Las noticias hablan de tomas en diversas facultades de la Universidad de Chile y de manifestaciones de intolerancia y sectarismo. Una facultad incluso rompe sus relaciones con otras universidades sumándose entusiastamente a la ola exaltada de intransigencia e irracionalidad que amenaza su vocación como alma máter de Chile.
El Instituto Nacional fue fundado el año 1813. Podríamos decir que a días de la declaración de Independencia de Chile el gobierno de Carrera dio a luz una institución para la formación intelectual y moral de los chilenos libres del dominio colonial.
Futuros presidentes de la república se formarían en sus aulas, como es el caso de José Joaquín Pérez, Manuel Montt, José M. Balmaceda, Pedro Aguirre Cerda, Salvador Allende, Jorge Alessandri, Eduardo Frei y Ricardo Lagos, entre otros. Así también el instituto fue la cantera de premios nacionales de arte, literatura, historia, periodismo, medicina, entre otros.
Sus aulas fueron a lo largo de 200 años el lugar emblemático de la educación pública, donde se encontraban alumnos de diversas procedencias sociales, ideas políticas y creencias religiosas, el lugar desde el cual egresaban los más talentosos exponentes de cada generación y al cual las familias y jóvenes buscaban con ahínco ser aceptados en sus aulas, lo que era considerado un gran logro gracias al esfuerzo y la idoneidad. Todo aquello, sin embargo, pertenece al pasado.
La reforma educacional, que prohibió la selección, y la acción de grupos violentistas han convertido al Instituto Nacional en una triste sombra de lo que fue. Hoy son pocos los interesados en ingresar a sus aulas, las clases se interrumpen cotidianamente, los profesores se sienten amenazados por alumnos que no los respetan cuando no los agreden directamente, las bombas molotov se fabrican en sus aulas y se lanzan desde sus techumbres contra los representantes del estado.
Naturalmente, sus resultados académicos decaen año tras año y sus alumnos ya no son esperados con ansias por las universidades. Alumnos esconden con vergüenza sus insignias en la calle. La mediocridad y el activismo reemplazaron el espíritu de respeto y excelencia que lo hizo grande a lo largo de dos siglos.
La Universidad de Chile tiene una historia que por momentos se hermana con el Instituto Nacional. Fue fundada en 1842 bajo la rectoría del gran intelectual venezolano Andrés Bello, quien imprimió su carácter a la institución, la que se convirtió y sigue siendo en la actualidad la principal universidad del país desde el punto de vista de su producción académica y del interés de los jóvenes por ingresar a sus aulas.
No obstante, al igual que otras universidades latino y norteamericanas, se encuentra hoy asediada por los mismos fantasmas bárbaros que destruyeron al Instituto Nacional: la intolerancia, la cancelación del otro, la censura y autocensura, la ausencia de pluralismo impuesta por grupos de estudiantes y profesores radicales, convencidos de ser poseedores de la verdad y dispuestos a imponerla a cualquier precio.
No es primera vez que la Universidad de Chile vive bajo asedio. Durante la dictadura, gremialistas y rectores militares buscaron imponer el silencio y destruir su tradición. Quienes estábamos en sus aulas -profesores y estudiantes- supimos defender el pluralismo y no descansamos hasta recuperar su autonomía y la libertad de cátedra.
Hoy el desafío es similar. Los estudiantes deben reaccionar, los académicos deben despertar de su letargo y salir de la autocensura. Coraje para defender la universidad es lo que el país echa de menos en estos días en que la propia rectora Rosa Devés y no pocos decanos deben pernoctar en sus oficinas para evitar la destrucción física y moral de la Casa de Bello.
La Ley de Insolvencia requiere mejoras urgentes, con miras de evitar fraudes o actividades en perjuicio de la masa, resultando fundamental también proteger los intereses de terceros.
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