¿Pueblo o gente?: la historia de una tensión. Por Noam Titelman

Economista y uno de los fundadores del Frente Amplio

La papeleta para las elecciones del Consejo Constitucional tendrá varias veces repetido el nombre “Chile” (Unidad para Chile, Todo por Chile, Chile Seguro, Partido Republicano de Chile). ¿Qué pasó en el transcurso de estos dos años que hizo desaparecer la centralidad que había tenido el término “pueblo”, sobre todo con la “Lista del Pueblo”? ¿En qué difieren y en qué se parecen “pueblo” y “gente?


Este 7 de mayo, cuando se lleven a cabo las elecciones para el Consejo Constitucional, la papeleta tendrá varias veces repetido el nombre “Chile” (Unidad para Chile, Todo por Chile, Chile Seguro, Partido Republicano de Chile). Sin embargo, un término que no aparecerá, y que jugó un rol fundamental en el proceso anterior, es “pueblo”. Lo más parecido que se encontrará en la papeleta será “gente”, la lista “Partido de la Gente”.

¿Qué pasó en el transcurso de estos dos años que hizo desaparecer la centralidad que había tenido el término “pueblo”, sobre todo con la “Lista del Pueblo”? ¿En qué difieren y en qué se parecen “pueblo” y “gente?

En palabras del diputado del PDG, Rubén Darío Oyarzo, lo que los diferencia de la Lista del Pueblo es la ideología de estos últimos. Concretamente, el Partido de la Gente se caracteriza por concebirse a sí mismo como un partido sin ideología. Y aunque, en realidad, la Lista del Pueblo tampoco quiso encasillarse explícitamente en la izquierda, rodeaban su discurso de símbolos que las personas asociaban con la izquierda, partiendo por el uso del término “Pueblo”.

En realidad, la historia de la tensión entre “pueblo” y “gente” comienza mucho antes de nuestro reciente debate constitucional. Así, Castro Soto (2019), sitúa el origen de esta tensión en la campaña del NO y su consolidación con la campaña presidencial de Patricio Aylwin.

Como lo describió Manuel Antonio Garretón, en 1986, en su artículo ¿Cómo imaginamos la transición a la democracia?, en aquel momento, preparándose para la construcción de una mayoría electoral capaz de derrotar la dictadura, se vuelve necesario encontrar un concepto que permitiera apelar a un amplio sector de la población, más allá de las ideologías: “una propuesta y un discurso que incorpore también la sensibilidad masiva de quienes día a día luchan contra la Dictadura y de la gente en general. Quizás una reflexión no ideológica sobre la transición posible nos llevará a un cierto consenso”.

Así, durante el fin de la dictadura, convivían apelaciones a “la gente” con llamados más tradicionales al “pueblo”, sobre todo en sectores más ideologizados y cercanos a las organizaciones sociales.

Para ejemplificar la transición de “el pueblo” a “la gente”, Castro Soto releva dos portadas del Fortín Mapocho. La primera es la conocida portada en la que en grandes letras se observa el titular “Adios Carnava. Adios General”. Como enfatiza Castro Soto, la bajada de este titular dice “Autor: el pueblo de Chile. Interprete: Sol y Lluvia”. La segunda portada es la que celebra la victoria de Patricio Aylwin, haciendo referencia a su lema de campaña “AYLWIN Y LA GENTE GANARON POR K.O”.

La importancia de la apelación a “la gente” en la centroizquierda se mantuvo durante las décadas siguientes. No por nada el lema de Alejandro Guillier en 2017 fue “Alejandro Guillier, el Presidente de la gente”. No solo eso, a fines de los años noventa, el término también fue empleado por la derecha con el lema de Joaquín Lavín y “los problemas reales de la gente”.

La consolidación del término “la gente” proviene de dos fenómenos entrelazados. Por un lado, el intento de apelar a un segmento de la sociedad, crecientemente desafectado con las ideologías y, a la vez, un esfuerzo por conectar con una clase que se ha vuelto incrementalmente relevante: la clase media.

En este sentido, valdría la pena hacer la distinción entre dos “clases medias”. Por un lado, la clase media “a secas”, que, como explican Mascareño et al. (2022) sostendría “las demandas clásicas especialmente en el ámbito de la seguridad de las pensiones y salud. Esta ha sido invocada recurrentemente en la historia política chilena. Lo hizo el Partido Radical y la Democracia Cristiana desde mediados del siglo XX en adelante, también Joaquín Lavín a inicios del siglo XXI”.

Por otro lado, estaría el sujeto principal al que apela el Partido de la Gente. “La gente” en este discurso es principalmente la “clase media emergente”, que, como explica Mascareño, está compuesta por individuos que: “lograron prosperar en el sistema de mercado de los últimos treinta años y que requiere de una ‘extensión social’ de este”.

Más importante aún, el Partido de la Gente emerge en un momento en que la identificación con el eje izquierda-derecha está considerablemente disminuida. En la época de la elección del presidente Patricio Aylwin, en torno al 12% de la población no se identificaba con ninguna posición del eje izquierda-derecha, para 2019 ese porcentaje había escalado a 62%.

Aunque “pueblo” y “gente” pueden parecer polaridades contrapuestas, en realidad, ambas comparten ser categorías que reflejan la tensión de las democracias liberales. Estos regímenes se caracterizan por conjugar el gobierno de las mayorías, con respeto a las minorías. Más aún, las democracia liberales, para funcionar y evitar caer en los despotismos de toda índole, necesitan fomentar y promover el pluralismo.

Desconocer al “pueblo” o a la “gente” es una receta segura para socavar las bases de la democracia. Pero, a la vez, es importante complementar estas categorías con la valoración de las normas institucionales e, incluso, de las ideologías, cuando estas se ponen al servicio del debate propio de la democracia liberal. Esta es la idea de “ciudadanía”, que reconoce el valor del debate institucional de la democracia liberal.

Una de las esperanzas que podemos depositar en el nuevo proceso constituyente, es que, pese a que ninguna lista incluyó el nombre de ciudadanía, la nueva constitución inaugure un nuevo sistema político en que Chile pueda tener una democracia liberal más equilibrada. Ya sea que nos hagamos llamar pueblo, gente o ciudadanía.

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