El país y el mundo atraviesan tormentas sociales, ambientales y económicas, pero el barco esta sin sala de máquinas. El sistema político, local y global, no logra procesar la creciente complejidad. Es una crisis que anticipa una nueva era y una certeza que cruza todas las veredas políticas respetables: debemos cuidar la democracia de nuevas amenazas.
El progresismo lo entiende, pero no logra transformarlo en propuestas. No es desidia ni miopía, capaz sea perplejidad. Todos vemos las causas y consecuencias: la crisis de la representación, la fatiga de la intermediación, las trampas de la inteligencia de datos y de la industria de las noticias falsas. El auge de los populismos, autoritarismos, la emergencia de una nueva correlación de fuerzas globales que, tarde o temprano, supondrán una China hegemónica. ¿Cómo se cuida la democracia desde el progresismo?
Habría que partir por decir que cuidarla no es conservarla tal como está. Supone revindicar sus fundamentos, más que sus actuales instrumentos. Mantener el equilibrio entre la primacía de las mayorías y los controles que impidan que devengan en tiranías, exige recuperar y transformar los instrumentos de intermediación. Re-conocer las diversas formas en que hoy se ejerce la ciudadanía para procesar esa complejidad y, desde ahí, construir una oferta programática con efectividad electoral.
No se trata de renunciar a la representación, sino de imaginar nuevas instituciones y procesos para mediar la relación entre representantes y representados. Solo ello impedirá que rija la ley del más fuerte, en cualquiera de sus formas.
Como en otros momentos de la historia, Chile es fiel reflejo de los dilemas contemporáneos. En medio de la crisis de seguridades, nuestro sistema político cruje mientras intenta procesar múltiples paradojas: una ciudadanía que demanda soluciones políticas, pero descree de la política para obtenerlas, una política que busca conectar- ver y escuchar- a la ciudadanía, pero en su intento, hace lo más simple: escucha al que grita más fuerte, ve solo al que se porta peor.
Y en ese reflejar más que procesar, todo es indignación impostada, proyección en el otro de lo peor de nosotros mismos. Uno usa al pueblo para esconder su impudicia, otros traspasan los límites de la decencia por un par de likes, algunos buscan aplausos y obtienen muecas de vergüenza ajena. Estamos frente a un abismo. No caer demandará que cada cual contribuya en lo que pueda.
¿Qué puede hacer el gobierno? Generar resultados sostenibles que mejoren la vida de las personas. Supondrá altas cuotas de pragmatismo: las condicione políticas y económicas lo exigen. El ejecutivo ha dado señales de entenderlo: reformas ponderadas, acuerdos amplios en materias urgentes, resguardo de los equilibrios fiscales. El presidente asume que su rol en la defensa de la democracia es demostrar que las instituciones viabilizan resultados. Lejos de la épica imaginada, más cerca de la denostada medida de lo posible.
¿Qué pueden hacer los partidos? Resolver de una vez el camino constitucional. La reciente experiencia demostró la centralidad de construir acuerdos amplios. Es evidente que el sistema político propuesto no generó acuerdos, también que se ignoró la urgente discusión sobre el sistema electoral. Necesitamos un sistema político más efectivo en procesar los cambios y demandas de la sociedad y un sistema electoral que combata la actual dispersión, fijando incentivos para la construcción de partidos y conglomerados fuertes.
Todo parece indicar que el nuevo proceso combinará una mejor conducción de los partidos y una mayor presencia de expertos. Quizás en lo primero hay más garantías de un sistema político razonable. La experiencia anterior padeció de mucha ideología y muy poca muñeca. La presencia de expertos, ojalá, augure mejores resultados en cuanto al sistema electoral. Nunca es bueno dejar que los ratones diseñen las estructuras para cuidar los quesos, menos en la actual situación de dispersión, donde prácticamente todos los incumbentes representan fuerzas de nicho que las reglas debieran propender a extinguir o transformar.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos? Ejercer con dignidad y conciencia la soberanía popular. Nuestro rol no se agota en el ejercicio electoral, la democracia no es solo un sistema para elegir autoridades, es sobre todo una cultura de convivencia que todos estamos llamados a ejercer.
De cada uno depende que nuestros hijos y nietos entiendan la fraternidad como un derecho y un deber. Que ejerzan la libertad individual y de conciencia comprendiendo los límites que la resguardan, que defiendan la igualdad en dignidad y derechos desde la valoración de la diversidad como fundamento civilizatorio.
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