Una de las grandes conclusiones de la inscripción de los candidatos al Consejo Constitucional fue que se volvieron a nominar a los mismos de siempre. La lista de nombres conocidos, de exministros y seremis de gobiernos de la ex Concertación y la derecha, dio pie para la diatriba, permitiéndole a los críticos de los 30 años instalarse en la primera fila y ventilar su descontento.
Así, nombres como Andrés Zaldívar, Carmen Frei, Sergio Bitar y Mario Ríos se volvieron blancos de los francotiradores, que argumentaron en coro que, si finalmente estas personas son elegidas, serán los mismos de siempre los que escribirán la nueva Constitución, y se volverá a foja cero.
La línea crítica viene primordialmente desde la izquierda asociada al núcleo duro de la ex Convención Constitucional, que por definición buscaba la ruptura total con el pasado. Son ellos los que advierten que elegir a nombres asociados con la ex Concertación y la derecha podrían llevar al país a caer en los llamados males que llevaron a la gente a salir a protestar contra el sistema en octubre de 2019, y que, en cambio, solo figuras de sus líneas pueden hacer lo que se necesita hacer.
Una idea paradojal, no solo porque fueron ellos mismos los principales derrotados del plebiscito pasado (solo el 38% de los votantes los apoyaron), pero además porque acaban de pactar con uno de los principales partidos asociados a los 30 años (el Partido Socialista), e incluso nominaron a varios de los candidatos que llevan su blanco en la espalda (como es el caso del histórico presidente del PS Ricardo Núñez).
Ahora bien, es evidente que la crítica es algo de conveniente, en tanto no le conviene a la izquierda que se sigan eligiendo figuras del pasado. Por cada candidato del pasado que se elige, se deja de elegir a un candidato del futuro, un candidato de ellos. Además, con cada una de esas elecciones se iría demostrando, voto a voto, la debilidad de la propuesta alternativa.
Por lo tanto, es obvio que hay algo de engaño en criticar a quienes vienen de ocupar roles de primera línea en gobiernos anteriores, pues son rivales de eliminación directa. No criticarlos, o derechamente apoyarlos, sería hacer campaña en contra de los propios. Un sin sentido.
Pero el problema central de la crítica contra las figuras históricas no es el aspecto estratégico. Es el asunto de fondo. Los que critican a las figuras del pasado lo hacen criticándolos por su supuesta incapacidad de no haber hecho los cambios necesarios en el momento en que se necesitaban. Es el discurso típico de que la Concertación y la derecha estuvieron en el poder por 30 años y solo logran incrementar la desigualdad. Es también el discurso de que, estando en el poder, el duopolio se “apernó” y se dejó de preocupar de las urgencias de la gente.
Como es evidente, hay un problema grave con este discurso. Una revisión de cualquier cifra no solo mostraría que la desigualdad económica disminuyó significativamente en el periodo de tiempo criticado, sino que además mostraría que todos los otros indicadores importantes mejoraron, como los índices de pobreza, los de acceso a servicios del Estado y los de democracia.
Algunos podrán estar en acuerdo con esto y decir que no fue a un paso suficientemente veloz. A ellos habría que recordarles que el progreso que mostró Chile en los fatídicos 30 años fue mayor al progreso de cualquiera de los demás países de la región.
También hay una falacia lógica en la crítica. Quienes adoptan posturas antagónicas a figuras históricas dicen que los mismos de siempre son el problema y que ellos son la solución, pero cuando se les ha dado el poder, han fracasado una y otra vez. La Convención Constitucional es el mejor ejemplo de eso.
La izquierda tuvo el control total de esa asamblea y terminó proponiendo un texto tan alejado de lo que estaban pidiendo los chilenos que se votó en contra con la mayor cantidad de votos jamás registrada en el país. Critican a los del pasado por no poder hacer los cambios que se necesitan, pero cuando están al poder son incapaces de siquiera hacer un cambio.
Lo mismo ocurre con el gobierno actual, que se construyó en base a la crítica de los 30 años, y que eligió a un Presidente insistentemente crítico con la ex Concertación y la derecha por no hacer los cambios necesarios cuando se tenían que hacer, pero que desde que llegó a La Moneda, no ha logrado hacer nada relevante. Es más, bajo su mandato, se ha retrocedido. Hoy la economía está en su punto más delicada en décadas, hay una crisis de seguridad de proporción mundial, y no hay capacidad para hacerse cargo de urgencias.
Tampoco hay indicios de que vengan tiempos mejores, pues a un año de haber asumido el poder, solo se escuchan excusas y razones de por qué no se pueden hacer los cambios que tanto se prometieron.
Todo esto demuestra el problema de forma elocuente. Los que critican a las personas con experiencia piden votar por personas sin experiencia. Critican a los que estuvieron antes que ellos en el poder por no hacer lo suficiente, pero desde que llegaron al poder no han hecho ni lo más mínimo.
Es cierto de que la renovación política es un componente esencial para que cualquier democracia progrese, pero no puede ser a cualquier costo. Normalmente la renovación se da dentro de líneas partidarias y de forma gradual. Y cuando ha ocurrido por reemplazo, a la fuerza, por trasplante y con personas sin experiencia, se ha fracasado. Esa es la realidad que Chile vive hoy.
El gobierno está en manos de una coalición política que obtuvo su experiencia siendo una oposición destructiva. Y por lo mismo, al momento de recibir el desafío de construir algo no ha sabido hacerlo. Y cuando algo ha resultado, ha sido por aplicar las mismas herramientas y métodos que los que estuvieron antes que ellos usaron y que ellos tanto criticaron: como el decreto de emergencia, el endoso a las fuerzas armadas, o el canon de la responsabilidad fiscal derivada de la política económica ortodoxa.
Si la crítica a tener personas con experiencia es que todo se mantendrá igual, entonces quizás convenga eso. Pues, si la alternativa a que todo se mantenga igual sea lo que propone la izquierda que estuvo en la Convención Constitucional o lo que ha propuesto el gobierno de Boric hasta ahora, es mejor que todo se mantenga como estaba.
Gobernar no es un juego, y requiere a personas con experiencia, que entiendan la importancia de los desafíos, y que sean capaces de hacer cambios, pero no por medio de la fracasada fórmula de la ruptura y el reemplazo, sino que más bien por medio de la comprobadamente exitosa vía de la reforma y la gradualidad.
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