Una (izquierda) que nos una. Por Cristóbal Bellolio

Doctor en Filosofía Política
Sesión plenaria del Consejo Constitucional. Foto: Agencia Uno.

Será jodido explicar por qué se prefiere una Constitución hecha “entre cuatro generales” (Boric dixit) a una elaborada en democracia. La razón más ecuménica para invitar a rechazar es que, nuevamente, no es una casa común, no es punto de encuentro, no es “una que nos una”.


Nos estamos alejando “de la posibilidad de tener un Constitución que sea una casa común”. Lo que se está aprobando “no genera consenso”. Entender la Constitución “como programa de gobierno de un partido en específico no es el camino para que todos y todas quepamos en este país”. Lamentablemente, la mayoría “no ha tenido voluntad real de intercambiar para ver cómo proponer una nueva Constitución y no un programa de Gobierno”. Es un error “proponer una propuesta que no sea el resultado de amplios acuerdos”.

Estas cuñas no son de Javiera Parada, Felipe Harboe, Carolina Goic, o Andrés Velasco. Son de Gabriel Boric, Juan Ignacio Latorre, Lautaro Carmona, Claudia Pascual, entre otros. No se refieren al primer proceso constituyente fallido, sino al que se desarrolla actualmente. No se alarme si se confunde: el parecido es notable. La izquierda ahora quiere “una que nos una”. El progresismo se puso minimalista.

Por supuesto, podríamos acusarlos de inconsistencia. Cuando surgieron las primeras críticas centristas y liberales al trabajo de la Convención Constitucional, apuntando que el texto estaba quedando programático y partisano, el oficialismo, pasando por sus intelectuales, figuras mediáticas y francotiradores de Twitter, reaccionó con una mezcla de desprecio e histeria. Prácticamente nadie se detuvo a evaluar el contenido de la crítica, a saber, la importancia política de contar con una Constitución mínima y consensuada. Se optó por ningunear, acusar financiamiento oculto y preferir alianzas de clase. Ahí perdieron el plebiscito.

Hoy, en cambio, parece que el oficialismo en pleno suscribe el corazón normativo de dicha crítica: las constituciones no son el lugar para aprovechar mayorías circunstanciales que pasen máquina y entronicen un programa de gobierno. Es positivo que se hayan dado cuenta. Es preferible pensar, de buena fe, que no lo hacen solamente porque ahora son minoría y ni siquiera les alcanza para poder de veto. Es preferible pensar, como lo señaló el experto socialista Gabriel Osorio, que aprendieron las “dolorosas lecciones” del proceso pasado, y que justamente por eso apostaron a “una Constitución de consenso”, cuestión que efectivamente se logró en el Anteproyecto.

Ahora es la derecha la que se olvida de todas las columnas que escribió y las entrevistas que dio implorando una “casa de todos”. Triste constatar que algo tan evidente se manifieste sólo cuando es estratégicamente conveniente. Ahora las figuras de la derecha ya no usan la metáfora habitacional, porque saben que no lo es. Ahora dicen que hay que aprobar para cerrar el capítulo constitucional y “despejar la incertidumbre”. O bien porque esta es la propuesta que elaboraron las mayorías democráticas, tal como lo dijeron los dueños de la Convención el año pasado. Incluso, como sinceró un ex convencional de RN, hay que aprobar para propinarle otra derrota al presidente Boric.

La verdad es que la derecha nunca creyó realmente eso de tener una Constitución “que nos una”. Trataron de mimetizarse con ese discurso porque vieron allí un aliado para rechazar una Constitución refundacional que dinamitaba el “modelo”. Pero su argumento fue siempre mas sustantivo que procedimental. En otras palabras, nunca vieron un problema en tener una Constitución programática, en la medida que dicho programa fuese de derecha. Esa fue la tesis de Jaime Guzmán: que incluso los gobiernos de signo contrario estuviesen obligados a actuar dentro del marco constitucional establecido por la derecha.

Es la tesis que ha reflotado recientemente Marcela Cubillos: tenemos una izquierda tan rapiña y mala leche, que apenas tenga los números en el Congreso va a ir por todo. En ese escenario “empírico”, como le llama, mejor dejar aseguradas las cosas que nos importan en la Constitución, la que debe seguir siendo un escudo contra el rival. Guzmán reloaded. Minimalismo las pelotas.

En este contexto resulta curioso culpar a los críticos del proceso anterior que exigieron un texto consensual por los desvaríos del actual, acusándolos de haber entregado Chile al fascismo y de tender “puentes hacia ninguna parte”. Es cierto que no tenían el poder de forzar una constitución unitaria en este segundo proceso y que el Rechazo no aseguraba “una que nos una”, pero la izquierda sí tenía ese poder en el primero. Es más hidalgo reconocer que se equivocaron, ahora que abrazan con calco el argumento que entonces escupieron.

Más aun, el argumento de la Constitución de consenso es una de las mejores municiones que tiene actualmente la campaña del En Contra. Ya que será jodido explicar por qué se prefiere una Constitución hecha “entre cuatro generales” (Boric dixit) a una elaborada en democracia, y a que no todo el mundo identifica tan claramente que se trata de una propuesta más autoritaria, neoliberal y conservadora que la vigente, la razón más ecuménica para invitar a rechazar es que, nuevamente, no es una casa común, no es punto de encuentro, no es “una que nos una”.

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