Socialismo Democrático: cómplices activos. Por Jorge Ramírez

Cientista Político. Libertad y Desarrollo.

El Socialismo Democrático, pese a contar con ministerios importantes que podrían incidir en la trayectoria programática del Gobierno de Gabriel Boric, en la práctica ha visto reducido su rol única y exclusivamente a sostener un umbral mínimo, muy mínimo, de dignidad en la gestión pública. Ocupado principalmente de las opacas labores del chequeo de decretos, redacción de glosas y validación de firmas de jefes de servicios que engrosan papelería y burocracia que permiten que el Leviatán mantenga su cansina marcha, pero sin espacio ni margen de maniobra alguna para incidir en la dirección de éste.


La coalición política más exitosa desde el retorno a la democracia, la Concertación, aquella que fue capaz de actualizar su ideario bajo el alero de la renovación socialista, articulando y proyectando un movimiento regional, pero también de alcance mundial, denominado Tercera Vía, con Tony Blair en Reino Unido, el Canciller Gerhard Schröder en Alemania, Fernando Henrique Cardoso en Brasil y el propio Ricardo Lagos como grandes exponentes, hoy no es más que una tibia comparsa que secunda y baila al ritmo de la música testimonial e identitaria que impone el Frente Amplio. Hablamos de los estertores de la centroizquierda, cobijados en la actualidad, en el denominado “Socialismo Democrático”.

Gobernar para no influir.

El Socialismo Democrático, pese a contar con ministerios importantes que podrían incidir en la trayectoria programática del Gobierno de Gabriel Boric, en la práctica, ha visto reducido su rol única y exclusivamente a sostener un umbral mínimo, muy mínimo, de dignidad en la gestión pública.

Ocupada principalmente de las opacas labores del chequeo de decretos, redacción de glosas y validación de firmas de jefes de servicios que engrosan papelería y burocracia que permiten que el Leviatán mantenga su cansina marcha, pero sin espacio ni margen de maniobra alguna para incidir en la dirección de éste, la centroizquierda chilena  pasó de definir grandes mega relatos, de jugar en la primera línea de la política internacional y trazar un proyecto país como fue la Concertación, a cubrir baches de los jóvenes frenteamplistas, quienes, pese a todos los errores, continúan tomando las grandes definiciones y orientando al país hacia el despeñadero político, económico e institucional.

Porque eso de que a dos años de Gobierno “Chile está mejor”, es un relato frenteamplista inverosímil. De hecho, un 57% de los encuestados por Cadem considera que el país durante los últimos dos años retrocedió. Si descree de Cadem, consulte al Alcalde de Maipú, Tomás Vodanovic, quien tuvo que ir a patalear a La Moneda para exigir que los militares intervinieran en Maipú. Si todo está tan bien como planteó la ramplona minuta del Ejecutivo por los dos años de gobierno, ¿por qué habría necesidad de sacar a los militares a la calle a petición de un alcalde frenteamplista?

Humillarse a sí mismos.

Los escasos momentos en que los titulares del Socialismo Democrático cobran protagonismo en la gestión de Gobierno, son para hacer complejas exégesis de lo que supuestamente habría querido decir o hacer el Presidente ante gustitos, improvisaciones o abiertamente malas decisiones tomadas tanto en política doméstica como internacional.

En mayo de 2021, en una fría noche a las afueras del Servel, el Frente Amplio, en plena fase de apogeo de su superioridad moral, dejaba plantada a toda la comitiva del Partido Socialista al momento de inscribir un pacto electoral para las primarias presidenciales. ¿La razón? Los jóvenes frenteamplistas no estaban dispuestos a constituir un pacto con el Partido por la Democracia (PPD), a quienes tildaban peyorativamente de ser el partido de SQM. Aunque hoy, los mismos que vetaron al PPD, tienen a una ministra del Interior de ese partido, y han suscrito un histórico contrato para la explotación de litio entre el Estado de Chile, con nada más y nada menos, que SQM.

Pero volviendo al lamentable episodio del PS en el Servel, en un arresto de dignidad y orgullo, Álvaro Elizalde, por ese entonces Presidente del PS, interpeló al Frente Amplio declarando con estridencia que: “no se humilla al partido de Salvador Allende”.

Una buena cuña, que, como tantas veces, se la terminó llevando el viento. Porque el PS, luego se plegaría sin exigencia alguna a la candidatura de Boric y se subordinaría a cada una de las directrices del Frente Amplio, con Elizalde como ministro de Estado, inclusive.

¿No será acaso que es el Partido Socialista o el Socialismo Democrático el que se humilla a sí mismo?

Sí, lo hace, por ejemplo, cuando líderes como Carolina Tohá intentan justificar ante el Parlamento, la injustificable norma que modificaba la Regla del Uso de la Fuerza (RUF) que debería emplear Carabineros en las funciones de control del orden público ante diversidades sexuales, migrantes e indígenas. O lo hace también, cuando el Canciller Alberto Van Klaveren valida la exclusión a empresas israelíes de la FIDAE 2024.

¿Existe el Socialismo Democrático?

Quizás, todo partió mal con el cambio de denominación de origen desde centroizquierda a Socialismo Democrático. Como señala Hayek en Camino de Servidumbre, nadie mejor que Alexis de Tocqueville clarificó el oxímoron que representa este concepto (socialismo democrático): “la democracia y el socialismo sólo tienen en común una palabra: igualdad. Pero adviértase la diferencia, mientras la democracia aspira a la igualdad en la libertad, el socialismo aspira a la igualdad en la servidumbre”.

A dos años de gobierno, podemos legítimamente preguntarnos ¿Qué es el Socialismo Democrático? La respuesta sería, nada. Es una entelequia, una etiqueta vacía. Una falsa apariencia de moderación y contención al Frente Amplio en el poder. Una mera forma de blanqueamiento con trayectoria, canas, trajes y corbatas, a las acciones, pulsiones y caprichos de la nueva izquierda en el Gobierno.

Basta ver las recientes declaraciones de Eugenio Tironi, rostro de la capitulación concertacionista ante la lógica frenteamplista, a propósito del cumplimiento de los dos años de gobierno: “hay que evaluar a los Gobiernos por las crisis que evitó, no por lo que consiguió”.

Por frases autocomplacientes como ésta, pero también por las acciones cotidianas de Tohá, Marcel, Van Klaveren y Monsalve, es que el Socialismo Democrático en el poder ha pasado a ser el principal cómplice activo de su propia intrascendencia e irrelevancia.

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