Esa noche, al general Valery Vasilyevich Gerasimov la ansiedad debe haberle impedido dormir. Al día siguiente, 24 de febrero, el Ejército Ruso invadiría Ucrania desarrollando un plan de ataque que él mismo había diseñado: probablemente Ucrania concentraría sus fuerzas en la región del Donbass y en el sur, ya que la captura de las regiones separatistas y de los puertos del mar Negro constituían los objetivos obvios del inminente ataque ruso. Aprovechando esto, otra columna rusa atacaría desde el norte, enlazando una ofensiva blindada con la captura helitransportada del aeropuerto de Hostomel, en los suburbios de Kiev.
Probablemente, en cosa de días las fuerzas armadas ucranianas colapsarían y amenazada Kiev, capitularía la capital del poder político ucraniano, encabezado por un..¡actor!, otra muestra de la decadencia fascista ucraniana.
El diseño operacional parecía perfecto, una mezcla del exitoso plan de von Manstain para invadir Francia en 1940 y de la operación Market-Garden de 1944. Se trataba de un ataque apegado a la doctrina rusa de la guerra de maniobras, un remake del “blitzkrieg” alemán de la Segunda Guerra Mundial con medios actualizados y explotando además todas las dimensiones del conflicto para conseguir el desplome primero militar y luego político de Ucrania.
El objetivo político era ambicioso: no se trataba de una guerra de objetivo limitado para ayudar a los separatistas y asegurar el acceso ruso al mar, sino que de un intento de cambiar tanto el carácter nacional de Ucrania, como sus fronteras. Por eso, el factor tiempo resultaba clave: Era esperable la respuesta de occidente en la forma de sanciones económicas, que toman algún tiempo en hacer efecto.
Además, la interdependencia entre Europa y Rusia tendería a moderar inicialmente las sanciones: mientras los europeos dependen de la energía rusa y de sus adquisiciones suntuarias, los rusos dependen de los ingresos de las ventas de gas y petróleo. A la victoria rápida se sumaba otra imposición: la necesidad de evitar bajas -especialmente civiles ucranianos y militares rusos- las que incrementarían la presión internacional e interna sobre Putin.
¿Qué pasó? Probablemente lo sabremos más adelante, pero -aparentemente- la meteorología, la inusitada resistencia ucraniana, el apoyo occidental, la incapacidad rusa para sostener logísticamente la ofensiva y problemas en la moral combativa militar rusa conspiraron para ralentizar la ofensiva.
Así, el modelo de guerra de maniobras se ha ido tornando en uno de guerra de atrición en el que la resistencia ucraniana se ha ido venciendo lentamente. Lo anterior toma tiempo, el mismo tiempo que corre a favor de las sanciones económicas, del debilitamiento moral de las tropas rusas, de la ofensiva política internacional y del socavamiento del apoyo interno a Putin.
¿Qué va a pasar? La guerra, sostenía Clausewitz, es la “continuación de la política con otros medios”. Por lo tanto, Putin continuará presionando militarmente a Ucrania para conseguir condiciones favorables en la mesa de negociación, sin ceder en sus objetivos. Pero esto tiene un límite, ya que la presión internacional se está haciendo sentir en la población rusa y el apoyo de los jerarcas rusos a Putin parece haber menguado, igual que la moral combativa de las tropas invasoras.
Así las cosas, el margen de libertad de acción de Putin se restringe día a día. No en vano, el mismo Clausewitz sostenía que a Rusia sólo podían derrotarla sus fuerzas internas. Justamente lo que el presidente ucraniano y Occidente parecen haber comprendido.
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