¿Un progresismo conservador? Por Álvaro García Mintz

Coordinador de Incidencia Nuevo Trato

En tiempos donde los riesgos parecen mayores a las oportunidades, el progresismo no se puede conformar con evitarlos. Lo nuestro es encontrar nuevas soluciones, es conservar lo que merece ser conservado, superar lo que está obsoleto, canalizar lo que emerge. No hay espacio ni futuro para progresismo conservador. Para actuar desde el miedo hay mejores intérpretes.


Tras el fracaso en generar una Constitución progresista capaz de convocar a las mayorías, el necesario alineamiento del progresismo chileno en el “En contra” expresa una actitud defensiva sintomática de la crisis global por la que atravesamos. Nuestras narrativas están agotadas, nuestras promesas han perdido credibilidad y nuestras prácticas reproducen los errores que nos trajeron aquí. El progresismo no está siendo capaz de visualizar y proponer cómo y hacia dónde progresar.

¿Qué es lo que más preocupa y congrega hoy al progresismo a nivel global? Aunque parezca una contradicción, en buena medida es evitar el colapso, conservar lo conquistado, no retroceder. La realidad obliga a actuar con urgencia para evitar la catástrofe climática, a proteger la democracia de amenazas autoritarias, extremistas y populistas, a impedir retrocesos civilizatorios en derechos sociales, económicos y políticos, a protegernos de un futuro distópico gobernado por la inteligencia artificial.

Por buenas razones, nuestras fuerzas están enfocadas en evitar un futuro peor, pero no estamos siendo capaces de imaginar, ni menos ofrecer, uno mejor.

¿Se puede pensar en el progreso cuando se está evitando el retroceso? ¿Cómo salir de esa contradicción y actualizar el progresismo? Desde nuestro país, hay al menos tres caminos:

  • Reconectar con la ciudadanía: el progresismo debe volcarse hacia los gobiernos locales y subnacionales. Allí es donde se sintoniza con los anhelos y dolores de las personas. El desafío electoral del próximo año es enorme, y la única manera de sortearlo con relativo éxito será convocar a la máxima unidad, ya no solo de los partidos, también de alcaldías y candidaturas independientes que se sientan parte del progresismo. Pasar de la competencia a la colaboración exigirá enorme generosidad, pero es la única manera de evitar una debacle.
  • Actualizar narrativas y prácticas: las formas en que se ejerce la política explican la distancia ciudadana respecto de ella. La emergencia de las redes sociales, la crisis de los partidos y de las ideologías, han transformado la política en un juego de máscaras donde lo central es la puesta en escena, la cuña odiosa, la interpelación facilista y el anuncio efectista. Mientras no repensemos la forma en que nos proponemos ejercer la política, más allá de las conveniencias electorales pasajeras, el progresismo seguirá siendo más parte del problema que de la solución.
  • Promover nuevas instituciones que intermedien entre gobernantes y gobernados: las formas tradicionales de representación política están agotadas. Defender la democracia y los valores que la fundamentan exige actualizar sus instrumentos. El progresismo debe crear y liderar una agenda de reformas institucionales que habiliten nuevas formas de participación incidente de la ciudadanía y de valoración del conocimiento técnico, articulando espacios de colaboración entre la sociedad civil, la academia, el estado, el sector privado y las comunidades. Solo ello permitirá robustecer la eficacia y legitimidad de las decisiones e impulsar un crecimiento sostenible e inclusivo.

En tiempos donde los riesgos parecen mayores a las oportunidades, el progresismo no se puede conformar con evitarlos. Lo nuestro es encontrar nuevas soluciones, es dibujar mejores horizontes, es identificar las formas de alcanzarlos, es conservar lo que merece ser conservado, superar lo que está obsoleto, canalizar lo que emerge. Es aprender del pasado, proyectar lo que viene y transformar el presente. No hay espacio ni futuro para progresismo conservador. Para actuar desde el miedo hay mejores intérpretes.

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