Nuestro país se encuentra en un momento histórico, ad-portas de hitos que marcarán y definirán el destino de Chile durante los próximos años. Hitos que por cierto van más allá de la importante discusión constitucional actual. Este momento invita a tener una mirada distinta a la que hemos sostenido como país en los últimos años, que privilegie la rigurosidad de los análisis técnicos, en su sentido más amplio, alejada de los discursos pomposos, muchas veces carentes de contenido.
Los distintos actores de la sociedad, desde su posición, tenemos un deber fundamental: ser capaces de apoyar los buenos acuerdos, pero no cualquiera, sino aquellos basados en la excelencia del conocimiento experto, en las diversas materias que así lo requieren; que se proyecten en el tiempo y que permitan el tan anhelado desarrollo. Para conseguirlo, debe primar la sensatez, y hay que aceptar que necesariamente requerimos de la ayuda de los expertos, de manera amplia. Hay buenos ejemplos en la historia reciente: la Comisión Tributaria para el Crecimiento y Equidad liderada por Rodrigo Vergara y la reciente Comisión Marfán.
Estos acuerdos tienen que ser fruto de profundos análisis y estudios de excelencia técnica y profesional, insumos con los que Chile cuenta de sobra, pues solo de esa manera serán efectivamente sostenibles en el tiempo y, consecuentemente, darán el puntapié inicial hacia el progreso en materias de interés público.
No se trata de una “tecnocracia”, como algunos dirán. La buena política es esencial. Se trata, de que en las distintas materias de políticas públicas que así lo requieran, seamos capaces de convocar a líderes y especialistas de las distintas disciplinas, de manera transversal, que -bajo estándares de excelencia, y con una entrega humilde-, logren consensuar caminos que le hagan bien a Chile, al Chile que todos queremos.
Esta situación se puede ejemplificar de manera muy simple: cuando padecemos de algún problema de salud, vamos al doctor. Vamos por un diagnóstico, tratamiento y opinión profesional. Si eventualmente el tema es complejo, el médico normalmente estudia, lee, revisa lo que ha ocurrido en otros países. Se preocupará, también de compartir y contrastar opiniones con otros médicos, para conseguir el diagnóstico más acertado y lograr el mejor tratamiento posible. Incluso más, el buen médico, con humildad, podrá aceptar sus propios errores iniciales de diagnóstico. En este escenario, que puede parecer de toda lógica, lo que en todo caso no se hace, es invitar al propio paciente y sus parientes y amigos cercanos, a que hagan el diagnóstico o lleven a cabo la intervención médica de manera conjunta, pues a ellos les compete algo distinto: tomar la decisión final respecto de lo que se hará o no.
Tenemos una responsabilidad con relación a la definición de una hoja de ruta, que sea clara, con una planificación de reformas que requieren de un alto nivel técnico “consensuado”, respaldadas políticamente. Para estar a la altura del desafío, es necesario proporcionar el tiempo necesario, sin improvisar, dando espacios y escuchando de verdad a los técnicos y expertos, sobre una base sólida que dé estabilidad en el tiempo. Es que, con un sentido de urgencia mal abordado, nos entramparemos en una maraña de reformas que, por un lado no cumplirán sus objetivos, y que -peor aún- nos alejarán del objetivo planteado. Un ejemplo ha sido el diseño de nuestro sistema tributario a la renta, lleno de inconsistencias, que exige ser repensado, tras más de ocho años de reformas tras reformas, siempre corriendo contra el tiempo, cada cual en su “trinchera”, y bajo el lema de “así es la política”.
La propuesta, entonces, es hacer las cosas bien, escuchando de verdad a nuestros técnicos y expertos cuando sea requerido, dándoles los espacios adecuados de encuentro, proyectándonos hacia el Chile que queremos.
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