Resulta difícil de explicar. Apenas elegimos a los nuevos constituyentes en mayo recién pasado, las encuestas sugerían que el apoyo al nuevo proceso estaba en torno al 40% y el rechazo en 36%. Lógico darles un poco de confianza en la partida, ¿no? Mal que mal los habíamos elegido recién. Sin embargo, en un par de meses, la misma encuesta dice que la opción A Favor del nuevo texto constitucional cae al 25%, y la alternativa En Contra se empina al 55%.
Lo curioso es que todavía no han tocado una coma del Anteproyecto que existía en mayo. No podría argumentarse que la gente se ha ido desilusionando por el rumbo del debate, las enmiendas introducidas, la discusión sustantiva. El texto no ha cambiado en nada, y aun así un montón de gente se pasó al bando contrario. Tampoco se puede decir que el nuevo Consejo Constitucional esté tirando por la borda su margen de confianza con el tipo de desplantes performáticos que le conocimos a su antecesora. En general, ha sido un trabajo sobrio. Raro.
Raro también que aumente la mala onda constitucional justo cuando los acusados de corruptela en las últimas semanas son oficialistas, en circunstancias que el renovado proceso constituyente lo conduce a sus anchas la oposición. ¿Qué culpa tiene Republicanos de la teleserie frenteamplista? ¿Por qué pierde apoyo su intentona constituyente? ¿Por qué diablos no se desacopla de una buena vez la curva de reprobación a Boric con la intención de voto constitucional?
Porque la cosa no funciona así. Cuando se mancha uno, se manchan todos. Aunque les duela a los militantes convencidos de la pureza de sus motivos y la excepcionalidad de su proyecto, la mayoría de la gente no distingue entre los de allá y los de acá: los manda a todos al carajo. Y aunque la guaripola la lleven los patriotas templarios de la “derecha sin complejo”, el proceso constituyente ya quedó timbrado como el empeño de la maldita clase política.
Republicanos se enfrenta a una encrucijada. Cada día se hace más difícil revertir el marcador. Habría que anotarse un par de hitos populares para detener la sangría a tiempo y devolverle el alma al cuerpo al (casi espectral) momento constituyente. Varios temen que la ventanita se nos cerró definitivamente. Como antecedente, en algún minuto la pasada Convención pensó que la remontada se vendría con los “derechos sociales”. No movió la aguja.
Se supone que el Plan A de Republicanos era conducir seriamente el proceso, aprobar el texto en diciembre, sacar chapa de estadista, y mandar a Kast a La Moneda. Hoy, el panorama es tan cuesta arriba que ni siquiera un gran acuerdo tipo “casa común” que incluya a moros a cristianos tiene asegurado el triunfo en el plebiscito de salida. Esto no es 1989. El voto negativo podría hacer de las suyas otra vez: contra todo, contra todos.
Más de algún Republicano sugerirá pasar entonces al Plan B: si ya se siente el olor a derrota, mejor no llevarse todos los costos. En una de esas, conviene jugársela por un par de posiciones polares (autoritarias, neoliberales, conservadoras, tradicionalistas, llámeles como quiera), tensar el ambiente, pelearse con los del frente para contentar a sus orgullosas bases electorales. Si la nave va a naufragar, mejor asegurarse algunos restos.
Este triste (y algo tragicómico) escenario, echa por la borda la tesis del nuevo clivaje y el “Chile de derecha”. En una carta a sus correligionarios después de la elección del 7 de mayo, el mítico Pablo Longueira especuló que la propuesta de nueva constitución, elaborada en un proceso liderado por la derecha, “podría obtener un 65% a 70% de apoyo”. Se ve peludo. Es cierto que falta la campaña, y en una de esas, un clip que vaya de Marcela Aranda a Carmen Hertz cantando We Are the Word, o un afiche con Boric y Kast firmando sonrientes “una que nos una”, puedan cambiar el paisaje. En una de esas.
Aun en ese caso, subsiste la duda de si a la izquierda le interesa ese salvataje. Ya le mataron el poeta, no tiene fuerza ni ganas de volver al amorío constitucional. Ni siquiera presentaron iniciativas populares. ¿Para qué? Ya saben como funciona ese placebo: todo depende de la correlación de fuerzas de la Convención. Con la actual composición, el abortismo furioso no llega ni a discusión preliminar.
A lo mejor, piensa más de algún progresista, es mejor dar por muerto este proceso constituyente, para proceder a autoconvencerse del argumento Atriano de que, después de la reforma que rebajó todos los quórums a 4/7, decretando el fin definitivo de los cerrojos tramposos, la constitución que tenemos ya es para todos los efectos relevantes, una nueva constitución. Pueden decirse a sí mismos -sin autoengaño- que eso jamás se habría producido sin el susto que les metió la Convención. Quizás ahí estuvo la burocrática ventanita y la aprovechamos sin darnos cuenta. Porque la otra, la del épico momento constituyente, guatea.
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