Hemos sido testigos del aumento de compromisos en reducción de emisiones e iniciativas transversales de eficiencia energética y generación a partir de fuentes de energía renovables. Estos, impulsados por aspectos sociales, medioambientales y económicos, apalancan los cambios de la estructura, junto con el cómo generamos y consumimos nuestra energía. Dentro de estos conceptos se enmarcan los planes de descarbonización, que corresponden a uno de los pasos fundamentales en la transición hacia una economía global baja en emisiones, donde el objetivo es aspirar a un futuro donde la matriz de generación eléctrica sea sostenible y abundante.
Esa transición significa reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, y antes de seguir ese camino primero hay que saber cómo está Chile a nivel global. Los países más contaminantes del mundo son Estados Unidos, China e India. En nuestro caso, si bien Chile no se encuentra en el podio, tampoco se queda lejos, alcanzando durante 2019 índices per cápita de 4,99 toneladas según el Banco Mundial, y un aumento de emisiones totales de CO2 de un 270% desde 1990. Estos no son números alentadores, pero es clave entender que los esfuerzos de reducción durante la década pasada han logrado que el país disminuyera 1,7% entre 2015 y 2019 sus emisiones totales. Esta cifra puede parecer pequeña, pero es un gran paso en la dirección correcta, ya que históricamente ha existido una correlación entre el crecimiento del PIB y el aumento de emisiones de CO2, situación que se ha logrado desacoplar, procurando lograr un crecimiento económico al mismo tiempo que una reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.
Entre las acciones que destacan para disminuir drásticamente las emisiones de CO2, una de las más relevantes es la conversión de la matriz energética actual a una baja en emisiones, favoreciendo el reemplazo de las centrales a carbón por centrales de energía renovable, proceso conocido como descarbonización. Este paso es fundamental, ya que el 77,4% de las emisiones de CO2 en Chile proviene del sector energético.
Hoy en día existe un acuerdo no vinculante entre las generadoras y el gobierno respecto al retiro de las 28 centrales a carbón existentes en Chile para el año 2040. Sin embargo, las autoridades están evaluando la posibilidad de adelantar la fecha a 2030, o incluso 2025. De acuerdo con un estudio realizado por Acera (Asociación Chilena de Energías Renovables y Almacenamiento) durante 2022, si se considera el escenario de retiro para el año 2025, se necesitarían 18 GW adicionales en capacidad instalada, compuestos por sistemas de almacenamiento, plantas de energía eólica, solar y otras tecnologías renovables; mientras que en el escenario 2030, se necesitarían 15 GW adicionales al 2025, disminuyendo a 7,5 GW entre 2026 y 2030.
A medida que avanza la descarbonización, el gran desafío que enfrenta la operación del Sistema Eléctrico Nacional es garantizar la seguridad y calidad del suministro. El reemplazo de las tecnologías actuales contaminantes plantea un cambio profundo de paradigma: ya las centrales que funcionan con combustibles fósiles pueden abastecer la demanda diaria, absorbiendo sus variaciones durante el día y la noche; muy diferente de las tecnologías renovables -por ejemplo, los parques solares- que son intrínsecamente variables en la generación de energía, ya que dependen de condiciones climáticas particulares, e implican una inherente falta de suministro en los horarios de atardecer y noche, donde la demanda es más alta.
Para poder combatir esta problemática se debe profundizar en el almacenamiento, tecnología que se posiciona como principal para el desarrollo de un sistema eléctrico descarbonizado y libre de emisiones de CO2. Esto, impulsado por la reducción en el precio de las baterías de litio y las oportunidades operacionales que estas pueden entregar, tales como servicios complementarios, entre otros.
A lo anterior también debemos sumar el desafío de la transmisión, ya que los parques eólicos o fotovoltaicos no están ubicados en los mismos lugares que las centrales carboneras a las que vienen a reemplazar. Es así como la transmisión eléctrica puede tener un papel habilitador o limitante para el proceso de descarbonización. Esto se traduce en que la infraestructura apropiada y oportuna de transmisión facilita transportar la energía desde los puntos de generación a los centros de consumo.
Los desafíos que plantea la descarbonización, que si bien aparentan corresponder a asuntos de los cuales nos ocuparemos en el futuro, realmente requieren de atención inmediata, ya que retrasar la salida de operación de las centrales carboneras tendrá consecuencias en el cambio climático que serán muy difíciles de revertir. Debemos actuar rápido, con eficacia y foco importante en la continuidad, seguridad y calidad del suministro eléctrico, que es la manera con la que lograremos el cambio hacia la generación, almacenamiento y transmisión de energía más sustentable.
Impulsar nuevas tecnologías, como los sistemas de almacenamiento o distintos tipos de generación renovable, no sólo habilitarán la transición energética, posibilitando la descarbonización de la matriz eléctrica, sino que también proveerán un espacio fructífero para inversiones en ámbitos de innovación, que además de estar relacionados con el sector energético directamente, también involucran nuevos productos y negocios en los sectores de transporte, apalancados por buses y automóviles eléctricos; industrial, impulsado fuertemente por la adopción del hidrógeno verde para el reemplazo de combustibles fósiles; y otras tantas aplicaciones para las cuales existe un gran interés de parte de empresas y consumidores finales.
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