No hay para un presidente un momento de mayor vulnerabilidad que cuando sale al extranjero. Siempre está rodeado de un enjambre de periodistas que forman parte de su comitiva, ávidos de tener algo atractivo con que llenar sus múltiples despachos diarios. Cada palabra, gesto o acción es disectada no solo por la prensa, sino que también por sus adversarios políticos.
Una gira exitosa le ofrece la oportunidad de elevar el estatus del Presidente a la categoría de estadista, generando un sentimiento de orgullo en sus connacionales, empatía e incluso mejorar en las encuestas.
La regla general es que las giras se malogran cuando se utilizan como una plataforma para promover asuntos controvertidos de la política contingente interna.
En nuestra historia hay ejemplos de ambas cosas. El senador radical Julio Durán era el favorito para ganar la presidencial de 1964 hasta que viajó al Vaticano; al salir de su encuentro con Juan XXIII se refirió a él como “mi amigo el Papa”, agregando que no “comulgaba con ruedas de carreta”.
Otros han quedado estigmatizados por su comportamiento inadecuado como cuando Sebastián Piñera le pidió a Obama sentarse en su escritorio.
También hay quienes ganaron estatura por su temple y sangre fría, como fue el caso del presidente Patricio Aylwin, que rehusó anticipar su regreso al país cuando los militares salieron en traje de campaña a las calles para manifestar su “malestar” contra la investigación de los llamados Pinocheques, en un episodio bautizado como “el boinazo”.
En el caso de las giras del Presidente Boric su performance ha tenido luces y sombras.
Ha ofendido gratuitamente al gobierno del Perú a propósito de la destitución de Castillo, pero le paró los carros a Lula cuando éste trató de relativizar las violaciones a los DDHH en Venezuela.
Estuvo firme y claro en su defensa de Ucrania y de los DDHH y reaccionó con elegancia frente al ninguneo de Lula, aunque se hizo el leso con Cuba. También generó polémica con su controvertida entrega de una medalla al exjuez Garzón en España, cuya judicatura lo alejó de su cargo por prevaricación, gesto que al parecer no agradó al Canciller
Sin embargo, pisó el palito al “pinochetizar” su gira haciendo de la conmemoración de los 50 años del golpe el tema central, justamente cuando esa iniciativa le había explotado en las manos días antes de embarcarse con la crisis que llevó a la bullada y controvertida “renuncia” de Patricio Fernández. A partir de ese momento la gira se desperfiló. Le faltó lo que los anglosajones llaman “statesmanship”.
Es evidente que Boric se ve a sí mismo como una especie de “alter ego” de Salvador Allende, lo que es muy respetable. Sin embargo, proyectar a Chile como un país anclado en el pasado, donde la contradicción principal sigue siendo la postura sobre el golpe es una distorsión de la realidad, un abuso de su investidura y sobre todo dañino para los intereses del país.
Su discurso negacionista ignora que somos un país en el que no es posible construir una verdad oficial sobre esos luctuosos acontecimientos, que hay diferentes perspectivas con base fáctica y que para la mayoría de la población este no es un tema central.
El Presidente proyecta en su gira una imagen falsa del Chile de hoy, de su estado de ánimo, que nos hace aparecer como un país dividido, estancado en el pasado y poco atractivo.
Boric, olvida que su programa refundacional fue derrotado, que la abrumadora mayoría de los ciudadanos rechazaron su proyecto político en un plebiscito y luego en la elección de consejeros. Que su gobierno ha provocado un giro en la ciudadanía hacia la derecha que hoy se siente habilitada para expresar su apoyo al golpe de estado sin ningún pudor.
Bajo su administración la izquierda se ha precarizado y está más lejos que nunca de representar a la mayoría política y social del pueblo y ostenta la misma votación de hace 50 años.
Dudo que en el escenario actual Sebastián Piñera se habría podido dar el lujo de hablar de “los cómplices pasivos”. La derecha vivió “achunchada” durante mucho tiempo por las violaciones a los DDHH, aprobando leyes de verdad y reparación para las víctimas, incluyendo los exonerados políticos, para cuya acreditación bastó en muchos casos un certificado firmado por un parlamentario de izquierda.
Pero eso se terminó. Hoy es el Partido Republicano quien tiene la mayoría del consejo constitucional, no la Lista del Pueblo. Políticos y comunicadores de derecha declaran abiertamente su apoyo al golpe.
El Presidente “contaminó” su gira con el tema de los 50 años, opacó lo que en general habría sido considerado un buen desempeño y se hizo daño a sí mismo y a la imagen país. Tomó la decisión de aprovecharla para unificar a la tribu. Desperdició una oportunidad de tomar distancia de la contingencia local, lo único que le habría permitido mejorar su imagen y terminó generando controversias y ahondando las divisiones, hablándole desde Europa al 30% de titanio que lo apoya incondicionalmente.
Boric se equivocó. La figura de Allende y el recuerdo del golpe que lo derribó en la Europa de hoy no tiene la misma relevancia de antaño, no convoca ni resuena con la misma fuerza. Los europeos tienen otras preocupaciones, como la inmigración, el cambio climático y la guerra en Ucrania. Además, están perfectamente enterados de los disensos que la conmemoración genera en el país.
Europa también está experimentando un giro hacia la derecha y los partidos políticos que sustentaron la solidaridad con Chile durante años están extintos, en decadencia o muy debilitados como por ejemplo el Pasok en Grecia y los socialistas y comunistas en Francia, Italia y España, donde además el referente del Frente Amplio, Podemos, desapareció.
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