La decisión del Presidente Boric de indultar a 12 condenados por graves delitos cometidos durante la revuelta de 2019, además de un exfrentista, constituye un error que, posiblemente, cause daños irreparables a su ya debilitado mandato. Las consideraciones políticas que hizo para adoptar esa decisión revelan una muy distorsionada visión de la realidad y una enorme incapacidad para darse cuenta de las posibles consecuencias. De hecho, liquidó el esfuerzo de la ministra Carolina Tohá por conseguir un acuerdo transversal sobre la seguridad pública. ¿Creyó, quizás, que los aplausos del Frente Amplio y el PC iban a contagiar al resto de las fuerzas políticas? Fue exactamente al revés. Se produjo un rechazo muy extendido, y su gobierno pagará un costo altísimo en términos de credibilidad.
Desde que llegó a La Moneda, Boric ha revelado tener serias dificultades para percibir la realidad y para percibirse a sí mismo. Es cierto que gravitan allí los “presupuestos ideológicos” del Frente Amplio, una fuerza que aparentaba ser más de lo que realmente era, pero hay también ciertas características personales suyas que explican la larga lista de yerros y pasos en falso en los 10 meses que lleva en el cargo. La causa principal no está en su juventud o inexperiencia, sino en su modo de ser y de pensar, en lo que podría llamarse su perfil sicológico. La imagen de impulsividad, de falta de rigor, incluso de poca comprensión de sus obligaciones como jefe del Estado, ya tiene un fuerte impacto en las encuestas: la confianza de los ciudadanos en sus atributos para gobernar se ha deteriorado de una manera quizás irremontable.
Boric se convirtió en Presidente sin estar preparado para ello. Y ha comprobado que ya no le sirven los esquemas de agitación y demolición con los que funcionó como diputado. Ha descubierto que la sociedad es compleja, que la política exige templanza, que no basta con los discursos. Pero el peso de los prejuicios ideológicos que cultivó antes, lo ha llevado a actuar más allá de sus posibilidades, como ha quedado en evidencia en la actitud redentorista respecto del único terreno firme que pisa: el orden constitucional dentro del cual fue elegido.
Recién instalado en el cargo, se comprometió incondicionalmente con los resultados de la Convención, lo que pudo tener consecuencias desastrosas para el país. Con un mínimo realismo, debió haberse concentrado en la tarea de gobernar lo mejor posible, y haber tomado distancia de aquel dudoso experimento. Pero, no lo hizo. Luego, se puso temerariamente a la cabeza de la campaña por aprobar el proyecto de nueva Constitución, con lo que reveló una enorme inconsciencia de los riesgos nacionales involucrados. En suma, vio un Chile que no existía.
Chocó con la realidad el 4 de septiembre de 2022. En las condiciones de un régimen parlamentario, no le habría quedado más que renunciar después de la derrota, o la oposición lo habría forzado a dejar el cargo. En la práctica, lo salvó el régimen presidencial, o sea, la Constitución que cree que debe reemplazar a toda costa. Si hubiera ganado el Apruebo, Boric no habría sabido qué hacer frente a la desarticulación institucional, económica y social que habría sobrevenido.
Después del plebiscito, pudo haber actuado con estricto sentido de supervivencia y dejar que se aquietaran las aguas. Lo mejor para su gestión habría sido poner una pausa en la discusión constitucional y dejar cualquier iniciativa sobre la materia en manos del Congreso. No fue así, y optó por alentar otro proceso constituyente, con lo que buscó tapar la derrota y quitar trascendencia al Rechazo. O sea, escogió prolongar por un año más la agitación y el clima de incertidumbre. Ni siquiera tuvo en cuenta los cuantiosos recursos públicos gastados y por gastar en un asunto que, a estas alturas, la mayoría de los chilenos ve como mera preocupación de los políticos. Si hay elección en mayo de los integrantes del Consejo Constitucional, él y sus socios sufrirán probablemente una nueva derrota.
Boric da la impresión de estar lidiando a diario consigo mismo y de cargar con ciertos temores que condicionan su función política. Por ejemplo, parece estar rindiendo examen constantemente ante la corriente feminista de la última ola, a la que le entregó un amplio espacio de poder dentro del gobierno. Actúa como si la palabra “paridad” fuera sagrada. Y allí está la ministra Orellana como una especie de fiscal de la ideología de género, guardiana de la fe, con capacidad para vetar aquí e imponer allá. El temor de Boric a los grupos más agresivos del octubrismo está a la vista. Y también al PC, al que alaba cada vez que puede. La imagen de debilidad es desoladora.
La decisión del indulto ha sido la peor señal en el peor momento. Lo contaminará todo en términos políticos, incluido el nuevo experimento constituyente. No es fácil imaginar los tres años que le quedan a Boric en La Moneda. Son demasiadas las exigencias y poca la capacidad instalada. Y pueden venir retos muy complejos para la estabilidad y la gobernabilidad, frente a los cuales será indispensable que todas las fuerzas políticas actúen con sentido de Estado. Lo esencial es, por supuesto, sostener el régimen democrático.
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