Sobre el tema del gas y su costosa distribución se ha escrito bastante ya. El tema me hizo recordar los camiones que repartían gas en los cerros de Valparaíso en mi tierna infancia (anunciando su paso con un golpeteo de varilla contra los cilindros), encaramados en esas calles en medio de quebradas, algunas demasiado empinadas.
Imaginé qué pasaría si de la noche a la mañana se contrataba un grupo de choferes santiaguinos para ir a hacerse cargo de la labor. Intuyo que la tasa de balones por hora entregados disminuiría drásticamente. No es cualquier cosa manejar esos camiones por los cerros y además cumplir algún kpi o meta de eficiencia. Pero, esto es solo una anécdota para atacar el tema de fondo.
No es trivial entrar en un negocio, por simple que parezca, hacerlo con el mismo nivel de desempeño de los actores ya instalados en la industria, buscando además bajar los precios. Para esto, es primordial primero ser el más eficiente o de menor costo, si no, es tiempo y plata perdida.
Si nos enfocamos en este tipo de problemas, en los que nos molesta el precio de un bien o servicio o queremos ayudar a los consumidores, existen a lo menos dos caminos. Uno es entrar a la industria y ser el más competitivo, destronar a los instalados y finalmente recortar los precios al consumidor.
Otra posibilidad es que ese mercado tenga algún aspecto que funcione en forma incorrecta, para lo cual lo más recomendado teóricamente hablando es corregir la imperfección con alguna tarificación o fijación de máximos al retorno de ese mercado (dicho sea de paso, eso ya se hizo).
Sólo si tomamos la argumentación de que es un bien clave para los consumidores, que justifica entrar al mercado y operar, podríamos pensar en un Estado emprendedor que se involucre (manejo de la pandemia y vacunación sería un ejemplo).
Siguiendo los propios argumentos de la literatura sobre Estado emprendedor, aunque puede ser que no los haya entendido del todo bien, hay evidencia y casos de bienes, servicios, industrias donde el rol del Estado, en una etapa inicial de desarrollo, habría sido crucial para lo que hoy conocemos.
Internet, el GPS, algunos materiales de consumo masivo, entre otros, le deben su existencia a un Estado que tomó riesgos, invirtió grandes sumas y permitió que personas como usted o yo desarrollaran empresas del calibre de Apple, Amazon, Google o Nvidia.
En casos locales, la labor que ha realizado la Fundación Chile desde hace más de cuatro décadas ha ido en esa línea. Incubadora de proyectos con alto potencial, que requieren apoyo inicial y que después, de tan buen negocio que lograron ser, son vendidos a privados que los siguen desarrollando (y en los cuales quisieron invertir sus recursos).
Pero, ¿de verdad la distribución de gas en balones (no, no estamos hablando de invertir en infraestructura de cañerías, matrices y otros, para lograr una red de gas eficiente para los hogares) se asemeja a un proyecto como los mencionados arriba? ¿Es una idea con alto potencial de generar externalidades positivas a otras industrias, donde se requiere una elevada inversión y un empujón del Estado para desarrollarse?
A primera vista, no pareciera ser el tipo de iniciativa que un Estado emprendedor, buscando apoyar clusters de conocimiento de frontera, impulsaría. Pensando en ejemplos que sí tengan ese atractivo, uno mencionaría quizás ideas que traten de embarcarse y aprovechar la revolución tecnológica que estamos viviendo, potenciando por ejemplo un Estado de primer nivel en automatización de permisología, trámites notariales, licitaciones, etc. Eso iría en la dirección de potenciar la innovación, impulsar la alicaída productividad de nuestra economía y finalmente gastar los esfuerzos en lograr capital humano de alto calibre (una de nuestras mayores falencias).
Así, una incubadora de proyectos, bien pensada, financiada y desafiada dista mucho de un simple piloto de un negocio que a todas luces te puede dejar mal parado muy fácilmente. No es trivial tomar un camión y hacer la ruta de delivery por los cerros de Valparaíso.
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