El debate sobre si debemos estar optimistas o pesimistas es atractivo, pero es importante discernir entre un optimismo fundamentado y uno voluntarista. ¿Existen razones para estar optimistas sobre la situación del país como algunos sugieren? Me parece que no.
Dicho eso, propongo distinguir entre motivos por los que podríamos llegar a estar optimistas y motivos por los que debemos estar optimistas.
Es cierto que como país podríamos aspirar a estar optimistas. El planeta busca desesperadamente alternativas sostenibles ambientalmente para satisfacer las crecientes necesidades energéticas, de alimentación y construcción.
En Chile contamos con recursos como el cobre y el litio en abundancia, así como una geografía propicia para la producción de energía limpia mediante sol e hidrógeno verde.
Para enfrentar el cambio climático, la sociedad también tendrá que cambiar sus hábitos alimenticios, reducir el consumo de carnes rojas (deforestación y emisiones de gas metano) y apostar por proteínas animales de baja huella de carbono como pescados que abundan en nuestras costas y zonas de cultivo acuícola.
Como si fuera poco, el combate climático también pasa por cambiar la matriz constructiva para hacerla sostenible. Reducir el uso de hormigón armado y su enorme huella de carbono, en favor de materiales más ecológicos como la madera y otras fibras vegetales.
Entonces, ¿podríamos llegar a estar optimistas? Ciertamente. Tenemos gran parte de lo que el mundo necesita y una posición privilegiada para ser protagonistas y beneficiarnos directamente del combate contra el cambio climático.
Sin embargo, una vez más, el problema radica en nuestra incapacidad para ponernos de acuerdo en cómo materializar esta oportunidad. De hecho, para aprovecharla (sabemos que es una ventana) debemos acelerar y no frenar como lo estamos haciendo. Debemos intensificar la explotación y producción de nuestros recursos y no seguir poniendo trabas y “permisologías” ni haciéndonos el haraquiri porque no agregamos más valor, lo que dicho sea de paso es discutible.
Hace poco en Criteria publicamos un estudio que señalaba que uno de cada cuatro chilenos pensaba que Chile es uno de los países que más ha contribuido a causar el cambio climático y que un 47% de la población consideraba que somos uno de los países que más se verá afectado por la crisis climática.
Mientras la primera creencia es falsa, Chile es una hormiga frente a los elefantes que sí causan el cambio climático, lo segundo es cierto: nos vemos y nos veremos muy afectados por el cambio climático.
Nuestro país no es el mayor causante, pero sí es víctima del cambio climático. Pero al mismo tiempo tenemos todo lo que el planeta necesita para transitar energéticamente y lo que requerimos para reactivar el optimismo interno, volver a crecer económicamente y a creer en Chile y su futuro. He aquí un relato cautivador, capaz de amalgamar los intereses del Estado, de las empresas y de una ciudadanía que hoy no ve horizontes económicos. Una ciudadanía que vive presa de un presente incierto que ahoga todo espacio para mirar el futuro con optimismo.
Deberíamos acelerar, aunar voluntades y construir una visión compartida y convocante para asir esta tremenda oportunidad. Deberíamos, pero estamos atrapados por una clase política que parece decidida a hacer de esta oportunidad un espacio más para la polarización.
Una clase política fragmentada y confrontada que se ha mostrado un evidente desinterés por reformar el sistema político para resguardar su propia supervivencia y la democracia. Visto así, difícilmente estará interesada en salvar el planeta.
Pero también estamos atrapados por un empresariado que parece bajar los brazos ante la indolencia de la política. Que no se la juega a fondo porque teme pagar costos y que, en algunos casos, ha dejado de invertir (al menos en Chile) para rentar. Dejar de invertir y culpar de ello a la inestabilidad política promovida por los políticos. Políticos que a su vez apuntan a la indolencia empresarial como gatillante del malestar social.
Así estamos. Cada élite más preocupada de su propia parcela que del territorio común. Una élite que, por acción u omisión le hace la cama al narco, al crimen organizado y, más temprano que tarde, al populismo. Así, es difícil estar optimistas sobre lo que se nos viene como país.
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