La relación Presidente-Congreso-sistema electoral está mal articulada, y ninguna encuesta o declaración oportunista de la izquierda cambiará esa realidad.
-La derecha, con el triunfo apabullante del Rechazo, dice que quiere cumplir su compromiso por una nueva carta, pero el diálogo constituyente se entrampa. ¿Cuál debería ser la estrategia de Chile Vamos?
-En términos generales, me parece que las directivas de Chile Vamos han actuado correctamente desde el plebiscito hasta ahora. Luego de la gigantesca victoria del Rechazo había que intentar tomarse en serio ese resultado, lo que no hizo el oficialismo en varias semanas; también había que cumplir la palabra empeñada y trabajar por una buena y nueva Constitución, pese a la incomprensión de ciertas bases y militantes de partido; y también había que dialogar con otras fuerzas políticas para alcanzar un acuerdo.
Siempre se pueden hacer mejor las cosas, pero no era fácil ni obvio cómo se equilibraban estas distintas variables. Hasta ahora la centroderecha ha logrado hacerlo, al punto que son las fuerzas oficialistas las que tienen diferencias internas a la hora de continuar el diálogo. Sería muy curioso que luego de dilapidar la Convención la izquierda volviera a torpedear el acuerdo constitucional.
-Gabriel Boric fue a La Araucanía, hubo varios actos violentos y el Presidente condenó el terrorismo. ¿Es un giro importante?
-Sí, hay un giro relevante, basta recordar la frustrada visita de la entonces ministra Siches al inicio del gobierno, o los dichos del entonces diputado Boric, que visitó Temucuicui y lo describió como “territorio liberado”. El giro discursivo es notorio y obviamente es positivo. El problema, sin embargo, es la falta de una explicación adecuada que permita comprender el tránsito entre el Boric proto revolucionario y el Boric proto socialdemócrata.
Sin esa explicación resulta poco creíble para sus adversarios, y poco persuasivo para su base de apoyo. Dicho de otro modo, el presidente Boric corre el riesgo de quedarse cada vez más solo. Todo esto sin contar, además, que tampoco sirve de mucho cambiar el discurso si luego esto no va acompañado de acciones concretas. En ese sentido, su resistencia a utilizar la ley antiterrorista es muy inquietante.
-En estos ocho meses de gobierno hemos visto una difícil instalación, polémicas por algunos nombramientos y cierto zigzagueo en la dirección política. ¿Crees que el Presidente ha sido hábil al manejar las famosas dos almas o tiene una contradicción no resuelta?
-De manera paulatina, y con permanentes zigzagueos, el presidente Boric parece querer avanzar hacia una versión más madura, más socialdemócrata si se quiere. Ahora aprecia a Carabineros y la Teletón, y llama al terrorismo por su nombre. El problema, insisto, es que no ha explicado en forma adecuada cuál es el trasfondo que permite comprender este tránsito.
En parte por eso, en parte por los continuos errores de gestión, y en parte por haberse jugado de manera temeraria por el Apruebo, hoy está muy debilitado. Y me temo que lo seguirá estando mientras no asuma que es inviable dirigir un gobierno que alberga no dos, sino que tres proyectos distintos: el del socialismo democrático, el del PC y el del Frente Amplio. U opta por algún tipo de norte claro, y está dispuesto a renunciar a la unidad de las izquierdas pagando los costos del caso; o seguirá a la deriva.
-El Presidente acaba de presentar una reforma previsional, que entre otra cosas marca el fin de las AFP y un mayor protagonismo del Estado. David Bravo dijo que era una reforma temeraria porque cambiaba muchas cosas que ya funcionaban bien. ¿Qué grado de inestabilidad puede provocar esta propuesta?
-Mucha inestabilidad, sin duda. Como sugirió la exministra María José Zaldívar, es curioso que el gobierno privilegie poner fin de las AFP en vez de viabilizar una reforma sustentada en grandes acuerdos que, por cierto, es el único modo de sacarla adelante. Aquí lo principal debería ser pensar en el bienestar de los chilenos. ¿Cuál es la tasa de reemplazo que queremos lograr? ¿Cuál es el mejor modo de lograrlo en términos de viabilidad política y sostenibilidad económica? ¿Cómo afectamos menos el empleo?
Pero, además, hay otro problema. La izquierda parece no comprender que los chilenos, en gran medida influidos por los retiros que ese sector impulsó con fervor casi religioso, hoy no conciben renunciar a la propiedad de los fondos previsionales. El gobierno no puede ignorar la mayoría social que su propia conducta ayudó a consolidar.
-¿Hay un deterioro de la política en el país? ¿Qué tan grave es?
-Es innegable que el cuadro político y social actual es el perfecto caldo de cultivo para los demagogos. Por eso es importante que la política institucional comprenda que está completamente cuestionada, en su conjunto. En ese sentido, cualquier nuevo fracaso del sistema, como lo serían no alcanzar un acuerdo constitucional o no sacar adelante la reforma de pensiones, sólo agudizaría el problema. La ciudadanía está cansada, dolida, frustrada. El sistema entero está en tela de juicio.
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