En el transcurso de una semana el presidente de Chile apareció en una foto con el presidente Vladimir Putin de Rusia, condenó un ataque (que resultó no ser un ataque) de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) a un hospital en Gaza, y firmó un acuerdo con el presidente del directorio de Huawei en China. Una secuencia de hechos surreal si se considera el letargo que hubo en materia de relaciones internacionales en el primer año de gobierno.
Pero lo que llama la atención no es el cero-a-cien en términos de agenda, sino el inesperado cambio de dirección. Pues por décadas, el registro muestra que Chile se ha inclinado hacia el otro lado del tablero, alineándose con la comunidad internacional, manteniéndose neutro en conflictos de alcance mundial, potenciando buenas relaciones en Medio Oriente, y prefiriendo como socio comercial a Estados Unidos y Europa antes que su competencia.
Pero a pesar de que el mundo ha cambiado bastante en los últimos años, trasladando ventajas comparativas hacia el oriente, es imposible borrar de la memoria la elegancia que tuvo el expresidente Ricardo Lagos para adoptar neutralidad ante la prospectiva de una guerra en Irak, o que el primer gobierno de Michelle Bachelet haya sido reconocido por Yedioth Ahronoth como “el gobierno más judío del mundo” fuera de Israel.
Para algunos, sería parte de un plan. Sería la adopción de un nuevo camino. Ante la incapacidad de botar el modelo vía constitucional, se estaría construyendo una nueva vía por medio de la diplomacia. Al menos así se entendería el privilegio que se le ha dado a algunos socios comerciales por sobre otros y la defensa que se les ha dado a algunos aliados estratégicos por sobre otros.
La idea de una alineación activa tiene sentido si además se considera la forma en que se han tratado los casos más cercanos como, por ejemplo, Cuba y Venezuela. La complacencia que ha mostrado el presidente con esas dictaduras por lo bajo levanta dudas sobre su posición frente a dictaduras en general. Pareciera haber algún elemento de conveniencia que intermedia la relación entre el acto pasivo de discrepar y el acto activo de condenar.
En fin, para que la tesis de que el gobierno se está alineando activamente con China, mientras se aleja de la esfera de influencia Estados Unidos y Europa, y se debe alinear simbólicamente con Rusia y a Hamas se sostenga, debe probarse no solo que tiene la voluntad de hacerlo, sino que además la capacidad para hacerlo. Y, a todas luces, pareciera ser que lo segundo no sea algo posible.
Dado que el gobierno ha sido extremadamente débil en el área de las relaciones internacionales desde al menos el comienzo de su mandato, es simplemente absurdo pensar que tiene capacidad alguna para definir el rol de Chile en el mundo de una forma que sería medianamente útil en el largo plazo. Firmar tratos y acuerdos a secas es diferente a firmar tratos y acuerdos que convienen.
La verdad es que la postura política de Chile a nivel internacional es impopular. En la gira por Norteamérica de 2022 el gobierno perdió la mitad de su apoyo, y desde entonces no se ha recuperado. El discurso de Boric en la ONU, altamente politizado y alejando de la realidad, lo hizo todo peor. No es sorpresa que Chile solo ha encontrado reacciones positivas en los márgenes de lo desarrollado y tradicional.
El problema precede y excede lo que ocurre dentro y alrededor de Cancillería. Si el nombre del ministro fuera el problema, bastaría cambiar al ministro para resolver el asunto. Pero claramente no es eso. Ya sacaron a una ministra y el problema sigue. El problema no es técnico, es político. El problema viene de arriba, y tiene que ver con cómo se definen las prioridades y se implementan los proyectos.
Un ejemplo de la disfuncionalidad es el viaje a China del presidente, que entre otras cosas fue a cerrar un trato para darle a los chinos propiedad sobre una planta de litio en el norte. Es un avance si se ignora la perspectiva anti extractivista que le permitió a la coalición que gobierna llegar a La Moneda, pero un retroceso si se considera que la dependencia podría volverse un problema en el mediano plazo.
El problema es la confusión y la improvisación que ha nacido de la inhabilidad de poder avanzar firme en una sola línea, predecible, respetando los tiempos de todos los sectores involucrados. La desesperación de avanzar a costo de todo, y de todos, ha obligado al gobierno a someterse a términos inequívocamente adversos, que no solo ponen en duda su capacidad y credibilidad política, sino que además podrían perjudicar a la nación.
El patrón errático es visible en casi todas las áreas del gobierno. Un ejemplo de aquello es lo que se ha hecho (o no se ha hecho) en la cartera de Cultura, que, a pesar de ser un sector menos determinante, es la cartera que supuestamente el gobierno iba a privilegiar por sobre todas las otras. Pero, salvo un bono temprano de 500 mil pesos, no ha hecho nada especialmente relevante por los artistas y el arte.
Solo este año el gobierno rechazó ser anfitrión de la Feria Internacional del Libro en Frankfurt, no se presentó en capacidad oficial en la Feria Internacional de Turismo de Paris y no estará en la Bienal de Venecia. Las ausencias no se explican por temas ideológicos ni estratégicos. Se explican netamente por el cortoplacismo y la desconexión de no poder llegar de forma oportuna a satisfacer demandas.
Así, la falta de perspectiva estratégica del gobierno propone que, lejos de ser parte del diseño, mucho de lo que ocurre, o no le ocurre, al gobierno es por fortuna. Tiene más sentido pensar que la foto con los presidentes Xi y Putin haya sido debido a un imprevisto, un error de cálculo, o simplemente a que los anfitriones no le hayan informado a la delegación chilena a tiempo sobre los planes, que a una decisión de mandar una señal política especifica.
Anécdotas aparte, es obvio que Chile ya no tiene una línea de política internacional ni tampoco aliados de mayor relevancia. Esto es algo nuevo, en tanto rompe con una tradición que hasta ahora era respetada en el mundo. Por una parte, se debe a la confusión del presidente. Y por otra, a la persistente inestabilidad política que ha dejado al país en una posición con poco margen de maniobra para decidir sobre su propio destino.
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