–Chicago Boy ha llegado a significar una palabra despectiva para muchos ¿Por qué crees que sucede?
-En la mente de mucha gente el término Chicago Boys se asocia con la dictadura. Para otros, es casi sinónimo de rigidez e inflexibilidad doctrinaria. Creo que esas son las principales razones detrás de ese sentimiento negativo. Pero, hay que reconocer que hay un grupo amplio para el que Chicago Boy es símbolo de la modernización de Chile, del crecimiento acelerado durante 25 años.
-No hay un solo tipo de Chicago Boy, ¿cuántos estilos de Chicago Boy existen y cuál representas tú?
-Hay Chicago Boys, y hay graduados de Chicago. Históricamente, también hay profesores de Chicago de distinta persuasión política. Empecemos con los profesores: si bien la mayoría ha sido partidario del sistema de mercado y de la globalización, no todos lo han sido.
Excepciones importantes son Oskar Lange, comunista y ministro de Planificación en la Polonia de post guerra, y el importantísimo senador demócrata Paul Douglas, mentor del presidente Lyndon Johnson, el gran campeón de las minorías raciales y de los pobres en EE.UU. Además, Arnold Harberger (el llamado padre de los Boys chilenos) era mucho más pragmático que Milton Friedman. Con respecto a mí: yo me gradué en Chicago, y estoy muy orgulloso de ello. Pero nunca trabajé para la dictadura ni recibí un centavo de ella. En ese sentido, soy un graduado de Chicago, pero no un Chicago Boy.
-Si Milton Friedman no se hubiera juntado con Pinochet, ¿hoy día el neoliberalismo sería más aceptable? ¿Fue ingenuo Friedman o lo hizo a sabiendas que era un dictador cuyo régimen violaba los DDHH?
-Friedman, que era muy astuto, fue ingenuo al escribirle una carta a Pinochet recordándole, por escrito, que le había recomendado una “política de shock”. Esa carta le penó por el resto de su vida. En el libro cuento las muchas conversaciones que tuve con él sobre el tema, durante la época en la que ambos éramos miembros del comité asesor del gobernador de California Arnold Schwarzenegger. Pero hay otras cartas importantes que Friedman escribió en esos años. Por ejemplo, en mi libro me refiero a una carta que le escribió al mismo Pinochet, en agosto de 1976, pidiéndole que liberara a Fernando Flores, quien llevaba años prisionero sin debido proceso.
-¿Cómo fueron tus años en Chicago? ¿Qué fue lo que más aprendiste de esa etapa?
-Lo más importante que aprendí fue un enorme respeto por el trabajo de investigación empírica. Los modelos son construcciones lógicas y abstractas y siempre hay que confrontar sus conclusiones con la realidad. Este proceso nos permite ir descartando aquellos modelos que no son útiles ni robustos, aquellos que son pura ideología.
-¿Cuánto pesó El Ladrillo en la economía chilena? ¿Es cierto, como decía Friedman, que provocó el “milagro chileno”?
-“El Ladrillo” fue muy importante, porque definió una dirección en lo que a política económica se refiere. Fue el puntapié inicial. Pero, si las miramos desde la perspectiva moderna, las propuestas concretas eran más bien tímidas, no distaban mucho de un programa social demócrata. El mejor ejemplo es que se proponía una tarifa de importación, promedio, del 30%. Chile tiene hoy una tarifa cercana al 0%. Chile es uno de los países más globalizados del mundo y esa inserción en la economía mundial explica, en gran parte, el acelerado crecimiento por 25 años.
–Hoy sin embargo neoliberalismo es una mala palabra, incluso para el Presidente. ¿Por qué Boric y sus aliados rechazan y desprecian ese término?
-Lo asocian con un individualismo rampante, con la ausencia de solidaridad y consideración social. Pero, la verdad es que inicialmente – a fines de los 1930, después del Coloquio Lippmann en París en 1938 –, “neoliberalismo” se asociaba con un sistema de mercado que incorporaba políticas sociales para combatir la desigualdad, el abuso, y la pobreza. Esa fue la propuesta de Walter Lippmann en su libro “The Good Society”.
-¿Es injusta esa animadversión? ¿Piensas que el Chile actual es fruto del neoliberalismo y no se explica sin él?
-Chile actual es el resultado de las políticas de los Chicago Boys y de la Concertación, y éstas pueden describirse como “neoliberales”. Son las políticas que permitieron que Chile pasara del lugar 8 o 9 en América latina, al primer lugar. Que se les llame “neoliberales” o de otra manera no es lo más importante.
-¿El neoliberalismo ya murió o aún quedan rastros de él, por ejemplo en este Gobierno de izquierda?
-El Chile actual es muy diferente al de 2008, por ejemplo. A partir de esa fecha el país empieza a alejarse de las políticas neoliberales más puras. En ese sentido, el neoliberalismo está en retirada y moribundo. Este gobierno pudo haber dirigido la transición definitiva a una social democracia capitalista e inclusiva. Pero las ineptitudes políticas y los errores de principiantes han trabado esa trayectoria. A pesar de ello, hoy el país es muy diferente a lo que fue. Botones de muestra: la “gratuidad” y la PGU. Además, según el Fraser Institute de Canadá, Chile pasó del lugar 5 al lugar 35 en los rankings de “rol de mercado” en la sociedad.
-¿Piensas que Chile es el país donde más calaron las ideas de Chicago? ¿Somos un país que suele ser un laboratorio, como lo fue la UP con su idea de socialismo en democracia?
-Efectivamente, hemos tenido esos dos episodios profundos con políticas nuevas, en su momento. Pero tienen una profunda diferencia: mientras que el modelo de la UP fracasó, el de los Chicago Boys generó las condiciones para que, con el apoyo de la Concertación y sus políticas, Chile se catapultara al primerísimo lugar en la región. Es una diferencia nada de menor.
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