La ministra vocera de gobierno Camila Vallejo se equivocó medio a medio. Decir en un punto de prensa que se han revelado indicios de una “red de corrupción” es prematuro y es inapropiado.
Suponiendo que la ministra no maneja información secreta, no hay antecedentes que avalen lo que dice. Recién están comenzando las diligencias y lo único que se sabe es que hay filtraciones. Si eso involucra a más de dos partes, lo que conceptualmente constituiría una “red”, está aún por verse. Es correcto que la formalización del exjefe máximo de la PDI es un hecho sumamente grave, pero de ahí a inferir de que existe una “red de corrupción” hay un mundo de distancia. Incluso si finalmente se comprueba algo por el estilo, a esta altura no hay nada más que sospechas.
Por lo mismo, es simplemente equivocado inferir que hay una red de corrupción. Las premisas por las cuales la ministra saca sus conclusiones son nada más que sospechas. El rol de Vallejo es ser vocera del gobierno, no comentarista política. Vallejo carga con la responsabilidad de dar a conocer lo que hace el gobierno de la república, no para dar su opinión personal sobre teorías de conspiración nacidas en redes sociales.
Por lo demás, y considerando lo poco y nada que ha hecho el gobierno en materia de política pública, es increíble que la ministra hasta tenga tiempo para este tipo de cosas. Una salida adecuada a la pregunta de la periodista hubiese sido simplemente sostener que “hay que dejar que las instituciones funcionen”.
El comentario de Camila Vallejo es un error de principiante por lo bajo e intervención indebida por lo alto.
En cualquier caso, la intención de la ministra es obvia. No es hablar por el gobierno ni proteger el proceso judicial, es llevar agua a su molino. La intención de Vallejo es dibujar dos puntos sobre la tela para que otros los puedan conectar después. Es bandejear una narrativa que cree que le puede convenir en lo político. La intención de Vallejo es asociar el caso de Hermosilla con su oposición política.
Es un error grosero, por varias razones, pero principalmente porque el caso está recién comenzando. Vallejo, como los demás observadores laterales, solo sabe que hay filtraciones de audio. ¿Cómo sabe que esas filtraciones no afectarán a su propio sector político después? ¿Cómo está tan segura de que el abogado nunca le filtró información a alguien de su gobierno?
Hermosilla, lejos de ser un abogado de la derecha, como sostiene la idea que quiere instalar la ministra Vallejo, es un abogado transversal, que ha trabajado con clientes de todos los sectores políticos. El más reciente, incidentalmente, es un integrante fundamental de su propia coalición de gobierno.
Hasta hace solo unos meses, Hermosilla, el abogado que se le acusa de filtrar información, trabajaba para el principal asesor del presidente Boric: Miguel Crispi.
¿Cómo es posible que Vallejo haya ignorado ese hecho tan público? Está acusando a Hermosilla de ser parte de una red de corrupción cuando su propio gobierno era cliente de Hermosilla. Tácticamente, es absurdo. Está acusando a un abogado que hasta hace solo unos pocos meses trabajaba (indirectamente) para ella. Sin nada más, es dispararse en los pies.
El comentario de Vallejo es marketing político, pero es marketing político del malo. Es marketing en tanto busca vender una idea falsa para fines propios, y es malo porque hay una probabilidad alta de que sus propias declaraciones la vuelvan a penar después.
Si nada más, el desatinado comentario de Vallejo muestra el precario estado político por el cual pasa el gobierno. Si bien en un comienzo la ministra destacaba como una de las mejores titulares de la administración de Boric, hoy se ha convertido en un flanco abierto.
Vallejo ha debido que salir a defender tantos errores no forzados y equivocaciones que ha perdido credibilidad.
Su improvisación ya no cae bien y sus argumentos son cada vez más burdos. Repite a oídos sordos que su gobierno es maltratado y que es la oposición es quien ejerce el maltrato. Pero, Vallejo, como su gobierno, no son víctimas, son los encargados de hacer que las cosas funcionen. Y si no pueden hacer que las cosas funcionen, es responsabilidad de ellos y de nadie más.
La responsabilidad no es solo de Vallejo. Es también culpa de un diseño político agotado que se resiste a morir. Obviamente, no es funcional tener tantos cabos sueltos. Es absolutamente posible que Vallejo haya olvidado que Crispi sigue en el gobierno. Quizás pensaba que este tipo de asuntos se arreglaron meses atrás.
Sobra decir que si Crispi, y todos los otros que se han visto involucrado en casos de corrupción en los últimos meses, hubiesen salido a tiempo, no habría pasado lo mismo. Pero por haber delatado cambios de gabinetes y de equipos estratégicos, el presidente Boric indujo el error.
El presidente debiese tomar nota de que su principal problema es político. Es por este tipo de política, la política del lamento y la excusa, que su gobierno está varado. Es por querer siempre desplazar la culpa a quien está al frente lo que le impide avanzar. Es no querer asumir responsabilidad por los errores propios lo que le imposibilita mejorar. Y es no querer tomarse el tiempo para entender lo que ha terminado causando errores tan groseros como el de Vallejo.
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