¿Quién fue Daniel Jadue? ¿Cómo este arquitecto y sociólogo que nunca ha dejado de confesar que sus grandes pasiones están en el medio oriente, llegó a casi ser el candidato natural de la izquierda chilena? ¿Cómo llegó este militante tardío del partido a ser el hombre que podría lograr lo que dictaduras, leyes malditas y caídas de muros no lograron jamás: hundir en su defensa al más antiguo y resiliente de los partidos políticos chilenos?
Daniel Jadue debe su existencia política a una intuición genial: el haber entendido que debía contestarle al “cosismo” lavinista en su propio terreno. En vez del charango y el llanto por el pasado, se puso a pensar en el costo de la vida del ciudadano común. Es decir aceptó que el “proletario” era también cliente y que el mercado era con toda su crueldad una forma de entender el mundo. Dejó así de quejarse contra el sistema, para aprovechar sus fallas y contradicciones y hacer política estatal sin todo el aparto pesado del estado detrás.
Las farmacias populares fueron un golpe de genio político, aunque su administración parece, desde el punto visto de las fiscalías y contralorías, dejar mucho que desear. La imparable seguridad en sí mismo del alcalde de Recoleta, su impresión de que siempre tiene la razón, sobre todo cuando está equivocado, ayudó a instalar con más fuerza su idea como una revelación imparable. Su falta de raíces en el mundo de la izquierda le permitió situarse desde una pachorra que ésta había olvidado, un orgullo nuevo que se hizo contagioso.
Jadue quiso traducir al chileno el socialismo del siglo XXI. Pero quizás le falló justamente esa falta de modestia chilena, de cortesía ladina, de escepticismo colonial, que le habría permitido escuchar las advertencias que no dejaron de surgir a su alrededor. Se planteó siempre tanto desde la verdad absoluta como desde la provocación permanente. Quiso siempre ganar cuando cualquiera que sabe que la primera condición para resucitar es saber morir primero.
El que no haya pecado tire la primera piedra, podría, en su defensa, alegar Daniel Jadue ahora. La administración municipal de todos los sectores le daría validez a esta defensa cristiana. Pero ha preferido tirar las piedras él primero. Sin dejarnos el tiempo de encontrarle quizás la razón, se ha lanzado sobre periodistas, fiscales, jueces, y compañeros de alianza, como si fueran ellos los investigados y no él. Así ha conseguido llevar a un extremo inédito, esto de que la mejor defensa es el ataque, sin importarle, ni por un segundo, cuánto puede costar su estrategia a su partido, su coalición o al que se supone es su gobierno.
¿Se puede defender a los humildes cuando se carece de manera tan patente de humildad? En Chile se es inocente hasta que se pruebe lo contrario, pero es difícil defender este derecho cuando ese “inocente jurídico”, cree que todo el resto es siempre culpable y que él nunca hará, ni hizo, ni podrá hacer, nada mal.
Aunque, bien mirada, esta costumbre de ir por la vida a las patadas es quizás una forma desesperada de pedir amor. Una auto inmolación permanente que convierte a la parka sin manga que usa todo el invierno, en una metáfora de las dinamitas que su subconsciente parece querer llevar encima.
Una pulsión, la del hombre bomba, superior a cualquier otra que me permite mirar a este político, de indudable talento, con esa compasión que evita como la peste entregar o recibir.
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