Perfil: Giorgio Jackson, un mártir sin martirio. Por Rafael Gumucio

Escritor y columnista

Si Guido Girardi es temido, odiado, pero también respetado, Jackson solo consigue dos de estos tres adjetivos. Aunque esta acusación constitucional ha destruido cualquier temor que se le podría tener por lo que solo queda el odio.


¿Qué le diría el Jackson de hoy al de 12 años atrás? ¿De qué podrían hablar el estudiante de ingeniería bueno para el voleibol, amigo de sus amigos, buen hijo, buen cabro, con este político calvo y macuquero que pareciera que nadie quiere demasiado ni en su coalición ni en las otras?

“¿Qué pasó con tu pelo, compadre?” Le preguntaría seguro el Jackson de hace 12 años al de hoy. “¿Y esa pinta, pareces el malo de Batman? ¿Qué te pasó, huevón, por qué te odian tanto estos compadres? ¿Qué les hiciste a toda esa gente para que te hagan la vida a cuadrito? ¿Qué pasó con los amigos de la UC y los del colegio Saint Thomas Morus? ¿Qué pasó con el pan con palta de las tardes y los entrenamientos en el gimnasio? ¿Y la polola que uno deja en la entrada de su casa, aunque uno se muera de susto de vuelta a la casa?”.

“Nada”, diría seguro el Jackson de hoy al de hace 12 años, “la vida no más”. Y para no seguir con el equívoco de hablar con una versión de ti mismo tan distinta a ti, se podrán a hablar de computación, programas, juegos, fenómenos en la red.

Para evitar cualquier otro lenguaje en que se podría interponer lo que sienten, se refugiarían en lo único en que aún pueden reconocerse plenamente las dos partes de la misma persona: El lado nerd, el apego a los datos, la falta de vacilación, de temblor a la hora de recitar estos datos, que hace que a veces las respuestas del ministro se parezcan a las que dan estos experimentos de inteligencia artificial que tanta sensación causaron en el congreso de futuro.

Sin parecerse en nada Jackson, tiene algo del organizador y alma del congreso de futuro, el exsenador Guido Girardi. Como en este conviven un nerd que le gusta la ciencia y un político bueno para las máquinas políticas. Capaces ambos de perder sin un asomo de emoción amigos del alma en complicadas maniobras internas de sus respectivos partidos. Claro que Girardi, pediatra educado en la Alianza Francesa, perfectamente articulado y paciente, consigue que sus maniobras fructifiquen tanto que sin estar en la primera línea de la política hace años puede cambiar el panorama de esta con una sola declaración. A Jackson en cambio siempre lo pillan en medio de la jugada.

Si Guido es temido, odiado, pero también es respetado, Jackson solo consigue dos de estos tres adjetivos. Aunque esta acusación constitucional ha destruido cualquier temor que se le podría tener por lo que solo queda el odio. Un odio ciego y a veces sordo que en parte usa a la figura de Jackson como el chivo expiatorio de su generación. Una manera de pegarle al presidente sin derribarlo del todo.

Pero Jackson no es Boric, ni mucho menos la Camila Vallejo. Boric habría sido político con o sin movimiento estudiantil del 2011. Camila Vallejo habría sido comunista sin necesitar ser dirigenta del partido. Giorgio Jackson habría podido vivir perfectamente sin el patio de la UC y los dirigentes del NAU no hubiesen pensado que quizás si ponían de candidato de izquierda a un alumno de ingeniería, darían el batatazo y le ganarían por fin a los “gremiales” en su propio terreno.

Para Jackson la política no era más que la prolongación del Techo para Chile. Unos trabajos voluntarios un poco más largos. Su madre le había enseñado a vivir en los valores del catolicismo social y él sentía que podía limpiar la política de la corrupción y mediocridad en que yacía. Por lo demás sus compañeros de lo que se convertiría en Revolución Democrática, con sus barbas nuevas, sus guitarreos infinitos, se parecían a los apóstoles predicando la buena nueva del No al Lucro y la educación pública, gratuita y de calidad.

La multiplicación de los panes, o la de los manifestantes en este caso, fue cosa de todos los días. Y los ciegos que ven, y los paralíticos que caminan y hasta los Lázaros que salen de su tumba. Solo falto la cruz. O sea, falto lo esencial. Sin cruz, sin persecución, sin clandestinidad, la secta de los cristianos se hubiera perdido entre otras cien sectas judías que pululaban en este entonces.

Y de repente a Jackson le toco ser diputado gracias a que la ex Concertación que le facilitó el puesto. No agradeció el gesto. Se lo bendijo por existir mientras también sin agradecer o dar nada a cambio, algunos de los apóstoles entraban al ministerio de Educación y la municipalidad de Providencia. Nadie le pidió dar cuenta de lo que hicieron bien y lo que hicieron mal (casi todo).

La cruz no vino. Siguieron ganando incluso las elecciones que perdieron y predicando en un desierto de leche y miel. Intentaron convertir a Piñera en su Pinochet, pero hasta los militares le fallaron y el toque de queda duró unas semanas apenas.

Para Jackson, que llegó a la política por la religión esta falta de cruz fue sobre todo una falta de vida eterna. Sin cruz que lo explique el poder se volvió una adicción, como lo es para todos los puritanos. Sus amigos tuvieron hijos y problemas caseros, él tuvo solo convicciones.

La política, que nunca amó se convirtió en su única pasión. La cruz que la vida no le dio se la construyó él mismo y él mismo empezó a colgarse y descolgarse de ella como un faquir cada cierto tiempo.

A diferencia de su maestro Jesús, Jackson se dedicó a tirar toda suerte de primeras piedras a cualquier pecador de paso. Aunque quizás lo hacía para recibir los piedrazos de vuelta. Esta lluvia generosa no ha llegado de caerle encima. ¿Se lo merece? Claramente no. ¿Se lo buscó? Claramente sí.

Lea también: Acusación constitucional: Cómo se despejó el panorama para Giorgio Jackson a horas de la votación final

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